“Nunca pensé que poner un plato de comida en la mesa de un pobre, generaría tanto odio en una élite que tira toneladas de comida en la basura todo los días.” Afirmaste una tarde en que caían sobre tu cabeza ataques de todas las latitudes y sabores ideológicos. Te recuerdo que tu viejo compatriota, Helder Cámara, aquel obispo menudo, sin mitra ni báculo, nacido en el fondo del nordeste brasileño afirmó casi lo mismo: “cuando le di pan al pobre me tildaron de santo, pero cuando pregunté por qué el pobre no tenía pan, me llamaron comunista”.
Apreciado Lula, preguntar por la falta de pan y crear condiciones mínimamente elementales para que a la mesa de la multitud hambrienta llegue un exceso del sustento diario, es un gesto imperdonable para cualquier potentado, no solamente para la de tu país, sino de cualquier lugar de este gran continente. Para los grupos de poder, la cuestión es mantener a esa boa multitudinaria con la ración mínima. Ahora, de todo esto lo que me sigue asombrando es tu insistente incapacidad para reconocer la relación que existe entre la falta de pan en la mesa del pobre y el derroche de las élites brasileñas. Tú eres como los bailadores malos, solo escuchan la música con el oído izquierdo. Para moverse a buen ritmo es necesario hacerlo con los dos.
Por si no lo sabías, exhibir abundancia hasta tirar comida y gente a la basura da estatus y produce un efecto de imitación multitudinaria. “Cuando sea rico quiero ser así, como ellos”, afirma la gleba del margen favelado de tu país y de cualquier cinturón miserable latinoamericano. Caro amigo, eso que tú llamas odio es la matriz orgánica del colonialismo de ayer y hoy a lo largo y ancho de este continente. Si quitas ese resentimiento, condición que anuncia la opulencia de los ricos de tu país, no solamente cuestiona su prestigio sino la base misma de la nación brasileña. Quitar esa migaja de comida, ese plus colocado en las mesas de muchos brasileños con el orgullo de su esfuerzo, es ahora la misión mediática de esas élites, ellos perdieron poder de derroche a la vista de todos y eso hay que recuperarlo por las vías más idóneas.
Es por eso que te pregunto: ¿Quién te mandó firmar un pacto con esos grupos para que asumieran su responsabilidad social, como un déficit generado por más de 500 años de historia y miseria brasileña? Tu pacto con ese grupo fue una idea genial, nunca visto en tu Brasil. Tú los invitaste a ser más ricos en la medida que el eterno empobrecido dejaba de ser menos miserable. Este fue el gran error, tratar de poner esos dos polos opuestos en la misma dirección de un gran proyecto nacional. Puede ser que hoy ellos sean más ricos, tengan más empuje y poder económico que nunca, pero no produjiste nuevos espacios exclusivos para ellos, por el contrario, mezclaste los grupos como te señalé en las dos cartas anteriores.
No caíste en la cuenta de que ellos perdieron estima y prestigio frente a la multitud, que se convirtieron en “ciudadanos brasileños”. Ellos vieron que más gente usaba su forma de vestir, sus perfumes, sus autos. Redujiste su condición natural de ser distintos y exclusivos. Hoy sus hijos (la patricinha o jevitos) están obligados a compartir los corredores y tiendas de los centros comerciales con piriguetes (los ruidosamente mal vestidos del margen) mascando chicles. Les quitaste su Brasil, los nacionalizaste convirtiéndolos en “apátridas” en su tierra y eso, no te lo perdonan.
Los poderosos no quieren seguir sustentando el acuerdo firmado. Ellos quieren de vuelta su poder, nada de compartirlo. Quieren de vuelta todas sus ostentaciones como medio de contención de sus culpas depresivas. Quieren su hegemonía de blancos, sin negros y sin mujeres. Quieren tu cabeza y acusarte del robo de algunos platos de comida que no diste a los pobres sino que los guardaste para tu vejez.
No esperes reconocimientos de los tantos millones que ascendieron socialmente. Las élites no lo van a permitir. En el juego de las inversiones mediáticas, consiguen punir la verdad de los hechos y reforzar la mentira, hasta que la mentira se transforme en verdad, será ahora su gran osadía nacional. La apuesta está hecha y veremos si la semilla plantada por tu liderazgo dará su fruto.