En un desierto cerca de Texas y de México encontraron una carta anónima adentro de una botella. Los expertos de una universidad en Cuernavaca todavía no han calculao el año exacto, pero adivinan data del período conocido como el Viejo Oeste, el Wild West. Especulan que la autora podría ser Miss O’Brien, joven irlandesa desaparecida misteriosamente junto a su hermano en el verano del 1859, cerca de la zona hoy conocida como El Pedruzco. Traduzco:
Querido Extraño.
Le escribo porque no tengo a nadie con quien hablar, y aunque sé que tal vez nunca nadie encuentre esta carta adentro de esta botella, por lo menos sé que me hará sentir mejor, y por lo menos descargo de mi pecho todos estas dudas y pensamientos que me abruman.
A pesar de tener ya 19 años todavía no tenía esposo, y no por falta de pretendientes, siempre me han dicho que soy muy bella, sino porque vine de Irlanda a ayudar a mi hermano en su labor sacra, él era sacerdote siempre atento a la salvación de los viciosos sin discriminar cómo estén vestidos.
Pero Dios sabe lo que hace, quiso la suerte que mientras acompañaba a mi hermano a un asentamiento blanco en medio de territorio comanche, la diligencia en la que íbamos fue atacada por dos indios.
"INDIOS INDIOS INDIOS" fueron los gritos del conductor que nos hizo salir a los seis pasajeros de nuestro letargo. Fueron sus últimas palabras antes de ser alcanzado por una flecha. Una de las ruedas de la diligencia, como siempre pasa, se rompió y los indios con otras flechas mataron a todos los hombres, incluido mi hermano, que tuvo la suerte de que la flecha le atravesara el cuello y sólo sufrió unos minutos, dejándome a mí desamparada ante estos salvajes bárbaros.
Cuando los dos indios abrieron la puerta yo estaba escondida debajo del cadáver de uno de los hombres, el Sr. Montalvo, un hacendado mexicano, pero fui descubierta. Desde que los dos indios me vieron vivita y coleando empezaron a discutir señalándome, hasta que de los gritos se fueron a los golpes y uno de los comanches estranguló mientras sonreía al otro comanche que no sonreía.
El nombre del comanche vencedor se puede traducir a algo así como Toro Tres Patas, y Toro Tres Patas me arrastró por los cabellos, y me amarró, y se subió a su caprichosa yegua pinta y con un grito varonil de guerrero todavía indómito empezó a cabalgar; pero, después de diez millas, notando que yo no podía seguir el ritmo a pie, se detuvo, con los cabellos al viento se desmontó, y ahí, en la pradera de altas yerbas amarillas, mientras los coyotes aullaban, se hizo la voluntad de Dios, y el dulce misterio de la vida al fin encontré.
Me siento un poco confundida porque, a pesar de la pasión que demuestra Toro Tres Patas, no me trata tan bien como a su temperamental yegua pinta, la cual abraza y le susurra cosas que debería susurrarme a mí. Pero, también entiendo que no es su culpa, que así fue criado y es lo que siempre ha visto. Sé que es sensible porque le gusta el Arte. Se embarra las manos de pintura, que él mismo hace con bayas y flores, y se pasa una tarde entera pintando a la dichosa yegua pinta, una media luna sobre el ojo, un pececito demasiado cerca de la cola, las manos por todas partes. En fin, que no estoy segura de si Toro Tres Patas me ama tanto como yo a él.
Bueno, adiós Querido Extraño, que oigo a Toro Tres Patas llegando; salió esta mañanita a cazar un lobo para que yo me haga una falda. El otro día me trajo la piel de un oso gris, muy fina y gruesa, con la que hice el abrigo que me abrigará cuando llegue el invierno comanche que, estoy segura, será muchísimo menos frío que el irlandés.