1

La Depresión

Carta de El Giocondo a Manuel Mora Serrano

el 12 de junio, 2018

comentando su artículo del 9 del presente mes

Un viejo y querido amigo, lector infatigable, escritor dominicano que no publica,  residente en U.S.A., me ha escrito a propósito de mi artículo comentando el libro de Seneo Arbaje, Seis siquiatras y medio, aunque, por razones personales me sugiere que en vez de su nombre real aparezca solo con su seudónimo El Giocondo, con el cual espera enviar luego otras comunicaciones sobre temas de interés a Acento.com.do. Respetando ese deseo, he aquí el contenido con ilustraciones de su carta:

“No sé si estos desvaríos que ahora te paso merecen el fuego inmediato o la espera paciente en la sombra de un cajón. Pienso que hay algunas cosas que rayan en lo arcano y que a lo mejor solo serían de interés para unas contadas personas sensibles.

  

La foto donde te pones la cachucha me hizo recordar la boina frigia de Perseo y el petasos, el sombrero de ala redonda de Hermes Mercurio, patrón divino de los viajeros, de los cruces de caminos, mensajero de los dioses, protector de los pastores y rebaños, guía de los muertos, el que marca los límites y linderos. La pintura del vaso ático muestra al sueño y a la muerte llevándose el cuerpo de Sarpedón al otro mundo bajo la mirada de Hermes Mercurio. Sarpedón muere a manos de Patroclo en el campo de Troya. La segunda imagen muestra a Mercurio con el sombrero de viaje para protegerse del sol y el caduceo con las dos serpientes. La tercera imagen es una pintura de Mercurio por el laminador y engrabador holandés Goltzius.

2

Uno de los deprimidos más famosos en la historia de las letras fue el Príncipe Arjuna. El episodio de su depresión fue descrito 2,400 años atrás. Su ejército se disponía a entablar un combate a muerte en contra del ejército de sus primos de sangre que querían el trono para ellos. Arjuna se espanta ante el espectáculo de una matanza y la hecatombe de aquellos que son de su propia sangre y cae abatido en medio de los dos ejércitos. Los miembros se le aflojaron, un temblor invadió su cuerpo, no podía sostenerse en pie, la boca se le puso reseca, se le pararon los pelos, se le quemaba la piel, la mente se le hizo pura cabuya, el arco de flechas se le cayó de las manos.Pero a la divinidad que está inscrita en el fondo del ser, le dio lástima la sinceridad y la condición del príncipe, y le comunicó la doctrina secreta, el conocimiento que lo libera, la claridad, para poder erguirse y levantarse y realizar la dura tarea de su destino.

Un español, Joan Mascaró se pasó veinte años en Oxford traduciendo del sánscrito al inglés La Canción del Señor del Universo, el consejo de Krishna para Arjuna en tiempo de guerra. No tengo una copia en español, pero supongo que existe. No encuentro tampoco copia de una acuarela de un artista Mughal con la representación de Krishna con Arjuna en la batalla cósmica. Cuando la encuentre te lo envío.

El otro deprimido famoso que recuerdo es Elio Arístides. Su caso está documentado en un libro escrito por el irlandés E. R. Dodds, Paganos y cristianos, en una Época de Angustia. Del Asia Menor, Arístides llegó a Roma a los 26 años y fue introducido en la corte, y se le abrían las puertas de una espléndida carrera política, pero entonces se sintió abatido por la primera de una larga serie de enfermedades que habrían de convertirle en un inválido crónico durante por lo menos doce años. Padecía de asma, hipertensión, violentos dolores nerviosos de cabeza, insomnios y graves trastornos gástricos. Escribió Los cinco libros de la noche donde narra los tratos que tuvo en sueños con su divino sanador Asclepio.  Dicen que no quiso de verdad curarse, porque recuperar la salud hubiera significado no disfrutar de la familiaridad y la presencia del dios, pues lo que en realidad quiere el paciente es esa compañía divina.

Hasta hace poco, millones en los Estados Unidos consumían Prozac. Esta droga fue diseñada con la intención de combatir la obesidad, pero terminó en el mercado como un placebo contra la depresión.

Para mí, los vampiros que nos chupan la sangre y el tuétano de los huesos son:  las emociones violentas, los pensamientos malignos y quimeras de la mente disoluta, no saber tratar con el menosprecio de los demás, la presión a la conformidad, la falta de conciencia, el desarraigo, la vanidad, las penurias de un trabajo odioso, la continua frustración de los más íntimos deseos, la exageración de los desafíos de la vida, no saber realmente porqué vinimos al mundo, el alarde y el ruido de las noticias de la prensa y de la radio, el no poder morir antes de morir, la superstición del materialismo, los curas sin religión, los venenos del medio ambiente, no saber dar, no saber amar, no saber aborrecer, no saber soñar, todo eso desemboca en la depresión. Es el mal de la tierra baldía. Si conociéramos de veras el camino que lleva a la depresión, también se conoceríamos el camino de vuelta. El carbón sometido a presiones intensas se convierte en diamante. El hombre fue diseñado para caer y levantarse.

Los impíos no sufren de depresión, son las almas más puras el blanco de la enfermedad. Los mejores carecen de toda convicción y los peores rebosan en la intensidad de sus pasiones, nos dice Yeats en su poema La Segunda Venida. Quisiera tener un cincel para escribir en una piedra cuando se quiere se puede. Hace muchos años vi en Ciudad México una hoja de metal con una inscripción que decía: Mis caminos se acabarán, pero mis querencias cuando  Attar, el perfumista, nos dijo que cada átomo del universo es un Jacobo en busca de su José.”