Querido maestro, han sido ya tantos años en los que he guardado en el cajón de la decencia todas las cosas que he deseado decirle cada vez que recibo las notas de mi hijo. Sin embargo hoy, sin más razones que exactamente las mismas que surgieron desde el primer día, he decidido escribirle lo que pienso. Es sencillo, no se asuste.
Quisiera que sepa, que a pesar de sus repetidas razones mal fundadas, sus desconcertantes razones yde sus metodologías de evaluación. A pesar de haberme dicho a través de los años que mi hijo no está interesado en su materia, cada día al recogerlo en el colegio, él, con inmensa felicidad, me narra lo que aprendió de usted y me confirma que es su materia favorita.
A pesar de sus procesos de pensamiento tan cuadrados (según mi perspectiva, claro) y a pesar de todas las “B” (que es buena nota, como bien usted dice) recibidas por años y años lo cual desemboca, indiscutiblemente en una amplia falta de interés por el sentir y el ardor de un alumno hacia sus enseñanzas, mi hijo mantiene firmemente, que cuando grande, desea ser lo mismo que es usted. ¡Es increíble!
He aprendido en todo este tiempo que hemos convivido. Todo, absolutamente todo, nos deja algún aprendizaje. Pero la enseñanza ha venido por parte de mi hijo y no de usted. Hoy sé, llena de alegría, que los sueños de los niños no se rompen tan fácilmente. Sin importar que su esfuerzo e interés no hayan sido valorados en el aula, sus metas personales no se basan en sus opiniones, se basan en algo intangible que late en su corazón. Eso es admirable.
He comprobado que como en casa no transparentamos nuestras quejas, el niño, ni siquiera se ha dado cuenta de que algo anda mal. Y es que en realidad, estimado profesor, para dejar esto claro, el único que tiene problemas en esta relación que nos involucra a los tres, es usted.
Si yo fuera usted, hiciera una ceremonia de liberación, donde invocara a las energías de la tierra para que invadan su cuerpo con nuevas vibraciones, así asumir con positivismo su misión. Si yo fuera usted, tratara de aprender un poco más de cada niño que pasa por su aula, tratara de plagiar esa manera inocente y virgen de absorber la vida.
Una vez, estando en el colegio, mostré mis cuentos y poemas a un profesor de literatura. El mismo,ignoró mi trabajo, ni siquiera hizo un comentario al respecto, ¿y sabe qué? No me importó. Al igual que hoy me sucede, fue mi madre la que sintió rabia en aquella ocasión. Y es que sencillamente, la magia que vive en el corazón de los que creamos, de los que respiramos el arte por cada poro, no se apaga por la desentonada opinión de un maestro. Ese tesoro con el que nacimos, nadie, nunca, lo podrá robar. La fuente inagotable de la creación es más fuerte que nosotros mismos.