Te levantas por la mañana, te bebes el café que trae tu muchacha de servicio haitiana, si la tienes, lees el periódico. Noticias y más noticias sobre cómo los haitianos están quedándose con el país, Marino Zapete, Huchi Lora, Juan Bolívar Díaz fichados abundantemente como traidores a la patria por la osadía que muestran defendiendo los derechos de los dominicanos descendientes de haitianos. Te parece correcta la sentencia del Tribunal Constitucional, o por lo menos haces un esfuerzo sobrehumano para desactivar tu capacidad racional y encontrártela “lógica”. Te montas en tu carro. Sales.

En la calle, el panorama de siempre. El frutero haitiano en la esquina te vende una mano de guineos. En una construcción cercana, una escuadra de constructores haitianos afana. En el semáforo, una pandillita de cuatro o cinco niñas haitianas se acerca a tu carro a pedir dinero. Las ignoras y avanzas. ¡Qué lata! ¡Este país se jodió!

Parqueas el carro y caminas hacia tu trabajo. Te cruzas con tres mujeres haitianas que balancean en sus cabezas palanganas con ropa, fideos, pinches para el cabello, champú, que venderán en el mercadito de la esquina.

Te enervan estas presencias que comparten contigo la ciudad, y te has convencido de que la razón es su indigencia porque, por supuesto, tú no eres racista… ¿cómo vas a ser racista si eres “morenito”, y hasta “blanco de la tierra”? El asunto es de clase, no de raza. Piensas que lo mejor sería que se fueran todos para su país. Eso es lo que deberían hacer. Son distintos, piensas, hablan otro idioma, tienen otras costumbres, otros conceptos de la higiene personal, por ponerlo de modo elegante…

Llegas a tu casa después de un largo día de trabajo y te acuestas a dormir.

Pero durante la noche, un aguacero de rayos cósmicos cae sobre nuestra isla, islotes y cayos adyacentes, y los anega con su misteriosa carga de subpartículas.

Y cuando amanece, todos los haitianos en el territorio de La Hispaniola son blancos, rubios y de ojos verdes o azules.

Cuénteme, ¿qué pasaría? Sean honestos. De hecho, no importa si son deshonestos y responden que no pasaría nada, porque ya imagino yo lo que les ha sucedido en su interior, en su yo más profundo: han entendido.

La muchacha de servicio que te sirve el café ahora es una adolescente blanca y rubia. ¿Nada pasa? Obviamente hay una sorpresa inicial, pero, digamos, a la semana, ¿nada pasa? ¿Seguiría limpiándote los inodoros y haciéndote las camas? Debería, porque ella es la muchacha de servicio. Pero… ¿la tratarías igual? No insinúo nada sexual, no especialmente. ¿Le darías las mismas órdenes, con el mismo tono? ¿La regañarías? ¿La pondrías a realizar exactamente todos los mismos oficios? Si eres hombre, ¿cambiaría tu actitud hacia ella ahora? Si eres mujer, ¿te quedarías con la muchacha? ¡Cuántas preguntas y qué complicadas! Tengo una más sencilla: ese vaso de aluminio que tienes en la cocina, tú sabes muy bien cuál es, el patito feo de tu cristalería, el vaso “que usa el servicio”, ¿seguiría existiendo?

El frutero haitiano que las muchachas ignoran cuando pasan por la esquina, ¿sería igualmente ignorado ahora que es un trasunto de Channing Tatum? ¿Vendería la misma cantidad de fruta o más? ¿O menos? ¿Permanecería siendo frutero por mucho tiempo? ¿Por qué sí, por qué no?

¿Y todos esos varones blancos que trabajan en la construcción cercana, con esas miradas verdes y músculos torneados bajo una capa de piel nívea? ¿Querríamos que se fueran para su país?

¿Niños y niñas rubios y blancos pidiendo en los semáforos, vestidos con harapos y con las caras sucias? Ni un minuto y medio transcurriría antes de que docenas de almas caritativas se estacionen a preguntarles que qué te pasó mi hija, pero dónde está tu mamá, ay no puede ser, imposible, ven móntate, te vas para la casa conmigo ahora mismo, mira esa ropa, y ese cabello, pero cómo puede ser posible, cuánta irresponsabilidad… ¿No? Y ya que estamos hablando de niños, cuéntenme a ver: las adopciones de bebés ariohaitianos, ¿disminuiría, se quedaría igual, o aumentaría?

¿Empleos que requieran buena presencia? Que les digan adiós a esas vacantes todas las dominicanas trigueñas, indias, indias lavadas, indias cepilladas, indias perfiladas, indias achinadas, indias pasadas por agua, indiecitas, morenas y negras, porque ariohaitiana que se presente al puesto (esa rubia, fea o linda, ¿qué importa?, con ese acentico exótico, afrancesado, que tiene cuando habla el español) se lo lleva. Igual todos esos varones que parecen venir como del Reino Celestial que pintan los testigos de Jehová en su Atalaya. ¿O me equivoco? ¡Denme luz!

La frontera, evidentemente, habría que abrirla. Tumbarla. Pero no para que vengan a República Dominicana los nuevos ariohaitianos, sino para que pueda pasar el molote de dominicanos y dominicanas que quieren visitar, de pronto, espontáneamente, ese hermoso país que tenemos justo ahí mismo. ¿Oportunidades de negocio? Por pipás. ¿Romance y sankypanqueo? ¡Uff! Eso sí: los dominicanos tendríamos que abrirnos paso a codazos entre ese otro molote que se aprieta contra los portones, el que vendría de Europa, de Estados Unidos y del resto del Caribe. ¡Francia súbitamente recuerda que allí se habla francés! El pasado colonial nos une, dicen, por favor olvidemos todo ese terrible episodio de las plantaciones y la esclavitud y Boukman y la indemnización por la independencia. Lo pasado, pasado.

Nuestros políticos ahora lucen preocupadísimos, porque la inversión extranjera se mueve hacia Haití, no hacia República Dominicana, en donde, ahora más que nunca, seguimos siendo negros, indios, jabados, morenos y blancos de la tierra, por más que nos consideremos blancos en toda regla, o por lo menos no negros. ¿Qué hacen? ¿Cómo contrarrestar la catástrofe? ¿Amnistía total de todos los indocumentados? ¿Incentivos a la inmigración haitiana? ¿Ciudadanía dominicana y par de hectáreas de tierra en la frontera y El Cibao? No sería la primera vez que tomáramos esta última medida. Por ahí andaría la cosa. ¿O no?

Necesariamente tengo que abordar el tema de género en este cuadro hipotético; si no, no estaría completo.

¿Rubias y rubios económicamente vulnerables y sin papeles? Como pescar en río revuelto. Me pregunto cuántas tareas de parqueo se necesitarían construir para acomodar los vehículos de lujo, pero también Toyotitas, conchos, motoconchos y triciclos, que de pronto abarrotarían los bateyes, propiedad de jóvenes y viejos dominicanos de pura cepa (de todos los colores, géneros, orientación sexual y estamentos sociales) que llegarían a rescatar alguna rubita o rubito, rubiona o rubión, con quien casarse o mudarse, sacarle rápidamente los papeles (¡oh, ironía) y “mejorar la raza” … ¿Cien? ¿Doscientas tareas? No sé, pero se vaciarían los bateyes.

¿Estás de acuerdo? Wey, quizá me equivoco. ¡Pensémoslo!

¿Rubitas adolescentes en falditas baratas balanceando sobre sus cabezas un cambumbo de aguacates? ¿Muchachos albos de mirada helada vendiendo Skim Ice? Cuando eran negros, eran parte de un paisaje que te sacaba de las casillas, ¿pero ahora? Casi casi estoy viendo los reperperos, accidentes, y enfrentamientos que se armarían en el cruce del 22. ¿Puedes verlo tú también? ¿O crees que seguirían de largo como si nada, incluso, semanas, meses después de que haya pasado la novedad?

En los hospitales las cooptadas ariohaitianas pariéndole muchachos a dominicanos de certificada prosapia ya no son el problema. El problema ahora es la horda de dominicanas embarazadas de sus muy rubios y muy blancos e igualmente cooptados maridos haitianos, convertidos de pronto en codiciados trofeos (la novia blanca, el novio blanco, ¿quién ha dicho que en el Caribe no sabemos cosificar a los blancos cuando nos da la maldita gana?), clara evidencia de que se avanza en la vida, pero no tan valiosa, no tan palmaria, no tan propia y real como esos muchachos de ojos azules que les plantan en sus vientres, símbolo de alto estatus entre los sectores más vulnerables de cualquiera de nuestras pigmentocracias caribeñas… y entre los sectores más acaudalados también. Algunos dirán: “No. Eso no pasaría. Porque por más blancos que sean, seguirían siendo haitianos, con otras costumbres, otra higiene, otra cultura y otro idioma”. Pero eso habría que ir a explicárselo a todos esos europeos blancos, monolingües, jediondos e insolventes que fundan pueblos con la progenie que dejan en las provincias costeras y no tan costeras. ¿O no?

Nuestras organizadísimas trabajadoras sexuales también se verían afectadas. Pregunto: las recién transformadas cortesanas ariohaitianas, ¿cambiarían su tarifa o no? Y si la cambian, ¿por qué la cambian? ¡Es una pregunta, mi gente!

Y, por último, amigos y amigas conservadores y patriotas (pero también liberales y centro) que militan bajo el estandarte de “No somos racistas, esto es cuestión de clase y control migratorio”: considerando este escenario hipotético que propongo, ¿seguirían apoyando la Sentencia TC/0168/13 todos los que hoy la apoyan? ¿Darían 24 horas para salir a todos los haitianos en Pedernales por lo que hicieron dos? ¿Estaríamos poniendo el grito en el cielo por la “invasión pacífica”?

COLOFÓN

Cuando la verdad entra en una cabeza, no vuelve a salir. Yo espero que el examen de conciencia que los he invitado a llevar a cabo nos ayude a identificar esa terrible debilidad de carácter que permea nuestra sociedad (y a otras también, sí, pero nos ocupa la nuestra) y empecemos a trabajar para superarla. Algunos, no todos, se resistirán y dirán que mis escenarios son una quimera, que negros o blancos, los haitianos seguirían siendo anatema porque no somos racistas… pero incluso esos escépticos deben irse a dormir por la noche y, en el sueño, el cerebro todo lo considera y todo lo sopesa y cuando no puede justificar una contorsión a la razón, le da banda. Los inconformes deben dejar pasar un día antes de comentar en este muro.

Mis esperanzas están puestas en que esta perspectiva, aunque fantástica, nos sirva para colocarnos en el umbral psíquico apropiado a la hora de considerar nuestros fervores patrióticos. Una cosa es regularizar la inmigración (para todos los inmigrantes, independientemente del origen), y otra cosa es la histeria xenófoba que sacude otra vez a nuestro país. Es nuestro deber empezar a preguntarnos, responsablemente, por qué no queremos distinguir la diferencia.

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Realicen esta encuesta: explíquenles a sus participantes que ustedes se preparan para colocar niños negros en un semáforo durante una hora. Vestidos como se visten los niños de la calle. Y que luego colocarán niños de las mismas edades, vestidos igual, pero blancos y rubios. Finalicen diciendo que categorizarán los resultados de cada grupo de niños de la siguiente manera: A) Pasó algo y B) No pasó nada. Y entonces pregunten: ¿Cuál de los dos resultados ganaría? ¿A, o B?

Yo sospecho que todos sabemos que ganaría A) Pasó algo. Es una corazonada. Sin embargo, conflictos de orden personal podrían afectar los resultados. Apostar por A no es patriótico. Nadie quiere admitir que es racista, y menos que su país lo es, con lo cual muchos respondientes elegirían B) No pasó nada.

De modo que, antes del experimento, pongan dos urnas etiquetadas A y B, correspondientes a cada resultado, en la que las personas pueden depositar un sobre con dinero, apostando a que ese será el resultado ganador. El pool de las dos urnas se repartirá entre los apostantes de la categoría ganadora, y solo pueden apostar por una. ¿Cuál urna se llenaría más? Es decir, a la hora de que entre en juego la posibilidad de ganar o perder dinero (y no una simple discusión, tu dignidad, o tu fe patriótica), ¿qué elegirían los dominicanos y dominicanas?

Averígualo.

Nota: Fragmento modificado de un artículo originalmente publicado el 29 de junio de 2015 en PedroCabiya.com, más relevante hoy que entonces.