Distinguido doctor Brugal:

No tengo la menor duda de que estamos todos locos (discúlpeme, el término “loco” es poco científico y, sobre todo, peyorativo). Pero, ¿Acaso no dijo Einstein que la locura consiste en esperar resultados distintos, haciendo siempre lo mismo? Es precisamente lo que hacemos. Para muestra, un botón: luego de casi medio siglo de desengaños, seguimos alimentando la ingenua esperanza de que basta votar por el candidato que mejor nos haya mentido, para convertir nuestro infierno en paraíso.

Le escribo porque dudo, en cambio, sobre la naturaleza y el origen de nuestros desvaríos.

¿De qué sufrimos? Muchas veces me he hecho esta pregunta. Mucho he dudado sobre su respuesta. A veces pienso que somos paranoicos o narcisistas, pues pensamos que todas las potencias del mundo no tienen otro objetivo que el de destruir nuestra nación (¿No dijo el doctor Zaglul que los dominicanos somos paranoides depresivos? Otras veces creo que somos masoquistas, porque no encuentro otra respuesta a la indolencia con la que soportamos los abusos a los que nos someten nuestros políticos. Otras, que padecemos trastornos obsesivo-compulsivos, porque votamos por estos con la precisión de un reloj suizo. Otras, que somos esquizofrénicos, pues deliramos con que los políticos resolverán nuestros problemas o autistas, porque vivimos en nuestras cabezas. Otras, que somos drogadictos, por la presencia, cada vez más frecuente, de psicotrópicos en nuestras esquinas. Otras, en fin, maníaco-depresivos, por esa relación de amor y odio que caracteriza nuestra relación con los extranjeros. A veces creo que padecemos de todas estas dolencias al mismo tiempo. (De lo que estoy seguro es de que no somos alcohólicos: En Quisqueya el ron es nuestro psicólogo).

¿Se trata de afecciones físicas? ¿Las hemos heredados de nuestros antepasados?¿De nuestros indios salvajes?¿De los esclavos africanos que nunca existieron?¿O de los delincuentes españoles – rubios y ojos galanos, eso sí – que vinieron con Colón? (¡Zafa!).

¿Se trata, al contrario, de neurosis?¿Nuestras desgracias tienen que ver con el entorno en que fuimos criados? Disculpe que invada su área profesional. Resulta que, mientras esperaba que nuestro pueblo madurara, me puse a leer a Freud. Dada la longitud de la espera, lei, varias centenas de veces, sus obras completas. Es por esta razón que, practicando un psicoanálisis de a cien pesos,  me inclino por ésta última posibilidad.

Corríjame si me equivoco, pero creo que nuestras dificultades tienen dos causas simultaneas: por un lado, una figura paterna demasiado difusa y por el otro por una confusa figura materna, algo menos difusa pero incongruente, a veces víctima consentidora de violencia conyugal, a veces sobreprotectora. A la primera razón achaco nuestros problemas de identidad, nuestra tendencia de andar más perdidos que el hijo de Limbe (que no Lindbergh); a la segunda, la baja autoestima que nos impide tomar riendas de nuestro destino.

Hablemos de nuestro padre. O de nuestros padres. Duarte, nuestro verdadero padre, era virtuoso pero poco asertivo: Ante los primeros contratiempos, nos abandonó y se fue a Venezuela. Lo que aprovecharon Sánchez y Mella – hombres valiosos, es cierto, pero no tanto como Duarte –  para reivindicar nuestra paternidad. Lilís, que de psicología no entendía nada, decretó que no teníamos un padre, sino tres. Caso único en la bolita del mundo.

Llegó entonces Trujillo, Padre de la Patria Nueva. No se me sale de la cabeza que detrás del merecido regocijo que causó su ajusticiamiento, se escondía un acto edípico. Ante su ausencia y nuestra eterna necesidad de un padre, el Congreso, que cobra muchísimos cuartos sólo para enredar la cabuya, quiso nombrar “Padre de la Democracia” a Bosch, a Guzmán y a Balaguer.  La decisión fue nueva vez desacertada: ganaron los fanáticos de éste último.

Para terminar, muchísimos corearon luego “¡Llegó Papá!”.  La cuenta se para – por ahora – en ocho padres. Eso si no tomamos en cuenta a Papá Bocó  -al que se también queremos asesinar por sus raíces africanas -, a Papá Muey y al Papaúpa de la Matica. Y suerte que de nuestra comunidad sacerdotal no ha salido – todavía – un papa, un santo padre. Porque, con tantos padres, ¿Cómo no vamos a andar perdidos?

Hablemos ahora de nuestra madre. O de nuestras madres, porque también tenemos muchas. Hablemos de nuestra Madre Patria. Fuimos testigos, desde chiquitos, de la violencia a la que la han sometido. Núñez de Cáceres dejó que la maltrataran durante muchísimo tiempo, al igual que Santana y Wessin y Wessin. Estos dos últimos no se conformaron con semejantes vilezas, sino que lo hicieron también ellos mismos, al igual que Báez, Lilís, Trujillo, Balaguer y muchísimos más. Como si estos maltratos no fueran suficientes para traumatizarnos de por vida, los abusadores de Mamá Patria adujeron, delante de nosotros, que lo hacían ¡por el propio bien de ella!

Por otro lado, tenemos tres madres supe protectoras: Mama Tatica y Mama Mecho, –  poderosas matronas divinas que nos han protegido de males mayores y, más recientemente, otra, personificación de la madre nutricia, a la que coreaban “¡Llegó Mamá!”, que nos repartió más regalos de los que, muchas veces pienso, teníamos necesidad.

Podría pensarse que la cosa no puede ser peor. Pero sí, puede. Porque seguimos teniendo muchos padres y muchas madres. Pero no cuatro ni ocho sino cientos o miles: nuestros políticos ¿Acaso no nos premian, de vez un cuando, con salchichones y neveras, cajitas y funditas, cuando nos portamos bien, mientras ellos se portan mal?¿Acaso no están tan ausentes que se acuerdan de nosotros cada cuatro años? ¡Incoherencia y ausencia que agravan nuestra confusión!

Ante un cuadro tan complicado, termino pidiéndole un favor y dándole un consejo: ¿Podría, siguiendo el ejemplo de Fromm y del propio Zaglul, practicar el psicoanálisis social – o nacional – respondiendo en su columna a mis dudas y recomendándonos un tratamiento que al menos alivie los sufrimientos que nos mortifican como pueblo? Y, ya que, con nuestros magros salarios no podemos darnos el lujo de comenzar una terapia, ¿No podría ocuparse de la de nuestra clase política? Pero tenga cuidado – y este es mi consejo: Si se decide a tratar a los políticos, dadas la eternidad que durarán sus terapias y sus tendencias claramente antisociales,  no se olvide de cobrarles por adelantado.

Cordialmente,

Pablo Gómez Borbón