Estimada Melissa, espero te encuentres bien. A modo de introducción deseo contarte, que al igual que todas las cosas que llegan nuevas a nuestras vidas, la visita a tu obra de arte ha abierto puertas interiores que habían estado adormecidas por décadas.

Esta carta podría hablar infinitamente, pudiendo empezar por los recuerdos de la niñez donde nos veríamos felices correteando por el patio del colegio. Es muy fácil escribir cartas a los viejos amigos, a veces también es difícil, cuando el famoso nudo hace su inoportuna aparición. En esta ocasión, trataré de visitar tu obra desde uno de mis tantos cuerpos. Quizás, sea el protagonista el cuerpo que habita en las coincidencias, o ese cuerpo que se guarda en la memoria, ese que juega un papel fundamental en quienes somos hoy… Si es que lo sabemos, si es que algún día lo sabremos.

Va a limpia?

Tu obra, el recorrido por sus rincones, sus amplios detalles y sus infinitos secretos, han generado un contraste en mi interior. Primeramente he experimentado alivio, pues la carga pesada de mis hombros ha sido dividida, ya que llevas también en ti parte fundamental del dolor que nace en el mundo y esto definitivamente mueve tu arte. Luego he sentido temor, porque esas razones que gritan desde el canvas o desde alguna base de madera vieja, se han concretizado a través de tu labor, pasando de lo abstracto a la materia. Ahora todo ese dolor, todo ese miedo, es algo que puedo tener entre mis manos. Abstractas han sido las palabras volando en mi mente o escritas en una pantalla, la materia subjetiva que activa mis musas y concretas, plasmadas ya en tu lienzo: la madre que ha llorado lágrimas de sangre, la madre que es mujer y ha ensuciado sus pies de lodo en el camino, la mujer que es también niña y ha roto sus alas,  todas, como bien dirías, muñecas de trapos rotos…

¿Sabes acaso tú qué esperamos? ¿Qué espera el mundo para detener tanta locura?

¿Qué es lo que somos tú y yo, cuando formamos parte de un todo? ¿Acaso seremos capaces de actuar colectivamente? o simplemente la masa se quedará inmóvil, en expectativa, cada cual a la espera de que el otro haga algo y nuestras voces individuales desaparecerán aisladas como diminutos chirridos en el tumulto…

Antes de despedirme, alejando un poco la vista de las negativas, tengo una pregunta fundamental ¿Por qué? ¿Por qué también tenemos el “por qué” en común? Me he hecho esa pregunta mirándome a los ojos, la he arrojado a mi cuerpo desnudo, también la he escrito en mi espalda, la he cargado por años sin razón, sin ninguna respuesta al asomo, simplemente por qué. Como queriendo activar alguna chispa adormecida que al encender quemaría la continuidad de todos los bosques, todo aquello que he conocido como válido retumba ante esas simples palabras unidas azotando mi cuerpo. No quiero saber aún mi respuesta, tal vez, si es que ya lo sabes, puedes contarme de que va la tuya.

Con el afecto que nos caracterizó durante años incontables, se despide,

Denisse