Nuestras casas dejaron de ser lo que eran y se han convertido en escuelas, oficinas, espacios de ejercicio físico y de actividades diversas que antes realizábamos en otros lugares. A esto se suman las nuevas situaciones y conflictos que hemos tenido que enfrentar y manejar de la mejor manera posible, dadas las circunstancias. ¡Y todo esto sucedió sin aviso ni preparación previa!
Pensamos esto duraría poco tiempo pero ya van casi nueve meses y aquí seguimos. ¿Quién podrá defendernos?
Lamentablemente, no vendrá el Chapulín Colorado. Somos nosotros, tu, yo y cada familia, quienes tendremos que continuar buscándole la vuelta hasta que regresemos a la “normalidad”. La familia es y sigue siendo la primer entorno donde nos educamos, el lugar donde desarrollamos nuestra identidad y en el cual aprendemos a relacionarnos con los demás, a manejar conflictos y a vivir los valores.
A los padres nos ha tocado la prueba de fuego al vernos y sentirnos responsables del presente y futuro de nuestros hijos mientras enfrentamos los retos de lograr el trabajo y el acompañamiento a sus clases desde el hogar de manera simultánea. Ya no sabemos si nos preocupa más el riesgo de contagio o la salud mental, la falta de socialización y el posible retroceso en el aprendizaje. En algunos casos también estamos viviendo una pérdida o duelo en medio de esta incertidumbre. Si no contamos con nuestras familias en estos momentos difíciles en los que más lo necesitamos, estamos condenados a fracasar. Es ahora que nos toca fortalecernos y unirnos, en vez de dejarnos separar o debilitar por la tormenta.
No estamos solos. Sin importar el tipo de familia, todos estamos enfrentando diversas batallas mientras intentamos, no solo sobrevivir, sino también vencer y superar los obstáculos. Los centros educativos y, los docentes de manera particular, son nuestros aliados y los mejores compañeros en este camino. La comunicación y colaboración con ellos es necesaria para dar continuidad al proceso educativo y evitar a toda costa las graves consecuencias que puede tener el detenerlo.
Sentir impotencia, miedo, estrés y ansiedad no nos hace más débiles. Somos humanos y estamos enfrentando una crisis. Lo que hace la diferencia es la forma como abordamos los sentimientos y pensamientos cada día para convertir la crisis en oportunidad. Intentemos cambiar el “no puedo” por “vamos a intentarlo” y el “esto no va a acabar nunca” por “esto también pasará”. Identifiquemos aquello que si podemos cambiar o controlar y lo que no está en nuestras manos y actuemos, sabiendo que todo puede cambiar.
Enfoquémonos en el aquí y ahora, haciendo lo que podemos de la mejor manera, aprovechando nuestras fortalezas. No busquemos culpables ni ataquemos a las personas a nuestro alrededor. Asumamos nuestros roles y responsabilidades, establezcamos límites sanos y busquemos acuerdos. No dejemos de escucharnos con interés y atención, de abrazarnos, de reírnos y disfrutar juntos. La conexión emocional es nuestro combustible.
Por último, pero no menos importante, velemos por nuestro bienestar, tengamos rutinas y metas realistas y flexibles que podamos lograr. La perspectiva a mediano y largo plazo nos ayudará a mantenernos enfocados.
Cuidemos nuestras familias como si fueran de cristal. Es el mayor tesoro que tenemos y lo que nos va a permitir salir fortalecidos y decir “lo logramos” al final del camino.