Poeta: Siempre he escrito y afirmado públicamente que eres el mejor poeta de tu generación bautizada como Joven Poesía y que sobrepujaste incluso a las que emergieron posteriormente con el nombre del decenio correspondiente, 80, 90 y 2000, sin importar los premios anuales o “nacionales” otorgados a los demás.

Todo poeta de valor es un sintaxero, como nos lo recuerda Hugo Savino a propósito de la afirmación que le hizo Mallarmé a Verlaine: “Usted es un sintaxero.” Y ese término se aplica al poeta que “transforma los consensos y normalizaciones sintácticas” y “confronta las obras” de su época. Savino dice que Meschonnic es un sitaxero. Quienes realizamos el trabajo de transformar el ritmo-sentido de los discursos que se producen en nuestra lengua somos sintaxeros. Porque serlo es transformar las ideologías que encontramos en nuestra época y con este trabajo desestabilizamos el sentido canónico impuesto por los poetas del partido del signo, quienes producen solamente poesía “prêt-à-porter” o tal vez el término que más convenga hoy sea del de poesía chatarra, la que consiste en nombrar, contar historias y narcissear con el yo del impudor.

En cambio, según Mallarmé, “la poesía no consiste en nombrar, sino en sugerir (…) en evocar poco a poco un objeto para mostrar un estado de ánimo, o, inversamente, elegir un objeto y desprender de él un estado de ánimo a través de una serie de desciframientos.” (Carta de Mallarmé a Jules Huret, citada por Savino en “Ponencias del coloquio Henri Meschonnic. SD: Editora de la UASD, 2014, p. 45).

En nuestra cultura nos precedieron aspirantes a sintaxeros que tú y yo conocemos: Zacarías Espinal, Manuel Rueda, que intentó romper con las convenciones sintácticas en “Con el tambor de las islas. Pluralemas”, pero su proyecto personal fundado en una primacía de la música por encima del poema, así como su vida misma, le impidieron ir más lejos; Freddy Gatón lo intentó en “Vlía”, pero se asustó cuando le envié un poema fonético y comentó que si para eso había ido yo a Francia. Los poemas fonéticos son poesía experimental, como se ve en el de Juan M. Díez Taboada en el “Curso de fonética y fonología españolas, de Antonio Quilis y Joseph Fernández (Madrid: CSIC,1969, pp. 192-93).; luego en 1974 intenté ser sintaxero (obligar al lector a releer continuamente) en el fragmento de novela publicado en “La Noticia” y que incorporé en mi libro “Ejercicios II” (1983); Pedro Mir lo intentó en “Cuando amaban las tierras comuneras”, pero la ideología del compromiso y su denuncismo le marcaron para siempre. Entonces, poeta Gómez, ¿cómo podía Mir ser sintaxero? Nuestro amigo Cayo Claudio Espinal es un sintaxero. Lo probó en “Banquetes de aflicción”, “Utopía de los vínculos”, “La mampara” y en “Ápice cortado”, cuyo antecedente es “Acontecen neblinas”.

El sintaxero, poeta, usted lo sabe, disloca la sintaxis del idioma para transformar el ritmo y el sentido que tienen, en la sociedad, carácter canónico y sagrado. Toda sintaxis es ritmo, ergo, sentido. ¿Cómo se logra esta dislocación de consensos y normalizaciones sintácticas? ¿Quiénes pueden lograrlo? Los que, consciente o inconscientemente, no pertenecen al partido del signo, y lo demuestran con su obra. Al enfrentar las obras chatarras de sus contemporáneos, el sintaxero les revienta la política y la ideología del signo que tales obras “prêt-à-porter” contienen como repetición de los caramelos del poder y sus instancias.

Y este reventón no hay quien lo soporte. De ahí el ataque frontal de los miembros del partido del signo a los sintaxeros. Antes, a finales del 60 y en los 70, 80 y 90, como todos éramos pequeños burgueses balzacianos, el enfrentamiento era soterrado, invisible y con modales y buenas maneras. Luego de las dificultades de la acumulación de riquezas para la clase media aparejada por la mundialización y la supremacía de cultura “light” que la acompaña,  ahora el enfrentamiento de la heroica y canallesca, como Andrés L. Mateo llama a esta clase, es descarnado y a las claras. A su paso, dejan un reguero de documentos que incriminan a esos pequeños burgueses: correos electrónicos, llamadas, conversaciones, etc.

Es, me informan, lo que te acaba de ocurrir al otorgársete el Premio Anual de Poesía 2013 por tu libro inédito “Makinaolandera y otras olas de lava y lanman”. El jurado original, me informan, estuvo compuesto por José Enrique García, Plinio Chahín y Soledad Álvarez. Se produjo un “impasse” en las deliberaciones. García y Álvarez presentaron su candidato. Como había compromiso cerrado con los candidatos (Alvarez había presentado en una ceremonia en su propio hogar el libro de su patrocinado, Jose Rafael Lantigua y García el de su favorecedor, Pedro José Gris). No había manera de llegar a ningún acuerdo. Los gestos son públicos, para que conste que no hay traición o componenda. Se reestructura el jurado al renunciar Alvarez y traen al emergente Pedro Pablo Fernández, quien desbloquea la situación con una frase lapidaria propia de este rebelde literario: “Oh, es obvio, aquí solo hay un ganador, Alexis Gómez Rosa, lo otro no es poesía.” Un error de elección del tercer jurado, según los planes previos diseñados para un solo ganador a quien todo se le pintaba como un “flaicito al cácher”.

Este psicodrama revela que ya los intereses de los intelectuales no son poéticos ni literarios, sino de posiciones políticas a favor de sus patrocinadores de empleos o de seudo prestigio intelectual que sirven de instrumentos para aplastar a competidores que no forman parte de bandas o capillas literarias y de cuyo valor se recela o se tira la obra al cesto de la basura.

El mecanismo usado para ejecutar esta pragmática rige desde el decenio de los 70, cuando los premios, llamados entonces “nacionales”, los otorgaba la Secretaría de Educación y los jurados los conformaba el titular del cargo de Director de Cultura con los ganadores de premios anteriores, fueran Tena Reyes, Avilés Blonda, Luis Rivas, Juan Monegro o Celsa Albert. En mis ensayos sobre este tema de las premiaciones literarias, los denomino “jurados sándwiches” porque hay fuego por arriba y por abajo y se constituían, y se constituyen todavía hoy, de la manera, era el siguiente: El mecanismo consiste en nombrar dos favorecedores del autor que se desea premiar y un tercer jurado que supuestamente es un adversario, a fin de buscar equilibrio, pero que en la mayoría de los casos se pliega al dos contra uno de la mayoría simple y termina firmando el veredicto, dizque para no ofender, con lo que se logra el consenso o unanimidad. Lo cual es una ficción, porque en el fondo de su conciencia, el unanimista no estuvo de acuerdo, pero políticamente ese es el resultado que el poder deseaba.

En el discurso deportivo se le llama formación Budrog al escenario que le montaron a “Makinaolandera”, pero de lo que tratará mi próxima entrega será del excelente libro del sintaxero Alexis Gómez Rosa, “Prosas de un peso welter. 147 libras en formato de libro”. A esta constitución de jurados, pero sin la regla de oro, por error del seleccionador los tres árbitros no dieron esta vez en el blanco.

La esperanza de hoy es que el Ministro de Cultura retome la tradición de nombrar tres  jurados ganadores de premios anteriores para cada género. Para esto hay que estar bien entrenado en las contradicciones del mundillo literario e intelectual dominicano. El antiguo Secretario de Estado era responsable de lo que hiciera el Director de Cultura. Hoy el Ministro de Cultura es responsable de lo que haga el seleccionador de los jurados. Los Ministros del ramo tienen la responsabilidad de decidir o variar dicha composición de acuerdo a la estrategia política de la cartera a fin de evitar ser piedra de escándalo social. Para esto existe solamente una vía: Constituir los jurados con personas que éticamente estén fuera de toda sospecha y parcialidad con camarillas o tengan conflictos de intereses con concursantes; que estos jurados, a través de sus obras, hayan hecho aportes incuestionables reconocidos socialmente y que sean dignas de juzgar, de acuerdo a su especialidad, los libros sometidos a su consideración.

Mi primera aventura con un jurado sándwich fue en 1976 cuando concursé con mi libro “Escritos críticos”. Uno de los jurados del libro fue el difunto Pedro Mir. El libro contenía un ensayo radicalmente crítico a su libro “Apertura a la estética”. Con los otros dos jurados, Antonio Fernández Spencer y Federico Henríquez Gratereaux, miembros distinguidos del partido del signo, el resultado era previsible: premiaron un ensayo de 23 páginas que envió una profesora de secundaria desde los Estados Unidos.

El jurado de 1983 es el  tipo de jurado por el que abogo en el párrafo antepenúltimo. Fue ese jurado el que me otorgó el premio de ensayo a mi tesis doctoral. A partir de esa fecha enviaba mis libros a concurso, pero siempre me pusieron un jurado sándwich. En 1985, la titular de Educación, Ivelisse Prats de Pérez, al producirse un percance con mi libro “Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo XX”, zanjó la cuestión al decidir que no me otorgara el premio porque ya yo lo había ganado en 1984 y había que dar oportunidad a otros escritores, tal como se hablaba de diversificar en aquel decenio la producción agrícola.

Desde 1984 hasta el otorgamiento del premio de novela a Viriato Sención fui jurado unas veces en ensayo, en poesía o en cuento. Los Directores de Cultura seguían mal que bien la regla de oro, pero después de la ascensión del Partido de la Liberación Dominicana al poder, se politizó todo en materia de cultura y jurados. Jamás volví a ser jurado ni a ganar ningún premio anual.

Y eso ha tenido que ver con mi posición crítica con respecto a los escritores y poetas chatarras y su adherencia al partido del signo. El Premio Nacional de Literatura que se me otorgó en 2007 sepultó, juntos, a todos los miembros del partido del signo.

De modo que, poeta Gómez, siga siendo un sintaxero. Algún día le otorgarán el Premio Nacional de Literatura.

 

(*) Publicado en Areíto del periódico Hoy el 14 de junio de 2014 y reproducido en Acento.com.do de la misma fecha.