Los trenes ejercen sobre mí una influencia hipnótica, me infunden una nostalgia ligada a la tersura del papel, la fragancia del pegamento y la naftalina, derivada de cuentos infantiles, comics y novelas de vaqueros que leía con fruición, Cuando me acerco a una tienda de motivos navideños, lo que más disfruto son las réplicas de pueblitos entre montañas a los cuales, como culebras zigzagueantes, circunvalan trazados de rieles que estruendosamente recorren réplicas de locomotora a vapor.
En mis viajes al exterior siempre acostumbro visitar estaciones ferroviarias antiguas, como en 2005, cuando de la mano de la maestra de danza Norma García y su esposo Julio Suárez visité Cuba, hospedándome en su residencia de la Habana vieja, próxima a las remodelaciones de impresionantes edificios coloniales que realizaba Eusebio Leal. Fui a coordinar detalles del concierto que Pablo Milanés ofrecería en el Centro León, en el marco del Festival Artevivo. En mi primer recorrido me dirigí a la casa museo Máximo Gómez y luego, por supuesto, al parque del Museo del Ferrocarril situado en la antigua estación Cristina, construida en 1859 en el Vedado. Allí supe que Cuba había sido uno de los primeros países en construir una red ferroviaria, una década antes que España. Entre locomotoras de vapor, diésel y eléctricas, de vía ancha y estrecha, me hice la pregunta: ¿Qué pasó con los trenes en República Dominicana?
imaginemos Santo Domingo y Santiago a una hora de viaje confortable, seguro y barato, para trabajar, estudiar o fiestear diariamente…
Cuba se extiende 1250 kilómetros a lo largo, distancia que hace indispensable los trenes. Nosotros ocupamos el 74 por ciento de La Española, la segunda isla en tamaño de las Antillas, con trayectos aproximados de unos 490 kilómetros de Punta Cana a Dajabón y 180 kilómetros de Barahona a Puerto Plata de forma directa (aérea) que, vía la Autopista Duarte, obligados por la Cordillera Central, se disparan a unos 518 kilómetros. Estas distancias nuestras justifican también un sistema ferroviario para el transporte de grandes cantidades de mercancía y pasajeros, a alta velocidad y bajo costo por un uso eficiente de combustible, de baja contaminación y siniestralidad. Recordemos que, gracias a los trenes, Estados Unidos pudo comunicar sus costas del Atlántico y las del Pacífico, conquistar el Oeste y más allá.
Pronto descubrí que nuestros gobernantes decimonónicos y de principio del siglo pasado apostaron al desarrollo de una red ferroviaria nacional. Dos proyectos vieron luz entonces, y ambos en el norte: El ferrocarril Sánchez-La Vega, con ramificaciones de unos 130 kilómetros, y el ferrocarril de Puerto Plata a Santiago, con un trazado de 68 Kilómetros. Este último fue inaugurado el 16 de agosto de 1897 simultáneamente en Puerto Plata y en Santiago, con la presencia de Ulises Heureaux (Lilis), quien preveía unir el país por la vía férrea con un ramal que uniera a Monte Cristi y Santo Domingo, pasando por Moca, La Vega, Cotuí, Yamasá, un ferrocarril del Este y otro del Sur.
Sin embargo, de igual manera que hizo trizas la libertad, Rafael Leónidas Trujillo desmanteló este visionario proyecto. Unos dicen que deseaba aprovechar las vías, vagones y locomotoras para el uso de sus propios ingenios azucareros; otros piensan que buscaba centralizar la economía nacional en su ciudad Trujillo y, consecuentemente, contar con mayor control político y militar, evitando un medio de transporte que pudiese movilizar rápidamente a expedicionarios e insurgentes.
En la actualidad, Puerto Plata está comunicada con Santiago, Moca y Salcedo por diferentes carreteras. Tan cerca como este 22 de julio se puso en operación la reconstruida y ampliada autopista Navarrete-Puerto Plata, con una extensión de 46.8 kilómetros. Objetivamente, una red ferroviaria nacional sería un proyecto mayor de nación, pues beneficiaria a todos los sectores productivos, acercando de forma segura, económica y rápida, todas las comunidades.
Los trenes son de poco impacto ecológico, lo cual permitiría trazar rutas por nuestras áreas verdes y parques protegidos e incluso atravesar nuestras cordilleras, integrando al norte y al sur. Con los puertos de Haina, Santo Domingo, Boca Chica, Multimodal Caucedo, San Pedro de Macorís, Puerto Plata, Samaná, Azua, Barahona, Manzanillo, La Romana y Pedernales unificados por esta vasta red ferroviaria, se haría realidad la aspiración de nuestros empresarios agropecuarios e industriales de convertir a República Dominicana en una potencia exportadora. Así sí estaríamos aprovechando competitivamente nuestra posición geográfica estratégica.
Atrevo una pregunta a los planificadores del Estado: ¿Y si con el presupuesto para la Carretera del Ámbar se construyese, por ese mismo trazado, el primer tramo del Ferrocarril Dominicano?
A ojo de buen cubero, pienso que la inversión no diferiría significativamente, se mantendría el objetivo de optimización de la comunicación terrestre y sí se maximizarían los beneficios para la región y el país.
Por demás, imaginemos Santo Domingo y Santiago a una hora de viaje confortable, seguro y barato, para trabajar, estudiar o fiestear diariamente…