Si bien los principios de la bondad son accesibles a la razón, la bondad humana, en la práctica, es una función de los sentimientos que la razón dirige”. Ellen Meiksins Wood

El autor de uno de los tratados políticos más trascendentales de estos tiempos, Azorín, al iniciar la obra que ha aspirado el proceder de aquellos que hemos hecho de la ciencia que procura el mando y la obediencia, parte de nuestro diario vivir “El político” afirma categóricamente, que: “La primera condición de un hombre de Estado es la fortaleza”.

Al igual que Azorín, creo convincentemente que, en un político, deben conjugarse elementos característicos que impregnen al oficio de dirigir a otros, principios y valores que hagan del arte, una lucha incesante por mejorar la vida de los pueblos. Que destaque en sí mismo, un elevado sentimiento de justicia social y solidaridad con aquellos, que la desdicha los ha obligado a vivir bajo el infortunio de la miseria.

La misión de un político, debe estar enfocada en la realización material de los sueños de la gente común, en la construcción de un mundo donde los derechos de todos sean respetados y donde prime el amor por el prójimo, como fórmula perfecta para el establecimiento del orden colectivo. El fin de todo gobernante, debe estar centrado en el bienestar de todos, en disminuir las barreras de desigualdad y evitar privilegios groseros de grupos sociales en detrimento de otros.

Los grandes líderes se forjan a base de fuego, y en su interior resplandece el brillo del oro y valor del diamante. De ese material está hecha Carolina Mejía, una mujer cuyo carácter, es el idóneo para establecer desde el cabildo, las acciones necesarias para fomentar y ejecutar las políticas públicas que hagan del Distrito Nacional, el hogar de sus conciudadanos.

He revisado letra por letra su plan de gobierno, he conocido de primera mano sus ideas para lograr que la Ciudad Primada de América transite las vías de la modernidad y la prosperidad. La conozco, y apuesto a su genio apacible como figura que resalta al exponer con naturalidad lo que piensa, a su juicio y su noble corazón, para dirigir con la templanza y el coraje necesario, una institución estrechamente vinculada al porvenir de la gente.

En ese cóctel de virtudes que la hacen merecedora de conducir los destinos de la ciudad, habrá que decir que, entre esas cualidades que la adoran, Carolina, sabe escuchar con atención el clamor de los suyos, le imprime pasión a la política mientras camina cada rincón de Santo Domingo, a veces inadvertida del riesgo que asecha. Eso genera seguridad y confianza en los electores, ávidos en ocasiones de políticos cercanos, empáticos con vocación verdadera de servicios como ella es.

Su empeño en realizar un plan para dirigir la ciudad, aterrizado y digerible, demuestra la madurez alcanzada en el corto tiempo que lleva en los afanes de los discursos y los abrazos. Al verla trajinar bajo el manto de la emoción que supone ser recibido con entusiasmo por los capitaleños; acudo a Gregorio Luperón, quien resumió la bondad humana como fuerza motora de la razón para citar a su compañero Ulises Francisco Espaillat diciendo. “Carolina es una mujer buena, que es más que ser honrada, que es más que ser inteligente, que es más que ser justo, y teniendo ella juntas esas cualidades juntas, la hacen una mujer excepcional