Si hay algo que saludar de las Farides y la Carolinas es su coraje al afrontar el ruedo político, un desafío latente para las mujeres latinas que, a pesar de los logros alcanzados, no consolidan garantías que respalden la igualdad de oportunidades para ubicarse como protagonistas del sector,  lo que les impide contribuir en el refuerzo de la sociedad civil y la ampliación de la democracia.

Pero hay una Carolina que, aunque se ha lanzado al mar con los tiburones, no quiere zambullirse entera y ha dejado la cabeza afuera en la deliberación pública con sus homólogos masculinos.

La hija de Hipólito ha decidido ser la voz ausente y necesaria del debate municipal, silenciando todo lo que representa una mujer  en un estado de derecho que la sigue excluyendo: su aptitud multitarea, “con una mano doy biberón y con la otra redacto un correo”,   por ejemplo.

Hasta ellos lo saben: las féminas tienen cualidades de la que los varones carecen, y es precisamente eso lo que se necesita en la esfera pública y política.

Sus habilidades de negociación, de autocrítica, de insistencia, y hasta la propia destreza de gobernar a los hombres.

Más que demostrado está que el debate sigue siendo el mecanismo más expedito para enterarnos, además de los proyectos de un candidato, su capacidad de reacción e improvisación, su posición frente a temas polémicos y no menos, su carácter.

El conjunto de elementos a los que Carolina huye ahora que compite por la Alcaldía del Distrito Nacional frente a cinco varones con arraigo popular, y, aunque unos más fieros que otros, todos dispuestos a debatir, mientras ella corrobora estar a las órdenes de un titiritero.

A menos de un mes para la escogencia del cabildo más recio, el capitalino, su inasistencia a las contiendas cara a cara afectará el buen desarrollo de una campaña deliberativa y  hará que, como de costumbre, los votantes elijan la cara viril que les resulte familiar.

En América Latina el porcentaje de mujeres en el Poder Legislativo se ha incrementado de manera notable, en paralelo a las políticas de discriminación positiva, como las leyes de cupos o las cuotas, que en República Dominicana exigen no menos de un 40%  para las candidaturas femeninas.

A pesar de lo anterior, aquí sigue existiendo una tremenda disparidad de género que se acentúa si consideramos que la representación mujeril en el ámbito municipal está, por lo general, confinada a comunidades muy pequeñas.

Para “seguir por el buen camino”, defender las propuestas puntuales para los males atávicos de nuestra gran ciudad, y los sobrados méritos que alega tener, “la hija de Hipólito” deberá demostrarnos que es más que “la hija de Hipólito”. Carolina no puede irse sin hablar.