La sátira, lo grotesco, lo cínico con humor son parte del lenguaje escénico del carnaval. Su ausencia reduce mucho el espacio de cuestionamiento al orden social, personajes e instituciones, que ha de cumplir el carnaval.
Es notorio cómo se esfuma del carnaval nuestros temas sociales, ridiculización de personajes de alcurnia, o simplemente críticas y sátiras sociales que el tiempo de carnaval, su permisión social abren el escenario para que el pueblo se manifieste en sus anchas, ante los contratiempos de la vida social y que su condición de ciudadano pobre, le deja reducidos momentos para expresar inconformidades…No obstante, cual es la manera de hacerlo? A través, no sólo de lo grotesco, lo deformado, lo caricaturesco, sino el ingenio popular, los parlamentos con los cuales se acompaña su verbalización de la realidad, que nunca será un discurso plano o lineal, un manifiesto, o un documento.
Estas críticas, estas sátiras se hacen con los medios que el carnaval permite y obliga: el arte popular, el ingenio en la forma de decir las cosas, los usos del ridículo como práctica escénica o la sátira mordaz pero siempre burlona,
La crítica social es la que más llama la atención en el carnaval, fijémonos cómo se espanta y disfruta la gente cuando es representado simulado, grotesca o mordazmente un hecho de la historia, un personaje de poder, un político o un ciudadano importante o tal vez una institución o un hecho de la realidad social. Una denuncia hecha con elegancia, arte popular o sátira burlona, pues no se ven como una denuncia política, sino como un tema de risa, con trasfondo crítico.
El escenario festivo, alegre y de risa del carnaval se ve de pronto intervenido por una denuncia social que se toma como alguno natural, pero no se asimila como un discurso tradicional, más bien se ve como algo que produce risa… queda en el inconsciente el mensaje, con sentido de burla.
El asombro es del público que en la diversión se hace presente un tema tan expresamente grotescamente presentando que no causa pudor, todo lo contrario una risa de aceptación, por ver cómo el espacio público es usado para estas denuncias, ya que el pueblo llano no tiene oportunidades en las instituciones y los espacios reservados para ello en la sociedad, para hacerlo, se apropia de estos espacios y de la festividad para expresar a su manera y con su lenguaje propia, cualquier tema descompuesto de la sociedad, de ahí su valor social.
Es oportuno que los carnavaleros entiendan que la convocatoria no es solo divertimento, sino que el escenario y sus calles son apropiados para la denuncia con sentido creativo, popular, talentoso y original, respetando precisamente el lenguaje carnavalero.
En la antigua Roma medieval, el carnaval de —- era un espacio para enmascarar los protagonistas, exagerar los personajes, desvirtuar la pureza, torcer lo moralmente frágil y hacer de la crítica social, una tribuna en sus calles.
En la vida colonial nuestra, el carnaval fue varias veces prohibido entre otras cosas por el hecho mismo de que sus críticas a las autoridades (civiles y eclesiales) y su propio desenfreno, causaban irritación al poder colonial. Muchas autoridades incluso formaban parte, de manera clandestina del mismo carnaval, los tentaba la fiesta popular que es de origen español.
En distintos momentos de nuestra historia, sobre todo los gobiernos de Trujillo y Balaguer, fueron censores del carnaval, tanto por su expresión neta de cultura popular, como por sus idoniedad para la crítica social y la manifestación del malestar social, esta vez enmascaradas su denuncia en el lenguaje carnavalesco.
La represión no eliminó ni la crítica, ni la sátira ni su desenfreno festivo y desbordante y el carnaval, en zig-zagueo, avanzaba y retrocedía. Hoy tenemos un carnaval muy desarrollado, masivo, con muchas y buenas carnavales y, en medio de una anomia social que ha reducido el cuestionamiento social, ha desactivado la protesta y la criticidad social.
Ante este proceso que también se hace presente den el carnaval, advertimos que estas críticas sociales, la denuncia, la sátira y el cinismo como denuncia y apoyado en la burla y lo grotesco, se ha ido diluyendo de nuestras comparsas y de la inspiración de nuestros carnavaleros y cuando parecen, lo hacen alejadas del lenguaje carnavalero, perdiendo su importancia, pues en ese lugar aparece como un panfleto político o una vulgar denuncia social, el carnaval tiene sus propias formas, su lenguaje para hacerlo.
Retamos pues a los carnavaleros a que retome el camino y que sea parte del crecimiento y la calidad de nuestro carnaval, la denuncia y la crítica social, siempre con la burla que le es propia y con el lenguaje semiótico y la parafernalia del carnaval.