Los habitantes originales de la isla de Santo Domingo, no conocieron el carnaval europeo de carnestolendas.  Este llegó con los españoles en el proceso de colonización.  Además de sus dimensiones lúdicas, tenía funciones de catarsis social, en la racionalización de ruptura de una moral religiosa hipócrita, impuesta y obsoleta que chocaba con las expectativas de una élite que afloraba exitosamente con el surgimiento de la industria azucarera colonial.

El carnaval se convirtió en una necesidad en los diferentes momentos de la formación de la sociedad dominicana,  ausente durante la ocupación haitiana y la guerra restauradora, prohibido durante la primera ocupación norteamericana, manipulado y racionalizado durante la dictadura trujillista,  y  convertido posteriormente en  espacio  contestario, en “conquista social”, por la creatividad popular y el protagonismo histórico del pueblo dominicano.

El carnaval de carnestolendas europeo, urbano,  desde sus inicios coloniales comenzó a ser transformado en el proceso histórico de  redefinición  de las clases sociales y el Poder, pasando a ser una “reivindicación popular” en el espacio postrujillista, profundizando su identidad con el impacto de concientización de la dominicanidad como resultado del protagonismo del pueblo en la jornada histórica de abril de 65.

Con la definición e imposición de una dimensión neoliberal de pretender convertir al carnaval en una mercancía, se debate en una tendencia comercializada de convertirlo en un show, en un espectáculo definido por el “preciosismo” en  la alienación de que sea como el de Rio de Janeiro y la dimensión caracterizadora de la identidad en la dominicanidad.

En este proceso de ser o no ser, prevalece a nivel oficial la visión obsoleta, ahistórica, de carnestolendas, reforzada por la terquedad e insistencia de las iglesias católica-cristianas,  pesar de que el carnaval colonial que llegó de España ya no existe más, porque ha sido transformado, criollizado, por la capacidad creadora e innovadora del pueblo dominicano.

Aunque plátano maduro no vuelve a verde, en una acción antidialectica, las elites luchan por la imposición absurda de un carnaval urbano, en un tiempo que en el país es una nostalgia, pero que el pueblo como protagonista contestario tiene su propio calendario de celebraciones que va más allá de la Semana Santa y más allá de la Cuaresma.

Para estas elites, la cuaresma debe de ser sagrada, como hace muchos años, cuando prevalecía la visión del mundo medieval católico-cristiano, legitimado  por la complicidad de esta con el Poder.  Impusieron y todavía prevalece a nivel oficial la hegemonía de una visión religiosa del mundo como válida.  Solo es verdadera, su  interpretación de lo sagrado y de lo profano de la Semana Santa es potestad suya,  sin preguntar por el respeto por los que no son creyentes o tengan otras creencias.

No importa, todos, tienen que obedecer, sus comportamientos y su accionar tiene que ser acorde con esta imposición ideológica-filosófica-religiosa, que cada año pierde más credibilidad, porque miles de personas cambian el templo por la playa, el rezo por el alcohol y el recogimiento por la chercha, como expresión de inconformidad y de libertad. 

Ocurre que hay otras visiones del mundo diferentes, con interpretaciones que no corresponden con la oficial.  La Semana Santa coincide con la llegada de la primavera, en contextos donde prevalece la sequía y la explotación como el Sur Profundo.  Su llegada es un preludio simbólico  del inicio de las lluvias y por lo tanto, de transformación de la naturaleza, donde al agua al preñar la tierra da paso a las flores, a los frutos y con ellos al amortiguamiento del hambre.

Este acontecimiento de transformación de la naturaleza, es de regocijo para los afectados, es una fiesta  colectiva.  Ahí nace, el Carnaval Cimarrón que coincide con la Semana Santa. La hemos bautizado así, no porque los cimarrones tuvieran carnaval, sino porque el cimarronaje es un concepto histórico y antropológico, ideológico, que implica una actitud de rebeldía, contestaría, de lucha, en contra de la represión, la arbitrariedad y la explotación.

El Carnaval Cimarrón, es una respuesta contestaría a la imposición e ideologización represiva de una visión del mundo de las elites del Poder, en una conciencia de identidad, porque es una respuesta cultural-espiritual de una celebración que se realiza en contextos rurales, fuera de la fecha colonizadora oficia de carnestolendas, obedeciendo a una situación de relación con la naturaleza,  en espacios socioeconómicos contradictorios y que coincide con la Semana Santa.

En la visión colonizada, alienada, estas actividades culturales-espirituales por parte de los ideólogos oficiales han sido  condenadas, rechazadas y reprimidas, considerándolas como demoniacas, profanadoras y hasta haitianas-africanas, antinacionales, que deben de ser prohibidas y eliminadas, sin comprender que las mismas son expresiones de la cultura dominicana, herencia africanas,  recreadas por la creatividad popular y que forman parte de nuestra identidad, convertidas en patrimonios de nuestra cultura popular porque hay un Gagâ y un Vudú dominicano.

La fiesta de la Dolorita en Villa Mella, el jueves anterior a la Semana Santa, pertenece a la llegada de la primavera y los Negros de la Joya, en Guerra, los tiznaos de Miches, los Cocoricamos y los Tifuas de San Juan de la Maguana, los macaraos de Bánica, las Cachúas de Cabral,  las Máscaras del Diablo de Elías Piña, así como el Gagá de San Luis, Boca Chica, Polo, en Barahona y el Gagá de Elías Piña, constituyen el Carnaval Cimarrón, expresiones marginadas, clandestinas, no reconocidas por los dinosauros del Poder y los sectores nazifacistas que todavía viven en las cavernas de la cordillera central.

Solo la discriminación y el racismo, no permiten comprender que esas manifestaciones no deben ser reprimidas y menos  prohibidas, si  queremos ser coherentes con la Constitución Nacional, el respeto a los derechos humanos universales. Hay un Gagá, un vudú y un carnaval cimarrón, patrimonios nacionales, expresiones de la dominicanidad y variables de orgullo de nuestra identidad nacional.