Nunca pensé que existiría un dentista más temido que Rubicundo Loachamín, personaje del libro Un viejo que leía novelas de amor, del chileno Luis Sepúlveda. Rubicundo recorre los puebluchos de la Amazonia arrancando dientes podridos sin más equipo que unas pinzas (¿oxidadas?), sin más consultorio que el caluroso escenario del puerto, sin más anestesia que un par de tragos de licor. Sin embargo, el caso del dentista holandés Jacobus Van Nierop condenado a ocho años de prisión, deja al personaje literario en calidad de beato.

Van Nierop llegó en 2008 a Château-Chinon, una población de unas tres mil personas en el centro de Francia. Dice el semanario Le Nouvel observateur, que fue recibido casi casi como el mesías, pues en aquellos parajes abundan los bosques y el buen vino pero no los odontólogos.

Cinco años fueron suficientes, ¿o demasiados?, para que pasara de ser una célébrité local a un prófugo de la justicia. Hoy mira a sus víctimas detrás de los barrotes y aun cuando recupere su libertad; nunca podrá volver a ejercer. ¿Por qué? Por haber mutilado a un centenar de pacientes y por haber defraudado a la Seguridad Social. En pocas palabras, por haber saciado su enfermiza avidez de sangre y dinero, sin importarle la salud de sus atendidos ni los mandamientos éticos de cualquier profesión.

A Violette, leo en Le nouvel obs, le propuso cambiarle sus amalgamas gastadas. Parafraseando a Monterroso, cuando ella despertó de la anestesia, siete de sus dientes ya no estaban allí. Era su modus operandis: anestesiar excesivamente al incauto que sólo iba a tratarse una caries pero que al final acababa con la encía perforada, con parálisis facial, con daños irreversibles. Si alguno de sus pacientes alegaba un dolor excesivo, lo calmaba con un “los dientes son organismos vivos, el dolor es natural”.

El Colegio de dentistas empieza a vigilarlo desde 2011. Al principio solamente por la forma desmedida de promocionarse; luego, es alertado por otros odontólogos que deben reparar las carnicerías inauditas; más tarde, las víctimas forman una asociación que tomará fuerza durante el juicio.

Mientras tanto, el holandés es un hombre notorio. Se casa con una rubia despampanante y la “contrata” como asistente. Quién no quisiera ser atendido por la versión francesa de Marilyn Monroe. Alumna ejemplar, también hará de las suyas: Tiene un diploma apócrifo expedido en Tailandia y a veces olvidaba retirar las compresas de la boca durante las curaciones. Sin embargo, lo más ¿sorprendente, hilarante, novelesco?, la real vocación de la chica era posar en revistas especializadas…de esas dizque para caballeros.

Hacia finales de 2012 la charlatanería de Jacobus Van Nierop ya no puede ocultarse en su convertible deportivo o en su casita pequeño-burguesa, así que cierra sus consultorios –tenía dos para “sanar” más gente en menor tiempo–. ¿Los motivos? Una “oportuna” parálisis del brazo, que se enyesa en cuanto el colectivo de víctimas comienza a enfrentarlo.

No es sino hasta el otoño de 2013 que el Colegio de dentistas le retira el permiso para ejercer. La policía está a punto de “echarle el guante” pero el carnicero, se evapora en un acto de escapismo.

Lo encuentran en Canadá, en Nuevo Brunswick, donde logra esconderse gracias a una mujer a la que enamora por internet. Francia había girado una orden internacional de captura, así que mientras la policía derriba la puerta, el dentista del horror (como lo bautiza la prensa) se abre las venas intentando, fallidamente, suicidarse. Al parecer pretendía de esta manera, evadir de la extradición.

¿Sentirán alivio las numerosas víctimas al ver al carnicero tras las rejas?, ¿cómo procurarles una pizca de justicia cuando les han jodido la dentadura y el bolsillo?, ¿quizás el respiro de que el dentista no vuelva a cometer atrocidades?

Rubicundo era un hombre rudo pero bondadoso, en cada viaje le llevaba a Antonio José Bolívar Proaño las cursis novelas de amor que eran su debilidad, nunca negó a sus pacientes y nunca sacó más dientes de los necesarios.