La Era de la incertidumbre

El estudio Desigualdad en América Latina y el Caribe: ¿ruptura con la historia? publicado hace unos años por el Banco Mundial, revelaba con bombos y platillos la archiconocida precaria situación de la Latinoamérica y Caribe actuales: "ésta es una de las regiones con mayor desigualdad en el mundo", anotaban sorprendidos los autores a la vez que recordaban, cómo el decil más rico de sus habitantes se queda con el 48% del ingreso total mientras el más pobre sólo recibe el 1.6%; y cómo tal desigualdad era diez veces mayor que la observada en Asia y veinte veces más respecto a la de Europa.

En pleno 2012 el panorama de las principales naciones caribeñas luce un tanto alucinante: mientras Puerto Rico permanece como el más viejo estado colonial de la región, Haití sobrepasó la categorización de "Nación fallida" para arribar a la surealista y trágica condición de antipaís. Cuba, por su parte, sobrevive entre dos orillas, atrapada en un tranque político que ya cumple medio siglo. Jamaica aparece no sólo como destino de playas paradisíacas, sino también como escenario de batallas urbanas entre sofisticados narcotraficantes y policías, un rutinario acontecer alimentado por el fuego de la desigualdad y la alta densidad poblacional. Y la República Dominicana vive la democracia en un pueblo cada vez más engañado por líderes que al parecer, entienden que el dictador aún no ha pasado de moda.

No sorprende entonces que grandes sectores de la población caribeña, robados de esperanzas y aterrados por la pobreza intenten solucionar sus males escapando en aviones, botes y yolas convirtiéndose de tal forma en una de las comunidades transnacionales más grandes del mundo. Cuatro de los países del Caribe han alcanzado la lista de las diez naciones latinoamericanas de mayor migración, que en promedio han "expulsado" a más del cinco por ciento de su población y a gran parte de la comunidad profesional. Esta oscura Era de la incertudumbre, insertada por el académico Thomas D’Agostino en las últimas décadas del pasado siglo XX y en la primera del XXI, está caracterizada, según ha indicado Keith Nurse, por el auge acelerado del envío de remesas por parte de los expatriados antillanos (más de 5 mil millones de dólares en 2010 solamente por los jamaiquinos y dominicanos); por la proliferación de redes transnacionales; por el menoscabo de la soberanía de la nación-estado; y por el surgimiento de identidades culturales híbridas.

Habría que añadir al panorama caribeño del presente muchos otros males: el grave delito de la trata de personas, mujeres y niños que se venden y compran en una suerte de nueva esclavitud tolerada en nuestras propias narices; el reto que el descuido al medioambiente, las catástrofes climáticas y el manejo inadecuado de los recursos naturales plantea a la ya difícil situación de pobreza y desorden geográfico provocada por una urbanización desordenada que concentra los sectores poblacionales más dinámicos

–la mano de obra barata– en los centros productivos de la gran ciudad. No podría olvidarse tampoco la precaria situación de salubridad que enfrenta la región amenazada por viejas y nuevas enfermedades: el cólera, y en particular el SIDA, cuya tasa de infección en la región sólo es superada por el África subsahariana.

Caribe 2.0

El siglo XXI que dibuja el paisaje de hermosas playas y destinos turísticos aparecidos en CNN –ese nuevo oráculo de la modernidad– esconde otra realidad: la paradójica repetición de la historia de la injusticia:

Hace mucho tiempo que el oro y la plata se agotaron de las canteras de los ríos del Caribe, por lo que ya no es necesario esclavizar a indígenas y negros para extraer el mineral. En vez de ello, se trafican niños y mujeres, valiosos rubros del creciente mercado del sexo regenteado también por modernos "negreros" extranjeros. La industria azucarera y la agricultura, pilares productivos de la región, han pasado a un lejano quinto plano. La economía de Zonas francas (Maquiladoras, Sweat Shops) en el argot local, las farmacéuticas y franquicias manufacturan todo tipo de objetos y servicios a los que la mayoría de la población difícilmente tiene acceso.Los Estados, pilares de la colectividad, tal como los soñaron los Padres y patriotas fundadores, hoy son meros administradores de la banca privada y la inversión internacional mientras las remesas, y no los gobiernos, sostienen las economías nacionales.El Caribe cesó de importar mano de obra y se convirtió en uno de sus principales exportadores: millones de hombres y mujeres que en Estados Unidos y Europa trabajan para sobrevivir y sostener a sus allegados. Ellos son verdaderos agraciados portadores de Visas para un sueño.No bastó con que la historia del Caribe fuese escrita con las letras del poder, hoy también se intenta borrar la memoria: la nieta del dictador dominicano Rafael L. Trujillo recibe el Premio Nacional de Novela por la autoría de una  apologética memoria de su abuelo; la Universidad de Puerto Rico amenaza excluir el español de sus aulas, y Jean Claude -Baby Doc- Duvalier regresa impunemente a Haití a fin de "ayudar a su pueblo".

El universo de las islas flotantes

Alejo Carpentier respondió a un entrevistador que el concepto de la superioridad de la cultura aria estaba errado, que la pureza de una cultura no es sólo imposible sino desestimable. Destacaba el escritor cubano que la riqueza del Mediterráneo florecía desde la contaminación que nos legó todo el pensamiento filosófico y matemático. Si bien la conquista nos hizo conocer la violencia, es también cierto que nos dio elementos como el español, que se proyecta cada día con fortaleza inusitada, ni hablar de la plástica y la música. El tránsito del ser caribeño y su presencia en el mundo se expande en los lugares que ha conseguido asentarse en su traslado a Tierra Firme; es también muy valioso lo que trae de vuelta cada vez que regresa a las Antillas. Caribe es diferencia e individualidad. El delirio de lo local y el escándalo del universo. Ése Caribe, el 2.0.