Tanto tiene que ver la ciudad con el río Ozama, que podríamos llamarlo su verdadero centro. Pero no solo centro geográfico: su centro neurálgico, el motivo de su emplazamiento. La capital de República Dominicana fue fundada dos veces, una en cada margen del río (quizá por eso los habitantes de cada margen llaman al lado que no es suyo “el otro” lado). Se me ocurre pensar que este centro es hoy de otro tipo… uno simbólico: el Ozama es un dibujo de la exclusión. ¿Y no es acaso ese, hoy por hoy, el corazón de Santo Domingo? 

La película Caribbean Fantasy muestra un personaje que cruza el río, ese es su quehacer. Trescientos pesos le deja la semana en la yola, a remo. Caribbean Fantasy es también una historia de amor, la de este personaje con una mujer que está también con otro hombre, padre de sus hijos. El amor se caracteriza por establecer este tipo de vasos comunicantes entre cosas que aparentemente no comulgan. Distrito Nacional y Santo Domingo Este, la ciudad y los márgenes del río. 

El amor es la posibilidad de esta relación, el tender hacia el Otro lado… 

aunque nunca se llegue.

Veo Caribbean Fantasy como un hermoso retrato de la ciudad que ha olvidado su centro. Digo hermoso porque creo que mostrar el sucio, la miseria, la desdicha, lo puede ser. La plaga verde ya cubre el río en días de sol, pero cuando baja la lluvia todo lo que se ve, arriba y abajo del agua, es basura. No impide esto que los niños jueguen en un parque construido con retazos de gomas en la orilla, y que el chicharronero fría el cerdo en un cubo de aceite dejado en la ribera. Este paisaje es coronado por un gran vestigio de hojalata, un barco abandonado —con la nobleza de una nao— cuya plataforma aún reza en letras mayúsculas: NO SMOKING. 

¿Cuándo la mirada se torna espectáculo? ¿Cuándo la imagen es violencia? Quizá puedo responder la misma pregunta en afirmativo: en las imágenes de Johanné Gómez Terrero veo belleza, y no violencia, porque vienen acompañadas de una pregunta. La pregunta por el Otro. La pregunta por el otro lado. En sus imágenes veo que lo que otros no queremos ver, ella lo hace suyo: incluso el río, incluso el sucio, incluso la exclusión toda ella junta. Nulla estetica sine etica, enseña la filósofa Begoña Román.

La directora entra a la película en tanto que personaje en un diálogo con su otro personaje femenino: la amante del yolero. Diría que el protagonista es él. Sin embargo, la directora-personaje entabla un diálogo de mujer a mujer. Las respuestas que consigue son una revelación. En primer lugar de la moral vigente, la misma que en otros estratos sociales, pero llevado —por obra del hambre— a su manifestación más desnuda: ella necesita de dos hombres que provean, para que le puedan dar “lo que una mujer necesita”. El acuerdo entre los tres es tácito, y bastante exento de conflicto. Ella, a cambio, se encarga de los trabajos de cuidado de las dos casas (lavar, cocinar, barrer…), en relación de tiempo directamente proporcional al beneficio obtenido de cada uno de ellos. En ecosistemas pudientes —cuando el hombre proveedor puede da a muchas mujeres “lo que necesitan”— la dinámica se reproduce entre un hombre y varias mujeres. Parece distinto, pero es la misma moral, quizá menos desnuda.

Lo otro revelador es el tipo de proximidad que tiene con el yolero. Es evidente que lo quiere y se divierte con él (en el río, en el colmado), pero lo único que vemos entre ellos son golpes. Es el contacto que queda a quienes hasta la caricia les ha sido negada.

Caribbean Fantasy es también la otra historia de amor. Y no es la primera vez que la veo, en esta isla. Así como el amor anciano, el amor de los feos y el amor de la diversidad sexual han estado mayoritariamente silenciados, también lo ha estado el amor de los pobres. Porque el melodrama (telenovela) no califica de retrato ¿verdad? Allí vemos cosas importantes, pero son otras. Lo que se visibiliza aquí es que siempre hay necesidad de otro, incluso en el seno de la gran necesidad.

Creo que nos hacen falta más de estos retratos que construyan autoestima. Es un tema que si persisten conmigo, revisitaremos: la construcción de la identidad desde la imagen, en tiempos que los empresarios de cine hablan de marca. Nada sustituye la belleza de mirarse a la franca, y estoy convencida que ante esa belleza espectadores vendrán. Una acepción de franqueza es “lo despejado, lo libre de obstáculos”, como un río que se abre paso hacia el mar. ¿Qué es verse a sí mismo? ¿Cuál es el retrato? Las propias historias, la propia experiencia, no las fórmulas importadas. Identidad, no marca. Valorarse, no posicionarse.

Les parecerá que hago un dibujo cruel, con mis palabras, de la ciudad que habito. Pero no. Escribo desde el más profundo agradecimiento. Y la mirada que vi en Johanné hace eco de él. No lo vi en La Gunguna, ni en Código Paz, lo vi en Caribbean Fantasy. Barcos, podredumbre, puentes… ¿fantasía?

Algo me llama, del otro lado… a amar como los personajes del río.

A amar como amo yo.