A quién no le gusta Ricardo Darín, el actor argentino cuyo carisma está sustentado en cientos de cintas. A lo largo de su carrera ha interpretado desde un funcionario judicial que escribe sus memorias en El secreto de sus ojos (ganadora del Oscar a la mejor película extranjera en 2010); hasta un embaucador sin escrúpulos que incluso, tima a su propia familia en Nueve reinas o el ‘nene’ cariñoso que le organiza la boda a su madre, enferma de alzheimer en El hijo de la novia; sin olvidar al tipo solitario que le busca hogar a su perro en Truman. Así que cuando vi que pasaban su última película Capitán Kóblic, fui a verla sin dudar.

En Capitán Kóblic del director Sebastián Borensztein, Darín encarna a un piloto. No a cualquiera, sino a uno de la Fuerza Aérea. Son los días nefastos de la dictadura militar (1976-1983). Si juntamos estos términos: aviones y dictadura, irremediablemente saltan los llamados vuelos de la muerte, uno de tantos métodos abominables que la Junta utilizó para borrar «subversivos». A los presos políticos que previamente habían torturado, se les aplicaba un somnífero antes de arrojarlos al mar en pleno vuelo.

En ese tenor, la audiencia supone que Kóblic, ha conducido uno de esos aviones o que se ha negado a hacerlo. Por un lado, al capitán lo atormentan sin cesar imágenes borrosas que se suceden en la cabina de un avión y por el otro, vemos cómo se esconde en un pueblo perdido de la pampa, donde volará un aeroplano fumigador. ¿A qué le teme, a sus fantasmas, a sus superiores, a ambos?

Los diálogos escasean, la actuación pasa más por los gestos, por las miradas, por los silencios: « para ser porteño hablás poco », le recrimina el comisario del lugar, que es un auténtico hijo de puta; interpretado por Oscar Martínez.

El tema de la dictadura no es ajeno para Darín, pues en 2002 filmó Kamtchatka (Marcelo Piñeyro). También en aquélla hay una huida, un refugiarse de la represión bestial, aunque la historia está contada a través de los ojos de Harry, el hijo de 10 años…Uno imagina que Kóblic está en el bando de los malosos, pese a que éstos no tarden en ir a por él, ¿por desacato?, « Yo también tengo limites», le dice molesto a un colega que le niega su ayuda.

El espectador pese a todo, como bien señala Silvina Ajmat de La Nación, se queda con el “polaco” Kóblic, en este thriller donde no falta ni el amor, ni la venganza, ni la muerte. Un amor además salvaje como el entorno, casi animal, en el que las palabras salen sobrando: « no nos hagamos preguntas», le aconseja Nancy al capitán, la encargada de la gasolinera. Ella soporta su propia tragedia, que va más allá del hecho de vivir en un pueblo olvidado y de padecer a un “marido” violento. Inma Cuesta, nos cautiva con su belleza andaluza, con sus artes de gaucha (va a caballo a sus encuentros prohibidos), con sus ojos nada mudos.

Una película donde el público no tiene tiempo ni de parpadear, puesto que Boresztein se inventa un western para hablarnos de la dictadura: un fuereño llega a un pueblucho, tendrá problemas con el sheriff y sólo mediante la sangre se hará justicia.

En pocas palabras, el film nos recuerda un capítulo negro en la historia argentina que, lamentablemente no se limita a aquel país. En efecto, por esa misma época la fuerza aérea de México de no lo hizo diferente en las costas de Guerrero… por algo la nombraron la Guerra Sucia.