El escritor español Emilio Bueso, no muy conforme con la retórica práctica de la salvaje evolución del capitalismo, ha manifestado las preguntas siguientes: “¿Queréis creer en el capitalismo? ¿Queréis creer, pongamos, en el paradigma de la igualdad entre los ciudadanos? ¿Son iguales ante la ley dos fulanos que no pueden pagarse el mismo bufete de abogados? ¿Son iguales ante el mercado laboral dos trabajadores que provienen de sistemas educativos diametralmente opuestos? ¿Son iguales ante el doctor los enfermos independientemente del Centro de Salud del que provengan? ¿Si todos tenemos las mismas oportunidades, cómo es que los hijos de los ricos siguen siendo ricos? ¿Cómo es que todos los ciudadanos sueñan con llegar lejos en esta vida si luego lo cierto es que la fama y el poder son inalcanzables para la práctica totalidad de las personas de este mundo? ¿Cabe entonces hablar del sueño americano? ¿Tiene algún sentido hablar de igualdad de oportunidades cuando el dinero domina nuestras vidas y el dinero se hereda? ¿Puedes soñar con salir de la miseria mientras los bancos te cobran intereses por tus deudas y les pagan réditos a tus jefes por sus depósitos? ¿Estás tú remunerando a tu banco y alimentando a un empresario? ¿Y cómo has hecho para meterte en semejante estafa?”
Definitivamente, son preguntas para reflexionar, no en un simple Congreso de cinco días, sino para sirvan de autocritica constante a esos que ejercen o hacen ejercer sobre el mundo el sistema capitalista, a todas luces no muy justo, pero pragmáticamente el que más se acercado en toda la historia de la humanidad. Créanme, perticularmente me ha costado tener que admitirlo.
El gran problema nunca fue ni es de producción, es de distribución. Este es un mundo en el cual se despilfarran 1,300 toneladas de alimentos, de los cuales 670 toneladas corresponden a países desarrollados y 630 a países en desarrollo. Un mundo, en el que a pesar de que se vive mejor, según el centro de estudios internacionales “Millenium Project”, pues la esperanza de vida al nacer promedio a nivel mundial ha aumentado de 64 años, a mediados de la década de 1980, hasta los 68 años en la actualidad; la mortalidad infantil ha disminuido de 70 muertes por cada 100,000 niños a aproximadamente 40 muertes; la pobreza extrema, definida por el porcentaje de personas que viven con menos de US$1.25 diarios, disminuyó del 43% en la década de los 80’s, hasta no menos de un 23% en la actualidad; las inscripciones en la secundaria aumentaron de un 45%, a mediados de la década de 1980, hasta rondar el 70% y el número de conflictos armados se reducido de 37 desde la misma fecha hasta poco menos de 30. Pero aún existe pobreza pues mal viven 870 millones de personas hambrientas o desnutridas, de las cuales el 98% están en países en desarrollo y un gran porcentaje son mujeres. Siendo más específicos en el mundo se derrocha un 30% de los cereales que se producen, un 20% de los lácteos, 30% de alimentos marinos, 45% de frutas y hortalizas, 20% de carne de res, 20% de legumbres y oleaginosas y un 45% de raíces y tubérculos. Todo según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) por sus siglas en inglés.
Hace unas semanas en la cumbre de los G-20, celebrada en China, en la que se planteó la preocupación de la mala distribución de los beneficios de la globalización. Allí fue manifestada, por fin, la necesidad de repensan y desarrollar un capitalismo más justo. Particularmente, no creo que el motivo sea moral, sino más bien por el hecho de que algunos están convencidos de la esa necesidad evolutiva del sistema capitalista. Ese que historicamente mayor versatilidad ha mostrado para evolucionar, para reinventarse.
El evidente rechazo al modelo actual ha generado frustraciones que dan paso a los proyectos proteccionistas y nacionalistas. El caso de la crisis política en España y el mismo Brexit, quizas les han llamado la atención. Hace poco The Economist publicaba, más o menos, que la tradicional división entre la derecha y la izquierda puede estar generando otras dos corrientes entre las que una propugne por mantenerse abiertos al comercio, la inversión, así como la inmigración y otra que tienda a cerrarse, con el objetivo de garantizar su identidad y bienestar.
Es inminente que el sistema evolucione, para que subsista y mejore. Civilizar el capitalismo es la propuesta, vía mejorar la distribución de las riquezas. Para eso es indispensable fortalecer los mecanismos del marco regulatorio económico mundial, mitigar a su mínima expresión la corrupción y la evasión fiscal, así como supervisar de forma eficiente el poder financiero en la economía global. Esto debe ser concomitante con políticas tendentes a igualar las oportunidades de los individuos y la protección, no parasitaria, de los más desfavorecidos. Empoderándolos, vía una educación de calidad, que les ayude a insertarse.
Las contradicciones de los intentos de gobiernos tendientes a la expropiación de la propiedad privada en el mundo, con un propósito socialista en busca de la quimera del comunismo, fueron evidentes desde sus inicios. En la impuesta limitación y control de la libertad del hombre a pensar y hacer se forjó el cáncer que les hizo sucumbir. Ciertamente, el capitalismo tiene otras formas de inducir a pensar tal y como los poderosos desean (publicidad, modas, etc.), pero hay definitivamente hay más libertad, más opciones y más oportunidades (Aunque no las suficientes).
No dudo que el sistema se reinventará, ya lo ha hecho en circunstancias, quizás peores. La historia muestra con muchos ejemplos que no es cosa de la buena o mala fortuna, es de voluntad política.
Reitero que las preguntas del Sr. Bueso son validas y para reflexionar, pero no hay otro mejor. Aunque es inminente que debe mejorar. Ciertamente, el capitalismo evolucionará, así se irá gastando y desaparecerá, como todo. Definitivamente, dada su versatilidad, tiene sus siglos contados