El Capitalismo toca a las puertas de la sociedad cubana y algunos anuncian el fin del monopolio estatal sobre la economía. Pero solo es un ruido y nada más. Cincuenta años de control absoluto no se tiran por la borda así como así. Aunque los tiempos y las circunstancias exijan nuevos caminos o alternativas.

De la noche a la mañana, las ciudades y pueblos de Cuba han sido testigos del surgimiento de miles de pequeños negocios privados. Aparecen rápido, sin avisar. Viviendas transformadas en cafeterías o tiendas de ropa o talleres para el arreglo de equipos electrónicos. Espacios públicos alquilados con el propósito de vender artesanías u objetos para el hogar. Si se hace dinero, cualquier sitio sirve.

Ante el rumbo que van tomando las cosas, una minoría de ciudadanos (por lo general, intelectuales o profesores universitarios) se muestran insatisfechos y afirman que el mercado y sus demonios no constituyen la solución a los problemas del país. En cambio, son escasos los que mencionan soluciones prácticas, y demasiados los que divagan acerca de teorías de determinados economistas y filósofos de ultratumba. Y la cruda realidad continúa imponiéndose.

Lo curioso de la historia es que durante décadas los medios de comunicación y el sistema educativo enseñaron y dijeron a la gente que la propiedad privada era un invento macabro. Hoy, ese invento macabro salva los intereses y los proyectos trazados por los rectores de la economía nacional. Cuestión de palabras y malentendidos. Somos humanos, ¿no?

Fuera de la Isla, muchos creen que ya el sistema capitalista, duro y puro, tomó las riendas de país y que dentro de poco aparecerá una clase de empresarios adinerados, al margen del Estado. Risas y carcajadas. ¡Ingenuos! Las leyes aquí fueron escritas para que los negocios particulares permanezcan enanos por siempre, mientras los negocios estatales crecen y crecen. La Gran Empresa privada y cubana, por el momento, resulta un sueño pospuesto.

El experimento de los pequeños empresarios independientes, si se les puede llamar de esa forma, garantiza cientos de miles de empleos que el sector estatal no puede seguir costeando. Asimismo, paga mejores salarios y otorga un status social más respetable. ¡Bienvenido entonces!

Quizás el mayor de todos los problemas que encuentran los propietarios privados sea el relacionado con la adquisición de las materias primas. En la actualidad, el país carece de un mercado mayorista, benévolo en materia de precios, que satisfaga la demanda. Y las tiendas administradas por el Estado, en moneda fuerte, se convierten en la única opción. O, de lo contrario, se acude al «mercado negro o subterráneo», lugar repleto de maravillas y excelentes ofertas.

Las autoridades, por su parte, culpan al embargo o bloqueo económico estadounidense de las calamidades que sufre la economía cubana y ponen de ejemplo la ausencia de productos para abastecer, al por mayor, a los nuevos «empresarios» nativos. Sin embargo, ¿por qué no se permite que los propietarios privados establezcan contratos de compra y venta, sin intermediarios, con empresas extranjeras?, ¿cómo es posible que el sector privado encuentre tantos obstáculos en el proceso de importación y exportación comercial de materias primas o mercancías? Sencillo. El Estado mantiene el control absoluto sobre la economía y se niega a ceder un ápice de ese poder. Lo demás es pura fantasía, un simulacro de falsa apertura capitalista (los medios de prensa oficiales hablan de Socialismo del siglo XXI y Carlos Marx, en su sepulcro, queda estupefacto y desconsolado).

Recientemente, la Asamblea Nacional aprobó una Ley de Inversión Extranjera con el propósito de impulsar la entrada de capital foráneo. Expertos en el asunto señalan que constituye un paso de avance respecto a anteriores decretos, aunque persisten las trabas en temas específicos. Los empresarios extranjeros pueden invertir; los propietarios cubanos residentes en la Isla, no. Otro punto negro radica en que los trabajadores serán escogidos por entidades estatales y presentados a los inversores. ¡Con esos tiros…!

El capital inicial de los pequeños empresarios particulares en Cuba proviene de múltiples fuentes. Los emigrados cubanos, sobre todo en Estados Unidos y Europa, llevan la delantera, pues aportan grandes sumas para que familiares o amigos monten sus negocios. También algunos campesinos exitosos miran más allá del surco y participan en la creación de restaurantes o en la compra de medios de transporte para el uso público. Y hasta los ciudadanos simples exprimen los bolsillos y levantan cafeterías en los portales de sus propias viviendas. La fiebre «capitalista» se apodera de todo y de todos, y nadie quiere perderse la comparsa de moda.

La descentralización de la economía cubana debe ser real y auténtica. El sector privado necesita espacios y manos libres para actuar, siempre dentro de un marco legal que salvaguarde los intereses de la nación y no de un grupo específico. La empresa nacional, sea particular  o estatal, tendrá que asumir el liderazgo que le corresponde por naturaleza. El Estado tiene que dejar su papel de policía y, con el apoyo de la mayoría de la población y de las fuerzas políticas, convertirse en juez, justo e imparcial. Por el bien del pueblo y de toda Cuba.