Así como se habla de capital en sentido económico, de capital humano para referirse a las capacidades de las personas, y de capital social a las redes de relaciones que mejoran las oportunidades de vida, también hay capital político que refiere al aval ciudadano de la gestión política.

Cuando Leonel Fernández volvió al poder en el año 2004, tenía un gran capital político. El gobierno de Hipólito Mejía había colapsado en medio de una crisis económica y el desatinado intento reeleccionista. La población dio a Fernández el timón de la nación con 57% de los votos, el porcentaje más alto registrado hasta la fecha por un candidato presidencial durante el período democrático que se inició en 1978.

El restablecimiento de la estabilidad macroeconómica trajo confianza al país y permitió un repunte en los niveles de aprobación de la figura presidencial y de muchas instituciones públicas, tal cual revelan las encuestas comparativas de esos años.

Con ese capital político, Fernández se embarcó durante ocho años en la construcción de grandes obras de infraestructura, algunas controversiales como el Metro de Santo Domingo, e hizo casi todo lo que se propuso, independientemente del nivel de apoyo popular con que contara, aunque siempre aseguró apoyo en las altas esferas. En su reforma constitucional consiguió además incluir al PRD a través del pacto con Miguel Vargas.

En los momentos de mayor oposición a algún proyecto, Fernández llamaba al Palacio Nacional a los directores de medios de comunicación para concitar su apoyo; o a veces las protestas coincidían con sus estadías fuera del país.

En la psiquis política dominicana, Leonel Fernández había reemplazado a Joaquín Balaguer en el caudillismo ilustrado y eso le dio margen de rejuego político. Además, ha comandado la masa balaguerista y sus organizaciones políticas.

Enfocado en construir grandes obras de infraestructura, cambiar la Constitución para restablecer la reelección indefinida (no consecutiva), moldear las Altas Cortes, y fomentar un proceso de acumulación de capital entre sus colaboradores, Fernández perdió conexión con las necesidades y demandas del pueblo dominicano.

El punto de inflexión fue la lucha por el 4% del PIB para la educación. La insistencia de Fernández en desestimar esa legítima demanda develó un mal uso de capital político. En el 2011, su popularidad declinó, y en ese contexto la popularidad de Hipólito Mejía repuntó de manera inesperada.

Sin duda, Leonel Fernández cuenta con una base electoral propia y una estructura de poder político y económico que lo coloca en una posición preeminente en la vida política dominicana, pero su declive en popularidad documentado en diversas encuestas, fue producto del desencanto de muchos con su estilo de gobernar a espaldas de las necesidades y aspiraciones de amplios segmentos de la población.

Danilo Medina no cuenta con los recursos discursivos de Fernández ni tiene aún una base electoral propia, pero ha llenado el hueco que dejó su antecesor estableciendo cercanía con la gente, mostrando frugalidad, y atendiendo algunas necesidades de la población. Esta es la fuente de su capital político.

Hacia adelante, el desafío de Medina es cuáles medidas tomar y qué proyectos impulsar para mantener en alto su popularidad, y por ende, disponer de capital político para accionar en un contexto adverso de bajo crecimiento económico y precariedades sociales acumuladas.

Invertir recursos en servicios públicos para mejorar significativamente el nivel de vida de la gente requiere combatir la corrupción y la ineficiencia en la administración pública. Pero un año después de la inauguración del gobierno, la pregunta se mantiene en el tintero: ¿se embarcará Danilo Medina en esta tarea o será buchipluma no más?

Artículo publicado en el periódico HOY