Las políticas nacionales, hoy más que antes, están determinadas por lo que ocurre en el ámbito internacional. Las fuerzas hegemónicas definen en muchos casos la suerte de los países con menor desarrollo; pues los conflictos de las grandes y medianas potencias, con sus luchas por los mercados, las materias primas, los puntos geográficos considerados estratégicos; sus bonanzas, auges o decadencias, pueden marcar el futuro de naciones con altos niveles de dependencia, cuestión que se acentúa con el irreversible proceso de globalización.

Nuestra isla fue partida casi a la mitad gracias a los conflictos de las potencias europeas que, tomando el Caribe como puerta de entrada de lo que luego se conocería como América, la convirtieron en centro de operaciones para sus incursiones en territorios vecinos, dejándonos por herencia las constantes ocupaciones de españoles, franceses, ingleses y holandeses que dejaron el asentamiento definitivo a los dos primeros, para luego, en medio de acuerdos que finiquitaron conflictos bélicos, repartirse los cerca de 78 mil kilómetros cuadrados.

Francia llenó de trapiches e ingenios los más de 27 mil kilómetros cuadrados de su parte en el Oeste; España hizo el esfuerzo, pero los franceses buscaron mercado para el azúcar producida en su territorio conquistado, convirtiendo esa colonia en la más prospera de todas, en razón de que llegó a suplir casi todo el dulce que consumía el mundo. En cambio, los españoles disminuidos por sus derrotas en Europa no estuvieron en condiciones de colocar lo producido en la parte de su dominio, cuestión que determinó que sus más de 48 mil kilómetros colonizados del Este se hundieran en una profunda y prolongada pobreza.

Latinoamérica, en su conjunto, fue un escenario en el que se reflejaron los conflictos de las potencias europeas. En la ola libertaria levantada por Simón Bolívar se expresó el conflicto entre españoles e ingleses. Los británicos trasladaron su escenario de confrontación hacia nuestro continente respaldando las acciones de El Libertador con el propósito estratégico de debilitar a su rival en momentos que ya se hacía imposible despojarlo de las tierras conquistadas en el Nuevo Mundo.

La incursión británica en los movimientos libertarios latinoamericanos, en violación a los “pactos de neutralidad”, estaba precedida del involucramiento de Francia en el proceso de independencia de las Trece Colonias, una movida francesa alimentada por su derrota a manos de los ingleses en la Guerra de los Siete Años y el insistente propósito de debilitar y aniquilar al imperio rival, cuestión que logró a medias y a costa de su propio debilitamiento económico como consecuencia de la cantidad de recursos aportados a los independentistas del norte de América.

La cuestión es, que los conflictos en el viejo continente terminaron definiendo la configuración de las nacionalidades americanas, e incluso el perfil futuro de cada una de ellas, un fenómeno que ha estado presente en la historia de la humanidad desde el propio nacimiento del Estado y el surgimiento de los grandes imperios, que a lo largo de las diferentes civilizaciones han determinado, en gran medida, la conformación y modificación continua del mapa mundial con fronteras ajustadas a sus cambiantes intereses.

El proceso permanente, inevitable y acelerado de la globalización, que crea una marcada interdependencia caracterizada por multipolaridad o el “multicentrismo”, le dan carácter de integralidad global a las políticas públicas que son, cada vez más, parte del tejido internacional que no admite decisiones nacionales al margen de este contexto. No tener conciencia de esto para actuar de conformidad con esta realidad, y sacar provecho de ella, es inhabilitarse para conducir un Estado atado a estas nuevas y viejas complejidades.