Y al joven cocolo le cogió con cantar un góspel… canciones de esas que cantaban las abuelas tras los ingenios. Bachatas de discolai para dormir leones. Now come with me to the emptiness, improvisó el bacano. Emptiness that generates the warm light in the white walls of this house of heaven. Feel how your heart is full of nothing like these no way out streets.
Y mil cosas que parecen diferentes, pero que determinan lo mismo. Así como los calcetines regados en la habitación. Y tuvo una idea el moreno: reconociendo lo exasperada que estaba su “suya caballo”, se levantó de la cama y buscó entre los discos. Tomó uno, le dio vuelta, y verificó el número de la canción adecuada. Y como siempre o casi nunca, tarareó al oído de la virgen, suavemente: “Eran como dos extraños prometiéndose deseos, como dos, enamorados…” Dijo, cantó, sin quitarle el vestidito de seda violeta.
Echamos uno, dos. Dormimos abrazados. El monstruo de cuatro pies y dos cabezas sueña: Afuera, el aire se movía acondicionado por el Atlántico. Sí, estábamos en un hotelito de pueblo en Puerto Plata. Adentro, en la cama habían pétalos de rosa que mancharían las sábanas de muchos hilos y que pagaríamos con oro del que cagó el mono. Yo te enamoré con todos mis veintitrés años y mi mirada a lo Giamaría Volonté. Tú, literalmente, volabas, porque si no, ¿cómo es que estás aquí en este mediodía de verano, abofeteándome con uno de los vientos de esta ciudad, que es la dueña de todos?
Para hacerte mía en el final del cuento no necesito la memoria, ya me inventaré yo tu perfume, respiraré en tu mejilla, y te demostraré que el que no baila no come bizcocho.