Todavía parece increíble la noticia. Se ha revelado que, con fecha Mayo 31, la campaña de Donald Trump para la Presidencia de Estados Unidos sólo contaba con 1.3 millones de dólares en el banco, contrastando con la de Hillary Clinton cuyos fondos de campaña ascendían a 42 millones. Algunos de los mejores comentaristas políticos se atreven a hablar de la bancarrota de su campaña.
Todavía falta mucho tiempo y Trump ha prometido utilizar sus propios recursos, pero la realidad es que el dinero llueve en los esfuerzos de recaudación de la campaña demócrata y brillan por su ausencia en la republicana. No me refiero tanto a los partidos como a los fondos de campaña de sus presuntos candidatos. Los partidos tienen sus propios recursos.
Eso no es todo. La desunión entre los republicanos es la mayor desde 1964. En aquellos tiempos, un amplio sector se negaba a apoyar la aspiración de Barry Goldwater a la Casa Blanca, pero si aquello se compara con la situación actual pudiera recordarnos una pacífica discusión entre niños de escuela durante un picnic.
Se habla constantemente de los esfuerzos de importantes líderes republicanos por negarle la nominación a Trump a pesar de tener un número claramente mayoritario de delegados a la Convención del partido que se celebrará en Cleveland. Muchos que sólo afirman que “votarán por el candidato de su partido”, ni siquiera mencionan que Trump es ese candidato. Es alto el número de figuras del partido, incluyendo expresidentes y excandidatos presidenciales republicanos que se niegan a asistir a la Convención de Cleveland. Otros siguen intentando lograr postular a un candidato cuyo nombre se desconoce todavía. Alguien así como “El hombre internacional de misterio” de la película de Austin Powers de 1997.
Ahora conocemos la desorganización de la campaña de Trump, la cual fue muy efectiva durante las elecciones primarias debido a la atención que la prensa dedicaba a las declaraciones y excentricidades del candidato y a la débil respuesta de sus adversarios. El equipo de Trump no estaba listo para las elecciones generales. La dinámica de las elecciones cuando se conocen con seguridad absoluta los candidatos es muy diferente a los enfrentamientos en las primarias.
Un dato que no puede olvidarse es el siguiente: por cada persona que trabaja de tiempo completo para la campaña de Trump hay diez trabajando para la de Clinton. Y eso sucede en un país en el cual la maquinaria de los partidos tiene que estar lista mucho antes de terminar el proceso de las primarias.
Otra noticia de la semana fue la destitución por Trump del director de su campaña. Algunos señalan como motivo el hecho de que las encuestas no son ahora favorables al aspirante republicano. Sucede que las encuestas reflejaban la contienda entre Hillary Clinton y Bernie Sanders. Este último sigue pronunciando sus discursos, pero reconociendo a sus oyentes que se unirá a la campaña de la Clinton con el propósito de derrotar a Trump.
Seguir mencionando los problemas del famoso empresario pudiera llevarnos a la exageración. Todavía existe la posibilidad, remota, pero real, de que todo cambie antes de noviembre. Pero se le opone la más abrumadora mayoría de las mujeres blancas y de los hispanos y casi toda la población afroamericana. Su poco probable, pero todavía posible triunfo, sería una gran sorpresa. En las primarias Trump logró 14 millones de votos, pero en las elecciones generales votarán alrededor de 130 millones de estadounidenses.
En Estados Unidos no se llega al poder sin invertir cifras altísimas de millones de dólares.Es sorprendente que el candidato más rico tenga la campaña infinitamente más pobre. Si desea competir con alguna posibilidad real de victoria tendrá que invertir de su propio dinero, como prometió al principio. Los grandes capitales le han abandonado.
Donald Trump, contando con sólo el apoyo de un sector republicano se enfrentaría en noviembre a la más elaborada maquinaria electoral contemporánea, preparada cuidadosamente desde hace mucho tiempo por una exsenadora y exsecretaria de Estado que se propuso llegar de nuevo a la Casa Blanca. No como Primera Dama sino como Presidenta de los Estados Unidos de América. Pero cuatro meses y medio es mucho tiempo en política.