"Estamos instalados en la sociedad de la apariencia, en la que es importante parecer lo que no se es. Se prima lo superficial sobre el fondo" (Dr. Mariano Velilla).
Mientras sobrevivimos transitando los recodos y recovecos de nuestra sociedad supérflua, descubrimos las burbujas que se forman a nuestro transitar, que en algún momento la velocidad implacable del viento, estrellará contra cualquier superficie hasta aniquilarlas.
De los militares amigos aprendí una frase que retrata el comportamiento cotidiano de una muchedumbre incontable de seres humanos que habitan las demarcaciones geográficas de nuestro territorio dominicano: el bulto, el allante y el movimiento. Aparentar, allantar con el movimiento, para reflejar una acción o posición inexistente, y así complacer las expectativas de los otros. En la sociedad de la apariencia -apunta Jennifer Delgado Suarez- la esencia no importa…el único objetivo es convertirse en un símbolo de estatus a través del cual comunicamos nuestra supuesta valía a los demás. Allí reside nuestra tendencia a llamar la atención con objetos materiales y actitudes, no solamente en nuestros lugares de trabajo, sino también en nuestro vecindario, grupos de amigos, la comunidad, las redes sociales. La apariencia es un trofeo a conquistar, no importa cuánto cueste.
Qué refleja eso de nosotros como sociedad?. En primer lugar nuestro materialismo aberrante e incuestionable. En segundo lugar, y más desgarrador aún, “una sociedad que idolatra la apariencia”, como bien apunta Alan Watts. La apariencia nos carcome en el supermercado, y preferimos las hortalizas y vegetales grandes y hermosos, aunque estén repletos de químicos, fitohormonas y procesos transgénicos. Prima la obsesión por la apariencia física de mujeres que sacrifican su salud física y sicológica acorralada por la ansiedad para cumplir las metas de la modelo, de labios gruesos, bustos enormes, traseros voluminosos, vulvas extravagantes y cintura como las avispas, en la nueva mercancía del mercado.
En las calles, se nos estruja en la cara un modelo de vida del éxito que no tiene explicación ni historial. Quienes más trabajan, no viven acorde a su trabajo ni a su capacidad. Sufren la humillación de los avivatos y políticos corruptos que han sabido ser más tigueres en el manejo de la cosa pública. Y se pasean en sus yipetas, exhiben sus mansiones y bienestar de progreso que contraste con la mayoría de sus vecinos. Ni siquiera hablar de quienes lavan fortunas, en acciones ilícitas.
En la sociedad de la apariencia vivimos para los demás y tratamos de cumplir aquellos parámetros que ellos esperan de nosotros, vivimos para la fachada y despreciamos el contenido, sobrevaloramos estar bien con los jefes y no con el desempeño laboral, nos estresa la falta de un like de las redes que el contenido publicado, preferimos el teléfono inteligente aunque nos cueste una fortuna que aquel que desempeña las funciones que deseamos, idolatramos el exceso de utensilios y accesorios en la casa aunque no podamos movernos dejando de lado aquello necesario y útil, y todo eso para lograr ser felices.