La presente entrega no es para nada una casualidad. Precisamente en la noche del pasado 13 de octubre se celebró el debate electoral entre los candidatos a la presidencia por el Partido Demócrata de los Estados Unidos de América. Ello, ciertamente, solo deja un amargo sabor a celos y decepción en nosotros, los dominicanos.

La República Dominicana, conforme a las innovaciones que ha traído consigo el siglo XXI, cuenta con alta tecnología médica, comercializa y maneja los medios de transporte de mayor esplendor, disfruta de los más paradisiacos hoteles, entre otros lujos. Sin embargo, es innegable que en el aspecto político ha decidido quedarse en pañales.

Desde que tengo uso de razón, nuestro humilde país nunca ha celebrado un debate presidencial tendente a que sus ciudadanos conozcan a fondo cuales son los proyectos que figuran en el plan de gobierno de cada candidato. Estados Unidos, por su parte, celebró su primer debate presidencial en 1960 en el cual se sostuvo un icónico enfrentamiento entre John F. Kennedy y Richard Nixon.

El dominicano se ha acostumbrado a votar por aquel que (i) le de lo suyo si gana; (ii) pertenezca al partido que le simpatiza; (iii) se vea menos marrullero; (iv) no parezca más de lo mismo. En fin, en todos estos años no ha existido un método objetivo de difusión de propuestas que permita a cada ciudadano definir cual será su posición ante las elecciones que se avecinan. Por lo que es inminente la necesidad de implementar dentro del proceso electoral presidencial un debate público y frontal entre los candidatos. ¡Dejémonos de excusas! No es necesario esperar la tan anhelada ley de partidos para poder exigir a nuestros candidatos que comparezcan ante el paredón y se sometan al cedazo del escrutinio social.

Claro, siempre estarán aquellos desconsiderados que votarán por sus propios intereses y/o por el que le ha garantizado su botellita cuando tenga la batuta. Ahora bien, está igualmente claro que el mal ejemplo no es el indicador a evaluar al tomar una decisión de esta naturaleza.

Intentos para celebrar el referido debate han habido. En 2012, por ejemplo, numerosos titulares estuvieron ocupados por la noticia de que un debate podría ser celebrado entre los entonces candidatos y que este sería organizado por Grupo Corripio y CNN Español. No obstante lo anterior, el aclamado evento nunca sucedió y hoy, para nuestra suerte o desgracia, contamos con el liderazgo del presidente Medina. Las malas lenguas cuentan que uno de los candidatos se echó hacia atrás a última hora y, como siempre, todo se fue al carajo.

A nuestro modo de ver las cosas, el que pretende ejercer su derecho al voto de manera consciente e íntegra como nosotros, no tiene más opción que elegir a aquel que tiene la mejor trayectoria, el mejor manejo durante la campaña y que menos corrupto aparenta. La verdad es que no nos queda de otra.

Yo no sé usted pero yo no conozco a Abinader, ni a Reinaldo, tampoco a Francisco Javier y en mi vida había oído de Temo. No me malinterprete. Había escuchado de la mayoría pero, para los fines que nos ocupan, sé de ellos lo mismo que sé de ingeniería aeroespacial: nada. Sus métodos de campaña son eminentemente arcaicos; ¿como pretenden que todo un pueblo conozca su plan de gobierno yendo a mítines a vociferar frases bonitas, patrióticas y rebuscadas como si aún estuviéramos en pleno siglo XIV? Parecen tener un complejo duartiano: gritan y gritan a sus compatriotas para no desanimar en la batalla.

Supuestamente ya estamos implementando el 4% para la educación que tanto reclamábamos a gritos y, por ende, según pasa el tiempo, la sociedad dominicana se vuelve más pensante, más capacitada, más educada. Requiere de aún más herramientas para ejercer su derecho al voto y decidir quien lo representará en el Palacio Nacional, razón por la cual se impone reevaluar los métodos de hacer campaña e, ineludiblemente, tomar por costumbre la celebración de un debate presidencial previo a las elecciones.