A mis amigas Ruth Herrera,
Ylonka Nacidit-Perdomo
y Mayra Lillian Castillo Lara.
Tiende a destacarse en un escritor aquella faceta a la que con más empeño se dedica y en la que mayor esfuerzo divulgativo concentra, opacando otras zonas de su obra intelectual en las que han quedado registradas visibles huellas de la diversidad de su talento creador, que solo con el tiempo alcanzamos a ver y a valorar. Es el caso de la humanista dominicana Camila Henríquez Ureña (1894-1973), quien en el campo de la enseñanza es considerada una leyenda en Cuba y en algunos centros académicos de los Estados Unidos de América. En ambos países le fue otorgado ―algo no común— el título de Profesora Emérita: en la patria de Martí, por la Universidad de La Habana en 1970; en la patria de Whitman, por Vassar College en 1959, año de su jubilación y de su retorno definitivo a Cuba.
Pero además de ser una ejemplar maestra y una de las pioneras en las luchas feministas en América Latina, también fue poeta, cuya calidad literaria mereció la atención del poeta español Juan Ramón Jiménez (1881-1958), Premio Nobel de Literatura 1956; de la poeta chilena Gabriela Mistral (1859-1857), Premio Nobel de Literatura 1941; y del poeta, también español, Jorge Guillén (1893-1984), Premio Miguel de Cervantes 1976, primero en obtener ese galardón. De esas tres egregias figuras de la literatura universal fue Camila amiga y con ellos interactuó en diversos escenarios, tanto en ambientes académicos como de modo informal, compartiendo el vino, la amistad y la poesía.
Tres facetas, en el plano intelectual, le han merecido reconocimiento dentro y fuera de su patria natal a la única hija de Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897): la de brillante ensayista, la de rigurosa crítica literaria y la de magistral conferenciante, pero muy pocos son los que saben que —al igual que sus padres y que sus tres hermanos mayores (Francisco, Pedro y Max)— ella también escribió poesía. Conocemos veinte de sus textos poéticos, de los cuales varios fueron opinados por su hermano Pedro y por Juan Ramón Jiménez. De ellos habrá recibido Camila sugerencias quizá en lo que respecta a la creación poética.
A continuación transcribimos su poema «La raíz», del que Juan Ramón Jiménez anotó: «Es lo mejor que ha dicho, en general». Camila lo escribió en Santiago de Cuba en el mes de diciembre de 1934:
LA RAíZ
«Sobre los campos danza la gracia de las flores
y resuena la verde sonata del follaje;
se han vaciado en el aire mil ánforas de olores;
el color fluye y colma las venas del paisaje.
Mientras mi pie devuelve a la ardorosa tierra
el beso de las ramas que rozan mi cabeza,
yo pienso en la raíz que en el polvo se entierra,
pedestal ignorado de la vital belleza.
La raíz que en silencio, como madre amorosa
mantiene al fruto, oculta bajo la opaca alfombra,
y extiende con la rama y eleva con la rosa
hacia la luz, el lento trabajo de la sombra.
Lo externo puede siempre renovarse. La hoja
cae, el tallo se quiebra, la flor pierde sus galas,
el fruto aguarda una mano que lo acoja,
mas la vida no cierra su palpitante olor.
Y la planta renace, si la raíz atenta
Sostiene su latido misterioso y fecundo.
Ella nada posee, mas todo lo sustenta
Y por sus venas corre la fuerza que creó el mundo.
Amor, toda mi sangre te cierto por la herida.
¡Bébela y al sol alza tu impetuosa hermosura!
Soy una entraña, un nudo secreto de la vida,
una raíz, henchida de eternidad oscura».
«Vivaz» es un poema breve, que Juan Ramón Jiménez considera «Logrado» y Pedro Henríquez Ureña considera «Original. Moderno». Fue escrito por Camila en La Habana en julio de 1936:
VIVAZ
«Alta, fría, flexible,
con apariencias frágiles,
acero,
brutal mano de viento
la desnudó. Rehizo
su verde velo.
Labio de sol violento
la resecó. Le ofrece
rocío nuevo.
Boca ávida de hombre
la despojó. Ha brotado
para volver a darse desde dentro.
Sobre la tierra ruda,
sólo un poco de sombra, de frescura,
sólo un gesto, en silencio».
Una muestra más de la producción poética legada por Camila a las letras de la América hispánica es el poema «Viaje por el espejo», opinado también por Juan Ramón Jiménez y el humanista dominicano. El primero lo considera «Logrado» y el segundo, «Original»:
Viaje por el espejo
«Penetraré en tu fondo delicado,
transparente
tu transparencia,
en la profundidad que no se mide
con la materia.
Vagaré por tus largas avenidas,
tu inagotable sucesión de puertas,
me hundiré en tu universo de distancias
de cristal.
Déjame entrar en mí. Vengo cansada
de vagar por la imagen de mi sombra,
hacia adentro, sin alba de otros ojos,
¡sin miradas en la inmensidad!
En tu pupila viva,
navegaré a través de mi infinito,
hecha luz».
Pero tal parece que Camila nunca quiso dar a luz pública sus poemas, los cuales permanecen dispersos entre los volúmenes de sus obras completas. Esos textos poéticos fueron escritos por ella entre 1933 y 1944, datados en diversos lugares, registrados en sus diarios de viajes. Siempre fue discreta y rehuía la publicidad, restándole importancia a la publicación de sus trabajos, tarea de la que se encargaban sus discípulos: fue maestra todo el tiempo y la humildad intelectual fue su sello distintivo.
El 12 de mayo de 1936 Camila le envió al insigne Federico Henríquez y Carvajal (1848-1952) diez poemas inéditos, sobre los cuales el gran amigo de Hostos y de Martí, en carta que le enviara el 27 de junio de 1936 a Camila, le hace el siguiente comentario crítico, acompañado de una recomendación de publicación de los textos:
«… fueron leídos, para mí […] Carmita y Luis Adolfo,* deliciosamente, encantados todos con la honda y alta emoción lírica de tus diez poemas. Cuatro han sido leídos y recitados varias veces. Estos: “Alpes”, “En la orilla”, “Lamento de anochecer” y “La Raíz”. A esos —no menos dignos del lauro— agregamos luego: “Futuro” y “Vox Clamantis”. Hemos —aunque lo respetemos— opinado en contra de la incógnita silenciosa. La memoria de Salomé y de Pancho es acreedora a la ofrenda pública de la lira de la hija amada. De no, aunque sea por ahora, pide tu anuencia para una página, mía, en amor de mi sobrina y sus poemas. Guardaré la incógnita. Citaré versos o estrofas y acaso alguno de los poemas… El título de ese ensayo podría ser Una poetisa anónima o La poetisa ignorada».
Juan Ramón Jiménez coincide con Henríquez y Carvajal en la valoración del poema «Futuro»: «Ideas y expresión logradas». Fue escrito por la ilustre dominicana en Santiago de Cuba en abril de 1934:
FUTURO
«Cuando yo haya dejado de existir, en la vida
¿qué se creará con esta materia ahora reunida
en mí? Y esta energía, este aliento divino,
¿en qué transformaciones renovará el destruir?
Ser y no ser yo misma: continuar la existencia
disgregada, disuelta, esparcida en esencia.
Levantarme del polvo con la savia secreta,
ser con el viento, abrazo que circule el planeta,
con el agua, llevar en mí la claridad,
con el grano de arena, realizar la igualdad.
Repetir de la carne el gesto dolorido
en el cansado cuerpo de un animal sufrido,
y volver, con la muerte, a la inmortalidad.
Al ojo de la estrella dar mi curiosidad,
gemir con el mas ávido en todas las riberas,
brillar en las auroras de nuevas primaveras
y en invisible rayo de idea, con mi ardiente
inquietud, incendiar un alma indiferente.
Punto en el universo, vibración, chispa, arista,
átomo en todo. Acaso cuando mi yo no exista
se colme al fin mi anhelo de sentir y de ser».
Ahora bien, cabe una pregunta: ¿habrá aprobado Camila la propuesta que, preso de la emoción, le hiciera Henríquez y Carvajal? Esa «incógnita silenciosa» que alcanzó a ver el connotado hombre de letras en la misiva que le enviara Camila desde El Vedado (La Habana) parece haber quedado vagando en el tiempo. Del consejo recibido por Camila del Maestro de América Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) se podría deducir que la naciente poeta optó por el silencio poético y no dar a la luz pública sus poemas, como le había sugerido el erudito Federico Henríquez y Carvajal. El más sobresaliente de los Henríquez Ureña, en carta enviada desde Santiago de Chile el 21 de enero de 1937, le dice a Camila lo siguiente:
«Quería hablarte de tus escritos y eso pide tiempo: lo que yo no tenía. Así es que me traje, para escribirte, tus cartas y escritos, aquí a Santiago, donde estoy en un curso de verano…
No te aconsejo que te dediques a los versos. No porque estén mal los tuyos, sino porque en español hay demasiados poetas, y, de no ser uno de los mayores, el esfuerzo es poco lucido. Eso mismo que dices de tus versos debes ponerlo en prosa: sé que resulta más difícil; en prosa los sentimientos parecen confesiones descarnadas y en verso hay una apariencia de ficción, que permite mayor franqueza, por lo mismo que el lector no la toma del todo en serio: muchos poetas fingen sentimiento que no tienen o exageran. Escribe, pues, lo que pienses y lo que sientas, sin ánimo de publicar: después podrías escoger lo que te parezca prudente publicar. Pero guárdalo todo. Y féchalo. Como una especie de diario; pero no diario íntimo, en conjunto, sino cuaderno de apuntes en que escribas constantemente.
Tus versos revelan personalidad. Pero yo creo que esa personalidad se expresaría mejor en prosa. Por la mayor libertad de la forma. Y, pensando con cálculo, hay más perspectiva de interesar y de durar, en prosa, hoy, que en verso, a menos que sea uno de los poetas centrales, Jiménez, o Machado o Neruda. Ya ves que hasta Gabriela Mistral se ha trasladado a la prosa. Y Borges».
El connotado crítico e historiador literario Max Henríquez Ureña (1885-1968) también valoró de modo positivo la poesía de Camila. Incluso fue más receptivo que Pedro al considerar que sus composiciones merecían darse a conocer. Le propuso, incluso, publicar algunas de ellas en Repertorio Americano, revista de muy bien ganada fama en el mundo cultural hispanoamericano. El célebre autor de Breve historia del modernismo (1954) le comunica a Camila su valoración crítica en carta fechada en Londres (Inglaterra) el 14 de julio de 1936:
«Me han interesado mucho los versos que mandas a Guarina**. No creo incurrir en exageración si te digo que de un salto te has puesto en lugar envidiable dentro de la poesía femenina de América, que hoy tiene tan rico florecimiento. No habrá muchas que te igualen. Buena adjetivación, pensamiento elevado, sentimiento exquisito, ideas nada vulgares, y cierta aristocracia de expresión que se avalora con imágenes de buen gusto. No resisto al deseo de dar a conocer algunas de esas composiciones, y las mandaré a alguna publicación interesante, como el Repertorio americano de García Monge».
(Esa revista, de circulación semanal y de carácter internacional, fue fundada en 1919 por el maestro costarricense Joaquín García Monge; circuló hasta 1958. Queda pendiente investigar si en alguno de sus números posteriores al año 1936 aparecen publicados poemas de Camila Henríquez Ureña).
Max le hace reparos a algunos de los ocho textos poéticos de Camila, lo cual es propio de todo aquel que lee con sentido crítico. Y si es crítico experimentado, como en el caso de Max, todavía más: «No está de más hacer algunas observaciones», le dice él en su misiva citada al referirse a los poemas «Futuro» ―que considera «una de las composiciones más elevadas de concepto»― y «Vox clamantis». Y, coincidiendo con Henríquez y Carvajal, concluye con esta importante exhortación: «Pero lo esencial es que los versos son buenos, y en general han de merecer franco aplauso. Debes seguir produciendo y superándote».
Es muy conocida la participación de Camila, junto a Juan Ramón Jiménez, en la preparación y edición de la antología La poesía cubana en 1936, publicada en Cuba en 1937 bajo el patrocinio de la Institución Hispano-Cubana de Cultura, organización que había invitado al célebre poeta español en noviembre de 1936 para dictar varias conferencias sobre la literatura española y de la cual Camila fue cofundadora. Esa antología es el resultado de una inquietud y de una acción. Mirta Yáñez, en su libro Camila y Camila (2003), nos explica:
«[…] a Juan Ramón y Camila los unió la preparación de una especie de anuario, luego célebre antología, cuya intención era calibrar el pulso de la poesía que se estaba haciendo en Cuba en esos momentos. Auspiciado por la Institución Hispanocubana de Cultura, se convocó a una presentación de obras poéticas ante un jurado de lujo: Juan Ramón Jiménez, José María Chacón y Calvo y Camila Henríquez Ureña, en un Festival de Poesía que se celebró el 14 de febrero de 1937. El resultado de esta empresa fue el famoso volumen, con prólogo del poeta español […]».
El autor de Platero y yo (1914) permaneció en Cuba, acompañado su esposa Zenobia Camprubí de Jiménez (1887-1956), escritora y lingüista española, hasta enero de 1939. La citada entidad cultural organizaba tertulias en torno al distinguido invitado a la que asistían relevantes poetas del mundo literario cubano: José María Chacón y Calvo (1893-1969), Juan Marinello (1898-1977), Dulce María Loynaz (1902-1997), Emilio Ballagas (1908-1954) y José Lezama Lima (1910-1976), entre otros. Y Camila Henríquez Ureña siempre estuvo ahí con su imponente personalidad intelectual, pero mostrando siempre su admirable humildad, su gran humanidad.
Indudablemente, la herencia literaria, en el género de la poesía por la línea materna, se impuso en Camila. A su corta edad de cuatro años, en un recital en honor a su madre en estado moribundo, recitó el poema «El ave y el nido», escrito por Salomé en 1875:
EL AVE Y EL NIDO
«¿Por qué te asustas, ave sencilla?
¿Por qué tus ojos fijas en mí?
Yo no pretendo, pobre avecilla,
llevar tu nido lejos de aquí.
Aquí, en el hueco de piedra dura,
tranquila y sola te vi al pasar,
y traigo flores de la llanura
para que adornes tu libre hogar.
Pero me miras y te estremeces,
y el ala bates con inquietud,
y te adelantas, resuelta, a veces,
con amorosa solicitud.
Porque no sabes hasta qué grado
yo la inocencia sé respetar,
que es, para el alma tierna, sagrado
de tus amores el libre hogar.
¡Pobre avecilla! Vuelve a tu nido
mientras del prado me alejo yo;
en él mi mano lecho mullido
de hojas y flores te preparó.
Mas si tu tierna prole futura
en duro lecho miro al pasar,
con flores y hojas de la llanura
deja que adorne tu libre hogar».
Durante su niñez siempre fue su poema favorito. Y ese encuentro temprano con la poesía fue el inicio de un saber poético que —con el tiempo y el estudio constante, atravesado de un afán de erudición— habría de reflejarse en esa profunda mirada poética tan característica en la crítica literaria ejercida magistralmente por Camila. Y ella evoca esas experiencias lecturales infantiles al leer su emotivo texto «Homenaje a Salomé Ureña de Henríquez» en el acto que, como tributo a su ejemplar madre, se llevó a cabo en Columbia University en 1950:
«Recuerdo que mi tía [Ramona Ureña] copió para mí de su puño y letra todas las composiciones inéditas de mi madre y yo desde que tuve las primeras letras, que fue a los cuatro años de edad, leí y aprendí de memoria esas poesías por espontáneo y ávido deseo. Y recuerdo también que al entrar en la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, de noble tradición colonial, leía siempre el nombre de Salomé Ureña de Henríquez en la lápida de una tumba perennemente cubierta de flores. Fue así como lo que no pudo ser conocimiento
directo se convirtió para mí en medio vital».
En su ensayo «La interpretación del poema», escrito en La Habana en 1939, Camila deja evidenciadas tanto su clara visión como su profunda conciencia sobre la creación poética como una manifestación esencial del espíritu humano:
«Un poema es algo más que la expresión de un talento artístico individual. Es esencial y profundamente una forma de la emoción humana colectiva. Las hondas corrientes subterráneas que subrayan el desenvolvimiento externo de la vida de los pueblos brotan en manantial poético. La poesía esencial es la que habla, con una voz, del sentimiento múltiple. La poesía originaria, la poesía popular, en la antigüedad que nos ha legado sus poemas, era un ambiente, un estado colectivo del espíritu humano, el estado de poesía. [La] esencia de la poesía es el milagro rítmico, el juego de las cesuras, de los acentos, de los silencios, tanto como la transformación del sentido del lenguaje por la imagen y la metáfora».
Como su ilustre hermano Pedro Henríquez Ureña, Camila siempre mantuvo, desde la distancia, la mirada fija en su patria natal, en su transcurrir tanto en el plano político como en el cultural y literario. Precisamente a Pedro le escribe el 15 de agosto de 1915: «Hoy hemos sabido que hay una revolución en Santo Domingo. Ese es el cuento de nunca acabar. Por eso a mí me inspira poca confianza todo asunto que dependa de nuestro país». Su ensayo crítico «Fabio Fiallo, el poeta del amor» (tomo VII de sus Obras y apuntes), escrito en junio de 1934 en Santiago de Cuba, también es un buen ejemplo de ese pensar de Camila en su terruño patrio. De ese importante bardo dominicano, gran amigo de Rubén Darío, ella dice:
«La poesía en él es algo espontáneo, inmanente, como el canto en el jilguero o el perfume en la rosa. No es su verso mera hazaña de calculadora destreza. Alcanza la elegancia de la aristocracia del pensamiento; la música de sus poemas es eco de una melodía espiritual: música de la idea. […] Fiallo maneja a modo de escultor sentimientos y visiones, como una materia que existe por sí misma; los separa del alma que los produce y los exterioriza en forma casi plástica, aunque con un profundo conocimiento del efecto poético, tan afín al musical».
Camila no tan solo era poeta: amaba la poesía y era una voraz lectora de poesía. Recitaba en las aulas y en el hogar, con su prodigiosa memoria, poemas de grandes poetas. «[En] la casa de su hermano Rodolfo, de la calle Socorro Sánchez 31 [en Santo Domingo], mientras espera por una operación de la vista, en una mecedora, en su sillón, recita poemas de Juana de Ibarburu, Gabriela Mistral y Dulce María Loynaz…». Esto cuenta Mirta Yáñez en su libro citado.
No cabe duda alguna que en Camila Henríquez Ureña tiene la literatura dominicana a su más representativa mujer de letras, a su ensayista más depurada, pero también a una poeta que tan solo por haber merecido la atención de poetas de la estirpe de Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Gabriela Mistral, los dominicanos deberíamos tomar más en serio y salvar del olvido su obra poética dispersa. Vaya esto a modo de sugerencia para el Ministerio de Cultura de República Dominicana, organismo que a través de su Editora Nacional bien debería colocar en agenda inmediata la edición en un volumen, con un prólogo-estudio de un crítico experto, toda su producción poética rescatable.
FUENTES CONSULTADAS:
*Dos de los hijos de Federico Henríquez y Carvajal.
**Guarina Lora Yero, nacida en Santiago de Cuba, era la esposa de Max Henríquez Ureña.
Cocco De Filippis, Daisy. Hija de Camila / Camila’s Line. Selección bilingüe de ensayos feministas. Santo Domingo, Rep. Dom. : Editora Nacional de la Secretaría de Estado de Cultura, 2007.
Collado, Miguel. En torno a la literatura dominicana (Apuntes literarios, bibliográficos y culturales). Santo Domingo, Rep. Dom.: Banco Central de la Rep. Dom., 2013.
Henríquez Ureña, Camila. Invitación a la lectura (Notas sobre apreciación literaria). Santo Domingo, Rep. Dom.: Editora Taller, 1984.
——–. Estudios y conferencias. Prólogo: Mirta Aguirre. La Habana, Cuba: Editorial Letras Cubanas, 1982.
——–. Obras y apuntes. Santo Domingo, Rep. Dom.: Banco de Reservas de la Rep. Dom., 2004-2008). 10 tomos.
Incháustegui, Arístides; y Delgado Malagón, Blanca, edición y notas de. Familia Henríquez Ureña: epistolario. Presentación: Jorge Tena Reyes. Santo Domingo: Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, 1994. (Publicaciones del Sesquicentenario de la Independencia Nacional).
Ricardo, Yolanda. «Camila Henríquez Ureña». En su: Magisterio y creación: los Henríquez Ureña. Santo Domingo, Rep. Dom.: Publicaciones de la Academia de Ciencias de la Rep. Dom., 2003.
Yáñez, Mirta. Camila y Camila. La Habana, Cuba: Ediciones La Memoria, 2003. (Premio Memoria 1999 / Centro Cultural «Pablo de la Torriente Brau»).