Con sólo ponderar la Revolución Francesa de 1789 o la Revolución Rusa de 1917 se tiene suficiente para descartar las llamadas revoluciones en cuanto a “cambiarlo todo”. Al comparar cualquier país que se haya propuesto la revolución habiendo conquistado el poder político, con otro que no tuvo esa oportunidad, la realidad es que no se presentan ventajas evidentes. Comparar entre Venezuela y Costa Rica, entre Francia y Reino Unido o entre Rusia y cualquier país escandinavo, se puede llegar a la conclusión entre revolución y evolución, que el primer camino-revolución- ha sido más retroceso que progreso.
¿Significa lo afirmado que habría que aceptar la mera evolución como un hecho cierto en el desarrollo de los países o es posible cambiar el enfoque y que en vez de revolución se asuma el cambio revolucionario? ¿No fueron en Vietnam y en China hace sólo entre tres y cuatro décadas cambios revolucionarios los que introdujeron en su economía, con la virtud que negaban las propias concepciones de quienes habían llegado a la dirección del Estado? ¿No fue un cambio revolucionario el introducido por José Figueres en Costa Rica a partir de 1948? Lo dicho demuestra que es posible el cambio revolucionario, más todo parece indicar que la historia presenta que más que esa ruptura total u holística, esos cambios acontecen con el acento en áreas específicas o en particular con grandes acentos en temas concretos.
De ser así quienes sienten real pasión, profundas inquietudes y auténticas preocupaciones por el progreso social es posible que les haría bien en esta más que breve vida (una expresión árabe expresa que “surge un rayo cuando nacemos y aún no se ha apagado su fulgor, cuando morimos”) tenga más sentido procurar identificar las cosas, a veces relativamente pequeñas, a partir de las cuales, se podría acelerar efectivamente la velocidad de los cambios sociales.
Un transparente y equitativo sistema electoral; mecanismos efectivos de control de la corrupción; leyes y reglamentos para los partidos y movimientos políticos que los conviertan en verdaderos instrumentos para el cambio social; sistema de designaciones en los cargos públicos de base que predominantemente se asocien a los méritos, aun la cúpula sea la lógica cuota política. Uno de esos o quien sabe dos que se transformen efectivamente, son en sí mismos cambios revolucionarios. Los casos que se mencionan tocan la esfera de lo político; pero por igual podría ocurrir en áreas como educación, salud, seguridad ciudadana o la economía para sólo citar algunos casos.
Cuidando de su significado, alcance o sentido de realidad, sí, es posible el cambio revolucionario.