En plena campaña electoral mexicana me enviaron un mensaje de WhatsApp que resume en mucho la diversidad estratégica, y el enfoque de cambio y diferencia en la comunicación política de un candidato. El mensaje contenía todos los funcionarios que serían llevados a las principales posiciones del gobierno de AMLO. Reputados profesionales de altos quilates académicos y políticos, componían la estructura del próximo gobierno y se anunciaba para cada dependencia quién comandaría las funciones. De modo, que se le daba al votante la certeza de la capacidad de ejecución del funcionario como una manera de compromiso de efectividad en la tarea de administración futura, todo esto atizado por la más conveniente transparencia.
Como debo indicar, no tengo interés en decir aquí si simpatizo por AMLO, por Anaya o por las Tortugas Ninja. Nos interesa ahora la estrategia comunicacional de una campaña que, como ha quedado demostrado, fue finalmente exitosa por varias razones. La alternabilidad en México puede ser interpretada, no nos cabe duda, de acuerdo a factores ideológicos, políticos e históricos.
En México, Manuel López Obrador tenía la conciencia clara que debía estructurar una campaña diferente. Entendamos las razones históricas que hacen que Bolsonaro llegue a la presidencia del Brasil, lo mismo que ocurrió con Donald Trump en Estados Unidos.
En un minimalismo efectivo de lo que hemos dado en llamar tablazo, Trump emite en pleno debate ofensas contra las damas (nuestra hermosa Carly Fiorina fue insultada y hasta la llamó fea, algo que nunca apoyaríamos), y no deja de atizar el odio contra los mexicanos, moviendo al sentimiento para nada débil del patriotismo norteamericano. Como queda demostrado por sus antecedentes mediáticos, The apprentice, por ejemplo, Trump era un showman.
Aquí, algunas consideraciones de último minuto. Nueve puntos detectados sin excluir innumerables detalles de proponentes de calurosa perspectiva y detallados enfoques.
Uno: mover las masas en mucho sentido implica darle razones ideológicas que le permitan tener una cosmovisión inmediata del mundo que le ha tocado vivir.
Dos: en la civilización del espectáculo, la visión de un candidato debe ser expresada de una manera que mueva al sentimiento de las personas con intención de mover a su vez a la toma de decisiones en franjas del electorado importantes, algunas en continuo análisis de las facultades de los candidatos. AMLO, que no participa por primera vez, creó una realidad política en México con su presencia de años en busca de su objetivo. Alguno dirá que habían otras ofertas, pero el trabajo de orfebrería política quedó demostrado.
Tres: la modernidad tecnológica de comunicación empleada por Trump fue importante, así como la cobertura mediática y el approach ideológico de comunicación masiva a través de los medios (Fox, en este caso). Recomendación de buena gana: aunque las redes sociales es el mecanismo y el lenguaje de hoy, la televisión y los importantísimos periódicos son determinante en lo que hemos dado en llamar golpes de efecto que despierten, muevan y concerten. Detalle: el tiempo de campaña es limitado y la decisión del electorado pueden ser móvil, evanescente y frágil, a la par de la existencia de un voto duro que en el escenario dominicano actual podríamos especular –no hemos hecho la encuesta– se ha podido ablandar producto del cambio generacional, la apertura a las nuevas ideas y el cansancio poblacional, así como la respuesta a la incertidumbre.
Cuatro: la visión del liderazgo entra en el indubitable terreno de enfrentar al enemigo, algo que parecería lejano en Dominicana, debido a una oposición que trata de paños y manteles a sus adversarios.
Cinco: La tristeza de un candidato, atizado por el pesimismo que le dan las encuestas cuando se mira abajo en el mercado electoral, no son sino una muestra del timing estadístico, proceso revertible en el tiempo a través de los golpes de impacto comunicacionales. Poner de moda al candidato y convertirlo en tendencia en una sociedad con alta predisposición al cambio, no es tarea de augures ni de magos tipo Cooperfield.
Seis: la política es un hacer y no hay nada imposible en el marco de las inferencias tácticas que conduzcan a la mejor definición comunicacional del candidato. Como saben algunos, en ocasiones el mismo candidato no se ha dado cuenta cómo es posible que su candidatura haya crecido tanto en el favor popular, y en otras ocasiones –como demuestran los acontecimientos históricos de acceso al poder de innumerables caudillos– el proceso parece tener una alta carga de “azar emocional” que debe ser explicado desde la coyuntura y el análisis de variables endógenas como la respuesta a la situación económica, el deterioro de la calidad de vida y en caso más directo aquí: el sentimiento de estar hartos que incluso puede ser inoculado en alguna franjas de indecisos, pero que es un proceso de acumulación de años.
Siete: las redes sociales son importante en la estructuración del mensaje político pero el impacto de los medios tradicionales puede ser devastador, como demuestra la continua presencia trumpiana en la campaña por todas las vías, creándole la realidad y la cercanía a los votantes con una figura que incluso en sus inicios no era tan amistosa pero que luego termina por convencer de que se trata de un hombre directo y sin meandros retóricos o jugarretas verbales: su imagen de marca, tan despiadada como cierta.
Ocho: algunos pueden hablar del fenómeno de desgaste presidencial, a la vez que citar la insulsez o la poca conexión de los demás candidatos con grandes masas de electores y también hay que reconocer que el tiempo de una campaña es limitado, así como los recursos económicos.
Nueve: los acontecimientos históricos y la realidad económica y política –en el caso de la corrupción en Brasil– estructuran una realidad social que debe servir de oportunidad para trazar las líneas ideológicas del mensaje a entregar a las masas.
Los anteriores puntos nos indican que el proceso electoral no es de un solo color, y analizar a priori las posibilidades de un candidato como filones de la estrategia no es sino un acto de cierta astucia o de entender que no todo es picapollo, 500 pesos y una chata de romo. Hay que esperar entonces el estilo y el enfoque de nuevas estrategias. Fue Bob Dylan quien dijo en 1964: the times, they are a changing.