Los ciudadanos de la República de la India se inclinaron abrumadoramente por un cambio de guardia. El Partido del Congreso Nacional Indio (CNI) acaba de sufrir su mayor derrota en las urnas. Un gran revés para el movimiento al que pertenecieron Mohandas Gandhi y Pandit Nehru, figuras importantes de la posguerra como aquel célebre diplomático e ilustre teósofo V. K. Khrisna Menon. Esos personajes recibieron gran atención internacional durante el proceso de descolonización de los años cuarenta y cincuenta. Más recientemente, políticos de la familia Nehru-Gandhi, ocuparon la jefatura de Gobierno o presidido el histórico partido CNI.

Al hasta ahora líder opositor Narenda Modi, del partido nacionalista e hinduista Bharatiya Janata (BJP), le corresponde, pues, el cargo de Primer Ministro. Por su parte, el actual titular Manmohan Singh presentó su renuncia al Presidente de la República Pranab Mukherjee. Este último es jefe de Estado, pero no de Gobierno en un sistema parlamentario. Ahora bien, esa jefatura del Estado la han ocupado ciudadanos tan ilustres y de prestigio mundial como el doctor Sarvepalli Radhakhrishnan (1962-1967), profesor de Religiones Orientales en Oxford, a quien únicamente el célebre erudito rumano Mircea Eliade pudiera haberle discutido la condición de historiador mayor de las religiones universales en el pasado siglo.

La noticia sobre el resultado de las elecciones indias, información ampliamente difundida, es quizás mucho más importante de lo que pudiera deducirse a primera vista, aunque no es la primera vez que el BJP llega al poder. No se trata de un simple reemplazo o de uno de esos cambios de opinión popular que tienen repercusión electoral y que caracterizan al sistema conocido como “democracia representativa” o al “régimen parlamentario”, sino que abre una serie de posibilidades que merecen ser observadas en cuanto a sus consecuencias dentro y fuera de ese país continente que tuvo como emperatriz, en gran parte por obra y gracia de Benjamín Disraeli, a la Reina Victoria.

Un asunto que hace importante cualquier situación relacionada con la India, además de su condición de país democrático más poblado del mundo, es que su población ya supera los 1,237 millones y es sólo superada por los 1,350 millones de la China Popular. Si alguna nación puede superar a la China en población, sería precisamente la India. Y esos dos países no son sólo los de mayor población sino los de más rápido crecimiento económico entre las grandes naciones. Los ojos del mundo están puestos en esos dos gigantes, de los cuales depende en buena parte el futuro de la economía global.

En un mundo que se transforma rápidamente, con una correlación de fuerzas relativamente impredecible, como lo demuestran las aventuras de Moscú en Crimea y Ucrania, y su enfrentamiento diplomático con Europa, las relaciones entre India y China, y entre India y Rusia, deben ser observadas, aunque muchos especialistas no esperan mayores cambios en la política internacional del nuevo gobierno. A pesar de esos comentarios, las administraciones de Washington y Londres han observado cuidadosamente este proceso electoral. El presidente estadounidense Barack Obama ha extendido la mano al nuevo gobernante, pasando por alto problemas del pasado, como la prohibición a Modi de recibir una visa para entrar en Estados Unidos por una presunta complicidad en ciertas explosiones de violencia que provocaron la muerte de un alto número de personas, sobre todo de religión musulmana durante su ejercicio como gobernador del populoso estado de Gujarat.

Se reconoce al triunfador en las elecciones el haber logrado progreso económico en Gujarat y demostrado ser un político firme en su actuación. Pero hay bastante temor ante la posibilidad de que la posición  hinduista radical en asuntos religiosos, nacionalistas y culturales del Partido Janata haga desaparecer ciertos logros del Partido del Congreso en su constante intento de mantener la India como un país secularizado, lo cual es especialmente necesario ante la realidad del pluralismo religioso indio, caracterizado históricamente por enfrentamientos violentos, hostilidad entre grupos étnicos y el agravamiento de problemas fronterizos casi inevitables. El Partido del Congreso ha luchado por evitar o minimizar las constantes confrontaciones entre la mayoría de religión hindú y la numerosa minoría musulmana, así como también entre grupos con menor número de militantes. No debe olvidarse lo ocurrido durante la partición de la India en 1947 y posteriores derramamientos de sangre entre hindúes, musulmanes y miembros de la minoría de los sikh.

El crecimiento superior al 8 por ciento del PIB muestra claras señales de desaceleración y hay esperanzas de que Modi reactive la economía nacional y reduzca los niveles de corrupción. Pero las crisis relacionadas con el islamismo radical y sus relaciones con culturas y religiones diferentes pudieran agravarse en caso de prevalecer algún grado de intransigencia por parte de una administración inclinada a causas hinduístas. Mientras tanto, el amplio margen de su victoria ha hecho que algunos especulen sobre la posibilidad de que Modi llegue a ser el más poderoso premier indio desde los días de Indira Gandhi.