No es secreto para nadie que en Dominicana crecimos, y aún vivimos, en una cultura extremadamente machista, donde las mujeres son criadas para ejercer un rol muy específico en la sociedad: procrear y criar. En este sentido, si surge algún problema en cuanto a la relación marital, el buen funcionamiento del hogar o la crianza de los hijos, la culpable es inmediatamente identificada. Demás está decir que, si una mujer decide no casarse y/o tener hijos, hay un problema inequívoco en ella.
Afortunadamente, esta es una realidad cultural que ha ido cambiando en el tiempo, pues hoy día nos encontramos con más modalidades de relaciones y familias que tienden al balance entre la pareja, y el equilibrio en la división de las tareas del hogar y en la crianza de los hijos. Quizás esto se deba a que se hace cada vez más evidente el daño y repercusiones que ha tenido el modelo machista en la formación de los hijos, y en las relaciones que éstos, a su vez, cultivan y, en cierto modo, repiten de generación en generación.
Es evidente que la mujer de hoy día no es la mujer de unas décadas atrás. Hoy se promueve la inclusión de la mujer en el ámbito laboral, se incentiva su educación superior continuo y su desarrollo profesional. Sin embargo, y a pesar de esta grata nueva realidad, continuamos en el ámbito personal asociando a la mujer como única dueña del hogar y los hijos. De hecho, exaltamos aquellas que logran crecer como profesionales y mantener un hogar funcional, una relación estable e hijos sanos.
Todo esto me lleva constantemente a preguntarme: ¿Por qué, y bajo qué lógica, son estas responsabilidades únicas y exclusivas de la mujer? ¿En qué momento de la relación acordamos con nuestras parejas que éstas iban a ser nuestras funciones? ¿Fue un acuerdo mutuo y conversado, o una imposición implícita?
Al final del día, cada cual decide qué tipo de relación mantener y bajo qué reglas o acuerdos; pero, lo que no deja de sorprenderme es que continuamos manteniendo las mismas conversaciones al respecto, cuando nos encontramos con modelos distintos al tradicionalmente aceptado y promovido en R.D. Por ejemplo, felicitar a una mujer porque su pareja "ayuda" en la casa es verdaderamente irritante, y más aún cuando la felicitación va acompañada de un juicio por lo poco agradecidas que somos frente a ello.
Escuchar frases como "qué suerte la tuya" es una reflexión desacertada y sin fundamento. ¿Fue acaso un golpe de suerte mi elección de pareja? ¿No tuvimos tiempo de noviazgo antes de compartir hogar e hijos? Pues es precisamente durante ese tiempo que se conoce una persona, se aprende cómo piensa, sus valores, su educación, y sobre todo se conversa sobre qué espera el uno del otro de cara al futuro. Es entonces la suerte un concepto muy alejado de la realidad, puesto que nadie nos impuso nuestra pareja, sino que la misma es el resultado directo de nuestra elección y decisión. Asimismo debe interpretarse el rol que nosotras, como mujeres, decidimos ocupar en el hogar; ya que, usualmente, somos nosotras mismas que nos auto-asignamos la carga doméstica y de crianza, nos ponemos presiones culturales y sociales que nadie más que nosotras mismas nos continuamos imponiendo.
En esta nueva realidad es importante que recordemos que, en muchos hogares, la mujer trabaja, produce y aporta al mantenimiento económico del hogar y los hijos, siendo, en muchos de los casos, el aporte de la mujer superior al del hombre. Viendo esto, me parece a mí una grandísima injusticia continuar pretendiendo que la mujer debe cargar con todo el peso del hogar y los hijos. ¿Bajo qué lógica se mantiene este concepto, si la carga económica no está indivisa como era antes?
Por favor, dejemos de felicitar a los hombres por cumplir con su rol de padres. Basta ya de alabar las tareas que son propias de cualquier relación de convivencia en equidad y justicia. Y, asimismo, evitemos asociar lo que decidimos hacer en amor por nuestras parejas o hijos como un favor que hay que agradecer. Cocinar para las personas que amamos no es un favor, es un acto de amor. Llevar a los hijos al pediatra no es una ayuda a la madre, es el deber de cualquier padre que quiere llamarse a sí mismo responsable.
Pero, el más exaltado de todos es sin lugar a dudas despertar en las noches ante el llanto de un recién nacido. En una realidad donde ambos padres deben levantarse temprano al día siguiente a cumplir con horarios y responsabilidades de un empleo, ¿de verdad pretendemos seguir asumiendo que solo el padre es meritorio de un buen descanso de noche, y que solo la madre es la apta para cambiar un pañal o dar un biberón?
A fin de cuentas, cada pareja decide y deben respetarse todos los estilos. Pero, en el mismo tenor de respetar decisiones y estilos, por favor dejemos de menospreciar la mujer que, junto a su pareja, decide vivir en balance y equidad. Cambiemos la conversación y detengamos el bullying implícito al referirnos a la mujer que "descuida" el hogar, los hijos o el marido, entendiendo de una vez por todas que, en cualquier relación humana de dos, la "responsabilidad" de la misma recae equitativamente sobre los dos que deciden estar, y mantenerse, en la referida relación.