Pablo tiene 4 años hoy. Se insertará al mundo laboral cuando tenga aproximadamente 23 a 25 años, entre el 2033 y el 2035. No tenemos ni idea de cómo será realmente el mundo en el que le tocará vivir y trabajar, aunque ya vemos un poco de lo que viene y hay algunas suposiciones. Lo que sí sabemos es que el escenario será muy distinto al presente, lo cual debería llevarnos a preguntarnos ¿Cuáles son los conocimientos y las habilidades que necesitará Pablo y todo estudiante de hoy para adaptarse y desempeñarse con éxito en el futuro?
Me gustaría saber que responderían nuestros docentes si les preguntamos cómo será la educación en los próximos 10 años. Es difícil visualizar e imaginar algo distinto a lo que conocemos y tenemos hoy o prepararnos para hacerlo diferente y educar para lo desconocido. Algunos autores afirman que en un futuro no muy lejano no tendremos libros de texto ni tantas asignaturas y exámenes, que la educación será más personalizada y que la tecnología tendrá mayor protagonismo con el uso de la realidad virtual y aumentada.
Definitivamente los conocimientos, habilidades y competencias más importantes serán aquellas que no puedan ser dominadas por la inteligencia artificial. Para desarrollarlas y aprenderlas es necesario comenzar por asegurar lo básico y, lamentablemente, ni siquiera esto lo están logrando nuestros estudiantes tal como lo demuestran los resultados de aprendizaje en las pruebas nacionales e internacionales. Es urgente que se inicie un proceso de gestión del cambio educativo que involucre a todos los responsables y miembros del sistema. Un cambio que no se limite a dotar de recursos y de tecnología a los centros educativos, a docentes y a estudiantes, sino que transforme la forma de enseñar y aprender, es decir, la metodología, la gestión del centro y del aula.
Sabemos que el cambio educativo no se da de la noche a la mañana. Pero la realidad es que el cambio ya está sucediendo fuera de las aulas más rápido de lo que pensamos. La llamada cuarta revolución industrial no ha llegado a la mayoría de nuestros centros y es algo lejano para muchos. Sin embargo, las tecnologías se están transformado y están modificando la forma como vivimos, trabajamos y nos relacionamos. El trabajo se está automatizando y están surgiendo nuevas oportunidades de empleo, muy distintas a las que conocemos hasta ahora. Nuestros sistemas educativos no tienen opción. Necesitan replantearse el qué, para qué, cómo, cuándo, dónde y con qué enseñar y aprender. Muchos estudiantes ya están cuestionando y están buscando nuevas fuentes de formación fuera de la escuela y de la universidad.
Los estudiantes deberán aprender a trabajar en el mundo virtual, sin dejar de desarrollar las habilidades fundamentales, personales y socioemocionales que les permitan convivir de manera apropiada, adaptarse, resolver problemas y crear con los recursos disponibles. Es precisamente la capacidad creativa una de las que tendrá más valor y será más difícil de reemplazar por inteligencias artificiales.
Los sistemas y centros educativos que estén dispuestos a asumir el reto y los riesgos de innovar serán los que perduren en el tiempo. Tendremos tanta información, datos e imágenes cerebrales de nuestros estudiantes que será posible adaptar la enseñanza a cada uno sin los riesgos que implica tomar decisiones basadas en la observación, percepción o interpretación limitada de los docentes. Esto implicará que el estudiante y el docente asuman y desempeñen nuevos roles y responsabilidades.
No tenemos las respuestas exactas a las preguntas sobre el futuro y los cambios que enfrentaremos. Lo que si sabemos es que en los próximos 10 años no podemos hacer lo mismo que estamos haciendo ahora en las aulas. La educación no podrá dar la espalda a las demandas y necesidades reales del mundo.