Llevamos aproximadamente dos meses de cuarentenas en nuestros países latinoamericanos. La covid-19 que, en un principio, durante enero y febrero, veíamos como algo concerniente a la lejana China, llegó a esta parte del mundo y tuvimos que aplicar las mismas medidas que Wuhan. En nuestro país, la pandemia ya deja más de 400 muertos y miles de infectados. Al mismo tiempo, provoca una paralización económica donde la mayoría social que vive de la informalidad y de sueldo en sueldo sufre indescriptibles carencias. Estamos frente a una crisis sanitaria mundial que paralizó al “todopoderoso” capitalismo globalizado dejando al descubierto sus flagrantes contradicciones. Y que, a su vez, ha generado el consenso global de que cambiará al mundo. ¿Hacia dónde? No sabemos. En nuestro caso dominicano la pregunta es, ¿cambiará en algo nuestra sociedad?

Para responder esta pregunta, en primer lugar, hay que reflexionar sobre qué República Dominicana encontró la pandemia. Nuestro país lleva más de una década de crecimiento macroeconómico sostenido. Lo cual se ve claramente en esa espiral de torres, centros comerciales, puentes y grandes hoteles en zonas como el polígono central de Santo Domingo. También, en la increíble cantidad de vehículos de alta gama que transitan por las calles de la capital y otras ciudades del país. Se ve igualmente en una clase media que consume y viaja como nunca antes. Una sociedad donde si antes venía un viajero (en el imaginario popular dominicano el viajero es una figura central) con algunos miles de dólares para gastar en una semana, y con eso impresionaba, ahora perfectamente cualquier dominicano local puede tener más. Somos, sin dudas, un país diferente producto de esa bonanza económica. Lo que implica, sobre todo, cambios en los imaginarios y sentidos comunes que organizan y direccionan el pensamiento de la gente.

Sin embargo, debajo de esa bonanza -que ciertamente benefició a muchos-, se esconden otras realidades. Que la coyuntura de la pandemia ha develado en su versión más dura. Y son las realidades que tienen que ver con la profunda y obscena desigualdad existente en el país. Como ya hemos señalado en diversos trabajos aquí publicados, ese elemento de la desigualdad, que el dominicano promedio naturalizó como “normal”, es el germen de los principales problemas de fondo de la sociedad dominicana. Esto es, inseguridad, sueldos precarios, informalidad, falta de educación, ignorancia generalizada y poca disciplina social. A su vez, este flagelo de la desigualdad da cuenta de un esquema de relaciones de poder internas que, por un lado, beneficia ampliamente a unos, por otro lado, condena a las mayorías. Y las condena, no sólo en el ámbito económico que tiene que ver con bajos sueldos y carencias materiales, sino que, también, en lo referido a capital cultural; es decir, a vivir en la ignorancia y bajo un decadente orden social determinado por la lógica del marketing y lo aspiracional. Que, como dijimos en otro artículo reciente, construye un país de pobres conservadores que aspiran a vivir como los ricos que ven en la publicidad -por cierto, casi todos blancos- y a realizarse individualmente.

Esa ideología conservadora (que ve el mundo desde lo puramente empírico y pragmático) tiene su expresión concreta en el individualismo. En el “dame lo mío” y el que cada quien “haga su cualto”. Bajo ese esquema mental salen día a día los dominicanos de los segmentos mayoritarios a buscarse la vida en un contexto muy difícil para ellos. Porque es un mundo de jerarquías, donde unos son más que otros, y donde para los que están arriba las cosas siempre son más fáciles. Y, asimismo, donde los de abajo ven como “normales” los privilegios inmensos de esos de arriba. Así pues, queda poco lugar para la crítica social y, con ello, para la disputa por otra sociedad.

En ese marco, el enfoque que se le da a los temas que prioriza el dominicano -o que le hacen priorizar los aparatos mediáticos que lo manipulan- está de entrada torcido. Lo vemos concretamente en el asunto de las AFP donde la lógica que prima en las exigencias ciudadanas -muy legítimas- es en base al “dame lo mío”. Cuando la discusión debería ser, por cuanto es el fundamento de todo modelo de seguridad social, sobre que se garanticen derechos. Es decir, el pedido mayoritario debería estar anclado no en un imaginario de sálvese quien pueda, que es la lógica detrás de que la gente pida su 30% porque “eso es mío”, sino de que los que más han ganado con las AFP aporten más de esas ganancias. Con lo cual, el debate estaría en las ganancias de esas mega estructuras y sus sectores beneficiados. Y no en lo individual: que se le dé a gente pobre en general un 30% de sus ahorros lo que condicionaría su futuro. Porque esos fondos tienen que manejarse desde un sentido solidario -que los que ganan más ayuden a los que ganan menos- y colectivo. No debe asumirse como una cuenta individual de cada quien para que saque cuando quiera. Pero la lógica individualista no permite ver desde otra perspectiva: más solidaria, humana y desde el nosotros.

Ante eso, volvemos a la pregunta, ¿qué cambiará esta crisis en nuestra sociedad? El debate mundial actual, desde Occidente a Asia, transita alrededor del consenso de que esta pandemia cambiará al mundo. Cómo serían esos cambios y, sobre todo, desde qué visiones, marcos ideológicos e intereses se darán los mismos, es el debate de fondo. A nivel geopolítico será lo determinante. O vamos hacia la intensificación de las desigualdades del modelo neoliberal imperante -que permite al 1% de los ricos del mundo poseer el 44% de la riqueza del planeta- o a una sociedad más igualitaria, justa y equilibrada. Donde podamos vivir con lo básico y tener garantizada salud y bienestar en base al cuidado y al trabajo.

En nuestro país el debate, si bien con sus particularidades, tiene que ir por ese camino también. Si esta crisis no nos conduce a cambiar pues no habrá servido de nada todo este sacrificio. Si salimos de esta pandemia con el mismo esquema de desigualdad, insolidaridad e individualismo naturalizado, donde cada quien lo que quiere es su yipeta y sus “cualto”, seremos peores. Más aún, si volvemos a las mismas prioridades de dinero, bienes materiales y lujos como aspiraciones de vida, tras este proceso donde encerrados y viviendo con lo básico -comida, techo y el cariño de la familia- vimos que la mayoría de lo que comprábamos como “importante” es inservible realmente. Tenemos que regresar a otra normalidad. Que, en nuestra perspectiva, debe ser una de solidaridad, pensamiento colectivo y otras prioridades. Ese sería el cambio que deberíamos dar. Hacia otra forma de ver el mundo y, por consiguiente, hacia otro país. Debemos ya hablar de construir esa sociedad distinta.