Nadie puede presentar todos los contenidos relacionados con el tema de la igualdad de género si no los expone de tal forma que sean aceptables o por lo menos pasen desapercibidos cubiertos con razones de igualdad entre hombres y mujeres escasamente explicadas. Todo se refiere a un discurso igualitario o libertario que se asume con los mismos modos que la izquierda asumía las doctrinas marxistas, las ideas de Lenin y el pensamiento luminoso del camarada Mao Tse Tung. Todo con el objeto de vindicar a la mujer, sustrayéndola de una relación de dominio en la que el hombre es el protagonista opresión dominante, en vínculos de derechos asimétricos.
El discurso dominante sobre géneros sólo puede relacionarse con el feminismo radical, que no ve el tema sólo como una cuestión de igualdad, sino como un asunto político y como un tema de control del poder político del cual dicen se derivan todas las desigualdades de género. El género no es un tema propio de las mujeres sino del feminismo con las reivindicaciones de lo que se denomina comunidad LGTBI y de un grupo de mujeres de la clase media, jóvenes educadas, de universidades estadounidenses o en aquellas que copian el discurso supuestamente progresista de una izquierda avanzada, que asume la igualdad de género en la narrativa de sus dogmas, dejando al margen los delirios de la igualdad económica que al parecer les fueron curados con pócimas neoliberales que dan a beber a los otros en sus gobiernos.
En la cuestión relativa a los géneros los referentes a la igualdad entre hombres y mujeres son formas de distracción o discursos de diversión para ocultar pretensiones políticas mayores, que conducen a transformar las instituciones públicas, para desde ellas imponer sus doctrinas o ideologías sobre el género. Mientras el hombre se asume como culpable de todos los pecados reales e imaginarios determinantes del dominio y la subordinación de la mujer. El hombre se confiesa culpable pidiendo su condena, como los juzgados con condenas previas en los tribunales estalinistas, asumiendo con sentimientos de culpa por todas las vicisitudes históricas de las mujeres.
Las feministas radicales han buscado la iglesia católica como su principal adversaria interlocutora porque es una organización fundamentalmente de hombres, que tiene sus dogmas sobre el hombre y la mujer y el sexo y los pecados de una parte de sus miembros. Así reducen el debate a un tema entre curas y feministas, donde contraponen sus dogmas de forma virulenta como tema propio de las radicales y los curas, del cual se excluye al hombre común cuyos hijos van a la escuela y cualquier mujer que piense distinto a las feministas cuyos hijos van a la escuela también.
Toda la igualdad que hoy existe se ha realizado con el hombre como vanguardia y por el hombre. Las mujeres que conocieron la virtud de trabajo y la independencia económica la entendieron mientras los hombres morían en la guerra haciendo libertad
La defensa del hombre frente al feminismo radical ha venido de mujeres como Doris Lessing, un icono del feminismo que ha abjuró de su forma actual. Cuando a Lessing le preguntaron sobre el feminismo radical dijo: «Me preguntaba por qué debíamos pelear por la igualdad despreciando sistemáticamente a los hombres. Un día, en una escuela primaria, le escuché a una profesora joven decirles a sus alumnos (hombres) en clase: "¡Todo es su culpa!" Un pequeño se puso a llorar. Me pareció espantoso aquello.»
Lessing sobre el feminismo radical decía: «Nunca me gustó el feminismo, ni en los años sesenta y setenta, ni ahora. Siempre detesté ese lado antihombres de esas muchachas de izquierda que odiaban a los tipos, al matrimonio y a los hijos. Eso es una tontería y una pérdida de tiempo. Han debido hacer las cosas de otra manera. El movimiento de liberación femenina fue, de hecho, un error, con mucha energía mal encaminada. Y desde que se volvió político explotó en pequeñas facciones. Era inevitable, pero las feministas no comprendieron nada.».
Icono del feminismo, Lessing terminó rechazando todo el feminismo políticamente radical y el ideal del feminismo estéril de Simone de Beauvoir, que según Lessing era una feminista que odiaba ser mujer y lo que conlleva serlo. Beauvoir rechazaba ser mujer y actuaba como quien se enfada con el clima creando teorías para negar su existencia natural, rechazando la menstruación en la realidad de ser mujer como si fuera un designio social evitable. Lessing decía: «La actual corriente feminista no me gusta nada. Es increíble el tiempo –el inútil tiempo– que le dedican las mujeres a la política, a la ideología feminista.»
Christina Hoff Summers habla de las dificultades de ser niño en la escuela de hoy, donde el estándar de comportamiento aceptado tiene como referentes o arquetipos de las formas que asumen las niñas y citando al psicólogo Michael Tompson, dice que la escuela está tratando a los niños como niñas defectuosas. Mientras se pretende educar a los niños en igualdad de género a nadie le preocupa el fracaso escolar de estos y de la brecha de género que se está creando, sólo porque se trata del fracaso de niños. Los jóvenes en la escuela están sacando las peores notas y tienen menos posibilidades de ir a una universidad. Hoy la escuela no se preocupa por las necesidades de los niños como tales porque son niños y lo que persigue es estigmatizar los comportamientos que les son propios. Los niños llegan a las casas con notas en los cuadernos por comportamiento y inapropiados sólo porque tiende hablar más que las niñas y la escuela no se enfoca en los modos maneras que le son propios y en sus necesidades.
El niño debe tratarse como sujeto y debe ser educado sobre sexo y otros temas, al margen de todos los asuntos de género planteado por un feminismo radical de izquierda, beligerante, que surge al final de los años 60 y en los primeros años de los 70, que considera la relación hombre y mujer y sexo conllevan un vínculo del orden político de dominación patriarcal, más dominante que las clases como conceptos marxista y más relevante que los modos de producción y las relaciones de producción.
Kate Millet, en su libro “Política Sexual” definía política como «el conjunto de relaciones y compromiso estructurado de acuerdo con el poder, en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo control de otro grupo.» buscó demostrar que el sexo era una categoría social marcada por la política.
Utilizando los conceptos de dominio y subordinación, Millet establecía que apenas se discuten y ni siquiera se reconoce la prioridad natural del macho sobre la hembra, aunque esta sea una institución. Todo, según la autora, por una ingeniosa forma de colonización interior más resistente que cualquier tipo de segregación y más uniformes que la estratificación de clase, considerando que el dominio sexual es quizás la ideología más profundamente arraigada en nuestra cultura cristalizando en ella el concepto de poder.
Según Millet, desconociendo el papel del hombre en la historia, todo se debe al carácter patriarcal de nuestra sociedad y de todas las civilizaciones, que se determina en el hecho de que el ejército, la industria, la tecnología, las universidades la ciencia la política y las finanzas. Todas las fuerzas de poder, incluyendo el poder coercitivo de la policía, se encuentra todo en manos masculina y dado que la esencia de política es poder el hombre tenía un gran privilegio. Todo, la autoridad de Dios y a sus ministros, los valores éticos, la filosofía y el arte de nuestra cultura eran de fabricación masculina. Esto de Millet es como reivindicar y reiterar la envidia freudiana del pene y que hubiese sido mejor un mundo de hombres castrados.
La política de género en la escuela lo que busca, usando sus propios términos, es la colonización interior temprana del hombre, arraiga en el hombre sentimiento de culpa por ser fuerte y audaz y por ser capaz de cambiar el mundo con todos los otros seres detrás. Toda la igualdad que hoy existe se ha realizado con el hombre como vanguardia y por el hombre. Las mujeres que conocieron la virtud de trabajo y la independencia económica la entendieron mientras los hombres morían en la guerra haciendo libertad. Era mejor quedarse protegidas y lejos de las playas de Normandía.
El tema del feminismo radical es quitar poder al hombre, es pensar las relaciones personales entre hombre y mujer en términos políticos. Así dice la consigna de Carol Hanisch, “Lo personal es político”, son los demonios de la izquierda fracasada que asumen la relación entre hombre y mujer no en termino de igualdad, sino en termino de poder político desigual a favor de las mujeres y todos los espectros comprendidos en el concepto de género. Poder que las feministas radicales pretenden conseguir a través de la creación de sentimientos de culpa en el hombre por todo el peso histórico de conducir el mundo donde está, por encima de todos sus errores, donde las mujeres son más iguales que nunca.
No hubo una sola mujer en la construcción de la vía férrea que cruzo los Estados Unidos de América o la Siberia rusa y tampoco hubo una construyendo las pirámides de Egipto y fue el instinto del ser libre primero en los esclavos antes que en las esclavas y los negros linchados que colgaban como frutos en los árboles estadounidenses eran hombres, no mujeres. Fueron importantes las mujeres en Esparta que enviaban sus hijos a la guerra diciéndoles que llegaran por encima o debajo del escudo.
La igualdad genero no es la igualdad entre hombre y mujer. El género es una construcción que nos quiere imponer como biológica y natural, replanteando las relaciones heterosexuales y estableciéndola como un asunto de dominio y subordinación política y no como un vínculo normal, sino indicado sólo como habitual. Un juego de palabras que pretenden engañar a los desprevenidos. Todo el lenguaje de la ordenanza No. 33-2019, nos lleva al manejo político de las instituciones para desarrollar en la sociedad los propósitos de la doctrina o ideología de género y crear una masculinidad de hombres avergonzados de ser tales, por todos los pecados que le atribuyen mujeres lesbianas como Kate Millet y Judith Butler, que no quieren ser mujeres como Simone de Beauvoir o transexuales como A R Connell. Nadie puede hacer presente descontextualizando los hechos históricos para hablar en estos tiempos de ser iguales.