Hablando de cómo han cambiado las cosas, fíjense en la Navidad, su origen primario era la celebración del nacimiento del niño Jesús, en un sencillo acto de recogimiento y fe cristiana, y quien anunció tan magno evento era nada menos que la estrella de Belén para guiar a unos reyes que venían desde oriente. Ya no sabemos muy bien lo que se conmemora, si la verdadera Natividad del Señor o la fiesta en grande de la familia y los amigos, las comilonas de lechón asado, el pavo trinchado, el pastel en hoja, el moro de guandules, los dulces, el arte del regalo o mejor dicho los innumerables regalos, los traguitos generosos, o el bailecito bien alegre de fin de año. Y ahora quien lo anuncia no es una estrella celestial sino los ruidosos anuncios de tiendas y comercios, cada año con mayor antelación  -a este paso la navidad comenzará en marzo-para que el público vaya a surtirse o atiborrarse de bolas de colores, luces titilantes y mil cosas más.

Antes, estábamos algo más claro sobre los personajes navideños. Los Reyes Magos eran los que traían de oriente oro, incienso, y mirra como ofrendas al Niño Dios, y tradicionalmente los juguetes de los niños. Ahora es un lío de mixtificación pues han aparecido en escena un Papá Noel, gringo y barrigón con risa grotesca (jo,jo,jo) que, o bien pide limosnas en las calles tocando una campana, o se encarama  por las chimeneas de las casas dejando regalos con tanta pulcritud que no se mancha ni con una mota de hollín.

Por si fuera poco, hay un tercer competidor, el Santa Claus, de origen holandés, el más listo de todos, porque tiene la ventaja de ir más rápido en un trineo tirado por ciervos capaces de volar por el espacio sin gastar gasolina, con lo cara que está. Todos pugnan por ver quien ejerce su hegemonía.

Los Reyes parecen ir en retroceso pues dejan los regalos y juguetes el 6 de enero y los colegios comienzan el día 7 ó el 8,  por lo que los niños apenas tienen tiempo para disfrutarlos. Los otros, Santa Claus y Papá Noel, traen los presentes el 25 de diciembre y así disponen de un buen par de semanas de antelación.

Antes, se ponían los simpáticos y panorámicos belenes, un buen entretenimiento para la familia que conllevaba la colocación sobre alguna mesa o plataforma del pesebre, la estrella, el Niño Jesús en su cuna, la Virgen, San José, el mulo, el buey, los camellos, el río hecho con papel de plata, los corderos, los pastorcitos y toda una parafernalia que divertía a chicos y grandes estimulando la creatividad organizativa.

Ahora el pesebre está siendo un bien escaso, pues está dando paso a marchas forzadas al árbol navideño de origen nórdico, ya sea real o artificial. Reinará por bastante tiempo ya que es más práctico y ocupa relativamente poco espacio, se le puede iluminar y cargar al máximo de adornos y regalos, además, si es de plástico se puede guardar y volver a montar múltiples veces. En resumen, tenemos una festividad sacra en el marco de una mezcla  de culturas y religiones diferentes, cuyo verdadero sentido de celebración va olvidándose y entremezclándose con patrones culturales de unas sociedades cada vez más estresadas, las cuales necesitan divertirse lo más posible en una Navidad que, como todo en este mundo, también está globalizada.