El colectivo magisterial de todas la Universidades del mundo aspira en secreto y de manera egoísta que sus discípulos más sobresalientes una vez egresados se incorporen a la enseñanza, la investigación, la experimentación o al convencional desempeño de su profesión, ocupaciones, que no obstante su noble perspectiva garantizan un incierto pan y una dudosa gloria como enantes se decía en España.

Los negocios y la política por lo general no son tenidos como ejercicios dignos para los estudiantes que por su inteligencia y aplicación brillaron durante sus años de estudios, apreciación que debe ser tomada cum grano salis como afirmaban los latinos pues para la primera de estas dos actividades vemos un sostenido aunque lento adecentamiento  por la progresiva inclusión de valiosos profesionales.

Hace más de tres décadas tuve dos destacados alumnos uno de los cuales perteneciente a la tercera promoción de ingenieros agrónomos de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la UASD responde al nombre de Próspero Jiménez Castillo, que no fue solamente una estrella en las aulas y campos de Engombe, sino también en las oficinas gubernamentales del sector agropecuario, en la política partidista y desde hace poco en el mundo empresarial.

Próspero, sobre quien escribí un artículo hace más o menos tres meses en las páginas de este diario digital, es el felíz propietario de “GalloLab” una innovadora y colorida empresa – un reflejo de su dueño – dedicada a los cuidados sanitarios de los gallos de pelea, y cuyo ingenio y sabiduría ha permitido la creación de una popular farmacopea que ha revolucionado el mercado local, atrayendo además clientes extranjeros amantes del deporte del pico y las espuelas.

La otra discípula fue Jacqueline Lora Read cuyo género en los predios de Engombe era en aquellos años tan raro y extraño como encontrar en la plena de Azua un manzano cargado de frutos o un abedul florecido, la cual desde hace varios lustros regentea junto a su esposo el Lic. Ramón Castillo una próspera Agroquímica denominada CALOSA – por Castillo, Lora, Soluciones Agrícolas, S.R.L. – en esta capital.

Gracias a la intercesión de un amigo común, me hicieron saber de su interés para que dentro del marco de la capacitación y actualización que dispensan a sus vendedores y promotores desarrollara  ante ellos, el tema de la Defensa de los vegetales cultivados ante el ataque de los patógenos, haciendo particular énfasis en los inductores de resistencia y fertilizantes a su vez distribuidos especialmente por su compañía.

En la entrevista previa celebrada en su establecimiento en los Jardines del Norte en esta ciudad, concitaron nuestra atención estos detalles: sin importar su misión todo el personal estaba uniformado; la resplandeciente brillantez de las oficinas, así como el color crudo de éstos, pormenores que sin lugar a dudas obedecían a las sugerencias de su propietaria como de sus dos hijas mayores, no debiendo silenciar tampoco la decoración minimalista y funcional prevaleciente en el local.

En los momentos que precedieron a la ponencia, Jacqueline hizo galas de la amabilidad pespunteada de timidez que la distingue; excusó la ausencia de su consorte; me presentó los frutos de sus amores, advirtiéndome que había un nieto; invitó a degustar una suculenta picadera  avanzándome algunos oportunos comentarios sobre el staff de vendedores que tenía la empresa.

Estos últimos ubicados en diferentes regiones del país eran en su gran mayoría ingenieros agrónomos egresados de diferentes Universidades – UASD, ISA, UCATECI, UTECO etc – entre los cuales figuraba una sola mujer.  Todos resultaron sorprendidos al referirles que la Calosa no sólo era el nombre de la razón social donde laboraban, sino también el de un polímero de glucosa implicado precisamente en la defensa de las plantas contra los hongos, virus, bacterias y nemátodos.

Desde tiempos inmemoriales se sabe que los mejores vendedores, los más exitosos son aquellos que en su trabajo, expresan con apresuramiento ideas y consejos no solicitados por los clientes y también  por hacer ostentación de un lenguaje aturdidor al saber que cuando se les escucha se tiende a creerle todo lo que dice, pero otra cosa es cuando calla y se va.  Vender es un arte donde intentamos persuadir, mas que convencer.  Ahora bien, todos ellos necesitan de una periódica capacitación para mejorar sus rendimientos, sus resultados.

Por erróneamente considerar que talvez por la formación académica del expositor era preferible tomar notas de lo expresado en lugar de hacerles preguntas alusivas al tema, los jóvenes no me consultaron o formularon interrogantes durante el desarrollo o al final de nuestra intervención, aunque sí pudimos constatar su concentrada y sostenida atención sobre lo que explicábamos pues en todo momento estaban pendientes de las palabras y digresiones que pronunciaba.

La única excepción la constituyó Orlando Castillo Lora – ingeniero agrónomo del ISA y licenciado en administración de empresas – hijo de los propietarios y que al parecer trabaja en la compañía desde su concepción en el vientre de su madre.  En este joven profesional parece existir una pugna entre las exactitudes propias de su licenciatura y las inexactitudes típicas a su formación de agrónomo, y con reiteración solicitaba certezas, seguridades,  que la Fisiología  Vegetal no está en condiciones de ofrecer.  Sus pareceres eran muy pertinentes.

Al igual que en EMPASA, Isla Agrícola, Fertiagua, Quimagro y otras, Ramón y Jaqueline han integrado a todos sus vástagos en la gerencia y administración de la empresa, y esta familiar asiduidad registrada a menudo en los Agronegocios del país, debería ser objeto de estudio y ponderación por parte de los estudiosos interesados en conocer las motivaciones que presiden a quienes conforman compañías que ofertan sus servicios a los productores agropecuarios.

Durante el almuerzo y la sobremesa me resultaba particularmente agradable escuchar los esporádicos diálogos entre Jacqueline y Orlando en torno a la efectividad de un producto, los aciertos y fallos obtenidos en su aplicación en cultivos puntuales y la imperativa promoción indispensable para su introducción en determinadas zonas agrícolas, asuntos que eran abordados con profesionalidad y criterios científicos obviando la faceta redituable tan encarecida en el mundo de los negocios.

Finalmente debo señalar mi total complacencia por la invitación cursada por la familia Castillo – Lora para participar en la capacitación que brindan a sus vendedores y promotores, esperando que luego de más de tres décadas de existencia corporativa el campo dominicano prosiga confiando en la calidad de los insumos expedidos por CALOSA, en la formalidad de sus prestaciones y en especial en los dominios de los inductores de resistencia, en los bioestimulantes y en todas las nuevas  tecnologías que están revolucionando la agricultura nacional.