La preocupación por las personas que detentan cargos públicos siempre ha estado presente en el estudio de la política. Aristóteles, en su distinción entre oligarquía, democracia y tiranía, mostraba su preocupación por las consecuencias que podrían derivarse del tipo de personas que estuvieran en el poder. Para Cicerón los representantes del pueblo debían tener cuatro cualidades fundamentales: honestidad, templanza, magnanimidad y liberalidad.

Madison señala en los Papeles del Federalista que el objetivo de toda constitución política debía ser seleccionar a aquellas personas con la mayor sabiduría para discernir, la mayor virtud para buscar el bien común de la sociedad, así como tomar todas las precauciones para que permanezcan virtuosos mientras mantienen la confianza pública.

A finales del siglo XIX Mosca, Pareto y Michels inauguraron la teoría sobre las élites, según la cual había una distinción entre ésta y el pueblo. El poder político se encontraría en manos de una minoría que debido a su organización, sus cualidades personales, su coherencia y su habilidad era capaz de preservar su legitimidad en el pueblo.

Las transformaciones que se han sucedido dentro de las estructuras económicas y sociales han modificado los presupuestos sobre los cuales se fundamenta la teoría elitista, pero la preocupación por la calidad de la clase política ha seguido vigente. En la actualidad se argumenta que la calidad de la democracia se ve muy afectada por la de los políticos.

A propósito del momento de competencia electoral que se vive en el país vale señalar algunas características de un político de calidad:

1.- Un político de calidad debe ser íntegro, asumir el ejercicio de la política con un alto sentido de servicio público, cumplir con sus promesas electorales o de lo contrario presentar argumentos válidos y verificables de las causas del incumplimiento de éstas, no caer en la tentación de la corrupción personal ni tolerarla entre sus subalternos, acrecentar su relación con el pueblo a partir de los valores de la ciudadanía y apartarse de las prácticas clientelistas.

2.- Un político de calidad debe tener capacidad para desempeñar las funciones derivadas de su cargo, habilidad para identificar los problemas de la ciudadanía y para diseñar políticas públicas que los resuelvan de manera eficiente y eficaz.

3.- Un político de calidad debe tener visión institucional para desarrollar prácticas que limiten el personalismo y la adulación irracional. Debe demostrar con hechos que una buena democracia depende cada vez más de buenas instituciones.

4.- Un político de calidad debe tener carácter, desafiar la fatalidad con optimismo y voluntad. Debe tener conciencia de que toda opción también implica costes y pérdidas y que en algún momento tendrá que decirle a los compañeros del partido y a sus colaboradores cercanos: ¡hasta aquí he llegado, no puedo permitir que se pase de este límite!

5.- Un político de calidad debe responder ante los ciudadanos y las instituciones de la democracia, y no buscar anular la independencia de los poderes constituidos para buscar impunidad.

6.- Un político de calidad debe tener capacidad proactiva, pues no hay peor muerte para él que aquella que le sucede durante su vida profesional. Debe saber que un político agoniza cuando se aferra a modelos que ya no responden a las exigencias actuales, cuando se cree el impulsador y realizador del cambio sin darse cuenta de que la sociedad cambió antes que él.

7.- Un político de calidad debe saber que los puestos y los liderazgos son efímeros, que las estructuras gubernamentales y partidarias deben oxigenarse con nuevos integrantes.

8.- Un político de calidad debe huir de la soberbia que erosiona veloz e irremediablemente la aprobación ciudadana, de la intransigencia que carcome la posibilidad de gobernar para todos los ciudadanos, de la demagogia que sólo conlleva confusión, incredulidad e inquietud; en definitiva, de la degeneración democrática.

9.- Un político de calidad debe tener capacidad de explicar, pero no con trucos publicitarios, estadísticas incomprensibles y propagandas infantilizadas, sino mediante la persuasión razonable, es decir, con argumentos transparentes y fundados en valores.

10.- Un político de calidad debe tener liderazgo moral, es decir, capacidad de interpretar a la ciudadanía y, al mismo tiempo, de interpelarla. Para esto debe tener poder de decisión, amor por la política y claridad en sus ideas, para que éstas se transformen en realidades útiles y fructuosas para la población.

11.- Un político de calidad gobierna para todos, pero teniendo una opción preferencial por los que menos tienen para vivir con dignidad.