En ocasiones, a modo de advertencia y otras de clarificación, cuando se habla de procesos judiciales futuros, las autoridades aseguran que no habrá “cacería de brujas”, significando con ello que la arbitrariedad, la venganza, la persecución indiscriminada, y los juicios sumarios por mandato del poder no tendrán cabida en los sometimientos por venir; que prevalecerá el debido proceso.
Las brujas fueron y son una ficción, producto de la ignorancia y la superstición, encandilados por intereses circunstanciales y fanatismos religiosos. Nunca existieron esas señoras que preparan brebajes milagrosos y vuelan en escobas. Eran mujeres y hombres calificados de heréticos, embaucadores, o delirantes que afirmaban comunicarse con el azufroso Satanás.
Ni siquiera la persecución masiva que describen algunos libros históricos durante los siglos 16 y 17 sucedieron como hasta hace poco se creía. Esos relatos están llenos de mentiras. Igualmente resultaron ser una patraña los juicios a los que sometían a esas supuestas hechiceras: prevalecían confesiones forzadas, pruebas anecdóticas y testigos obligados. Tampoco se sostiene el número de las que murieron en la hoguera, ni el país de Europa o la religión que acumuló el mayor número de víctimas: Alemania y Suiza se llevaron las palmas, no fue España. Los protestantes les ganaron a los católicos en el exterminio.
Si las brujas, como seres maléficos de poderes especiales, resultaron entes ficticios, producto de creencias fantásticas y de fundamentalismos religiosos, lo que se llamó “cacería de brujas” no fue otra cosa que una sádica persecución de contrarios con el fin de asustar y castigar a los disidentes. Hoy, esas infelices solo habitan el reino de Disneyland.
Ahora bien, lo que sí es verdadero, palpable, fáctico y real, son las pandillas de delincuentes, estafadores, violadores de la ley y la Constitución, que han pasado por el Estado dominicano. En cada institución, en cada contrato, en cada suma y resta de compras con dineros públicos, se confirma y se percibe el delito que cometieron.
Aquí nunca hemos tenido nada parecido a una “cacerías de brujas”, aunque siempre me pregunto si quizás hemos debido tenerla para llevar a cabo una limpieza rápida y radical de la corrupción. Es más fácil sacar a un inocente de la cárcel que capturar a un bandido millonario y fugitivo. Ni siquiera al caer la dictadura la tuvimos. Hemos sido atípicos, “avis rara” en cuestiones de hacer justica.
En una terrible contradicción histórica, los esbirros juzgados y condenados por el asesinato de las hermanas Mirabal quedaron liberados de la cárcel por el retorcido compañerismo de sus amigos de armas constitucionalistas, incluido el jefe confeso de la atrocidad, Alicinio Peña Rivera, quien murió en Puerto Rico sin remordimientos, pues su conciencia la borró la enfermedad de Alzheimer. Villanos y torturadores trujillistas se acogieron al amparo de amistades y “enllaves” políticos, viviendo libres y felices hasta su muerte.
En esta ocasión, el pueblo solo aspira a que el perdón y la impunidad no vuelvan a ser la norma, que cualquier sospechoso de haber robado dinero de las arcas nacionales sea llevado sin contemplación ante los tribunales. No importa sin son doce o doscientos. Nadie quiere una cacería de brujas medieval, pero sí ordenes legales de caza y captura contra ladrones de cuello blanco y funcionarios criminales. El debido proceso, que decida quiénes son inocentes y quiénes culpables.
No se pide horca ni hogueras, ni que paguen justos por pecadores, ni venganzas políticas. Sin embargo, no pueden salirnos con un ‘baño de hojas” ni sobos de pócimas encantadas. Aspiramos a que se rompa el “laissez-faire” dominicano y podamos darnos un baño de impecable justicia.
Ahora bien, para que esto suceda, démosle un voto de confianza a las nuevas autoridades y un tiempo prudente para actuar. Que hagan el trabajo que nos prometieron hacer con precisión y eficiencia. Dejemos el chismorreo, criticas prematuras, y presiones innecesarias a un lado. Esos hombres y mujeres que entraron ayer al poder lo hacen durante la peor crisis económica, sanitaria y moral de la República Dominicana. Ayudémonosle a que tengan éxito. A todos conviene que lo tengan.