No conocía el contrato, (¿por qué diablos un simple ciudadano como yo debería conocerlo?, se supone que eso son asuntos oficiales).  Por eso me sorprendió y alarmó escuchar al Dr.Roque Espaillat detallar el contrato firmado entre el gobierno de Leonel Fernández y el grupo “Inversiones Turísticas Sans Souci, S.A.”, durante su comparecencia en “Somos Pueblo”, el diecinueve del corriente.

Las preocupaciones, cuestionamientos, e indignación del hombre de negocios y directivo de “Rescate Democrático”, al concluir el análisis del documento, estuvieron más que justificadas. Todo indica que favorece grandemente a una entidad privada en detrimento del interés público. Ha pasado más de una década y este convenio, aunque cuestionado, nunca ha sido revisado.

En la actualidad, esos papeles navegan por las chismosas redes mediáticas. Es que uno de sus signatarios despacha al lado del presidente de la república.  Se trata del Ing. Lisandro Macarrulla, quien en las últimas semanas ha levantado dudas debido a su participación en la construcción de “La Nueva Victoria”, en tiempos de Danilo Medina.  De no haber sido por ello, las irregularidades encontradas en Sans Souci seguirían descansando en las oscuridades de la administración pública.

Sabemos de las enormes ventajas que disfrutan ciertos grupos corporativos, incluidas exoneraciones aduanales, fiscales, y la vista gorda de ciertas ilegalidades. Antigua práctica, donde el beneficio es de pocos y el perjuicio de muchos. El rumor público señala a uno de esos conglomerados como omnipresente en los tejemanejes del poder, y directa o indirectamente vinculado a los dos proyectos mencionados. Precisamente, del que fue – o es – socio el ministro de la presidencia. De ahí la urgencia que muestra la sociedad en aclarar la legalidad de ambas contrataciones.

Preguntaba uno de los panelistas de “Somos Pueblos” al Dr. Roque Espaillat si ese señor era funcionario o un empresario disfrazado de funcionario. ¿En quién piensa tan importante ministro cuando tiene bajo su responsabilidad enormes y trascendentales proyectos de desarrollo impulsados por el actual mandatario? Esa es la bruma que tiene que despejarse.

Que algunos empresarios manipulan y compran a los políticos es bien sabido.  Sucede aquí y en todas partes del mundo; es una de las vergüenzas del capitalismo democrático que muchos países han corregido. Esos manejos resultan trágicos y lesivos al bienestar común, desacreditando a los gobiernos que los permiten.

La voracidad de esos hombres, ocultos detrás de nombres corporativos, ha generado más de una guerra. Dick Cheyne, vicepresidente de George Bush, logró colar una mentira con el solo propósito de invadir Iraq y beneficiar la industria armamentística estadounidense. Cheyne pudo infiltrarse como indispensable servidor público, cuando en realidad siempre trabajó a favor del negocio bélico. Sus ganancias millonarias llevaron a la muerte a miles de sus compatriotas y ciudadanos iraquíes.

Los hermanos Koch, zares de la industria petrolera, han controlado la política norteamericana por décadas, determinados a proteger su emporio sin consideración al bienestar común.  A cambio de jugosas contribuciones, impusieron a Mike Pence, hombre leal a los hermanos, como el vicepresidente de Donald Trump. El resultado fue desastroso para el medio ambiente y feliz para esos billonarios.

En Haití, caótica e inviable nación vecina, aseguran que fue una poderosa familia junto a inversionistas extranjeros quienes ordenaron la muerte del presidente Jovenel Moïse. En Perú, como reacción a los privilegios de las elites financieras, el pueblo impuso a uno de los suyos, causando pánico entre el empresariado.

Sin embargo, no por la vieja costumbre de unas cuantas corporaciones de colar caballos de Troya en palacio, debemos vilificar la totalidad del empresariado; sería una generalización injusta. Gran parte de nuestro desarrollo económico ha sido posible gracias a ellos y – como señaló el Dr. Roque Espaillat — el 50% del PIB (producto interior bruto) se debe a las micros, pequeñas y medianas empresas; las grandes, esas que rejuegan con el  poder solamente aportan el 2%.

Luis Abinader proviene de una familia de empresarios cuyo interés por la democracia dominicana es una constante de dos generaciones. Hicieron crecer sus negocios a la vez que servían a la democracia. No maniobraron a hurtadillas buscando favores de ningún gobierno. Por eso, solo el presidente, comprometida su imagen por las actuales dudas, debe despejar la incógnita Macarrulla. Su posición y su compromiso son claros: “Tengo amigos, pero no cómplices.”