No fue con bombos y platillos ni con ninguna fanfarria sonora que el pasado martes se celebró la entrega del Premio Nacional de Literatura al insigne novelista Manuel Salvador Gautier, uno de los creadores más fecundos de nuestro parnaso literario. Fue más bien con un derroche de exquisiteces que enaltecieron la ocasión y, de paso, marcaron un antes y un después, un parte aguas singular en materia de la valoración de las obras cumbres de la dominicanidad. 

Este fino acto de valor calificó como histórico. Sin precedentes fue la realización de la premiación en la sala augusta del Teatro Nacional con un número record de asistentes. Un ceremonial tan elegante y tan en consonancia con la trascendencia del premio nunca había aflorado en nuestro habitáculo nacional. Los premios Soberano podrían competir en cuanto a costo y vistosidad, pero se quedan cortos en relación a la catadura del talento que celebran.  Sin temor a exagerar, la civilidad dominicana escaló con este evento a su más alto peldaño.

La música y las voces del evento justificaron esa excelsa acreditación. Con una maestría de ceremonia que no pecó de empalagosa, el evento abrió con un concierto de música culta que deleitó tanto por la selección de sus composiciones como por la impecable ejecución.  El resto de su discurrir se vio tachonado por discursos que decantaban educadas esencias en vez de las oquedades a que con frecuencia nos vemos sometidos en actos de este tipo. Y la cuantía metálica del premio constituyó un record nacional. Si no hubiese sido por un ligero retraso al comenzar, la ocasión hubiese sido antológica. 

Pero la música y las voces no serían suficientes para merecer tan incomparable sitial.  La calidad del aporte literario reconocido es lo de mayor significado.  Para enjuiciarle vale acudir al marco referencial de Susan Sontag, la escritora estadounidense, sobre el valor de la literatura. Ella la define “como una utopía….un lugar en el que imperan los modelos más encumbrados, casi inaccesibles.”  “La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia. Desempeña una función esencial en la creación de la vida interior, y en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos y el lenguaje.”

En segundo lugar ella espeta: “La literatura es una arena de logros individuales, de méritos individuales.  Esto implica que no se confieren premios y honores al escritor porque representa, digamos, a las comunidades débiles o marginadas. Esto implica que no se hace uso de la literatura o de los premios para respaldar fines ajenos a ella.”  Tercero: “La literatura es primordialmente una empresa cosmopolita.  Los grandes escritores son parte de la literatura mundial.  Deberíamos leer a través de las fronteras nacionales y tribales: la gran literatura debería transportarnos.” 

En cuarto lugar de la Sontag: “Las diversas pautas de excelencia literaria, en el seno de las literaturas en todos los idiomas y en la gama entera de la literatura mundial, son una lección cardinal sobre la realidad y la conveniencia de un mundo que aún es irreductiblemente plural, diverso y variado.”  “Estos son en efecto valores utópicos.  No se han cumplido.  Pero la literatura, la literatura en su conjunto, aun los encarna.  Aun estimulan a los escritores.  Aun nutren a los lectores, a los verdaderos lectores.  Y es también lo que celebra todo premio literario importante.” (https://elpais.com/diario/2004/12/29/cultura/1104274806_850215.html)

El pródigo Gautier ha procreado 16 novelas, cuatro libros de ensayos y un libro de cuentos, aunque comenzó su praxis literaria a la avanzada edad de los 56 años. Por eso podría considerarse un “genio tardío de envejecimiento activo”, haciendo honor al aserto de que “la juventud no siempre es divino tesoro, la libertad y la experiencia sí.”  Gautier conserva la virtud de la autoestima, pero comenzó con tímida humildad literaria pidiendo la opinión, cuando hacia sus pininos, de sus grandes dioses literarios Virgilio Diaz Grullon y Manuel Rueda, a quienes sometió su producción inicial para ser juzgada.

Con razón el jurado juzgó que la obra del galardonado llena los requisitos de la Sontag, aunque como dijera el poeta Jose Alcantara en el introito del acto, “el cuento y la novela no intentan demostrar nada ni ganar acólitos”.  La característica más saliente de su prosa es que descansa en un acercamiento a la poesía, tal y como puede apreciarse en un extracto de su obra “El Asesino de las Lluvias” que se leyó en el curso del evento.   

“Me embriagué de olor a hojarasca disuelta en la tierra y de humedad fermentada. Recogí una pomarrosa que flotaba cerca de la orilla y la lleve a los labios.  Algo inexplicable impidió que la mordiera y me obligó a notar las sombras que me arropaban.  Tiré la pomarrosa al rio para que prosiguiera su viaje inútil, y me agaché a recoger una flor pequeña, incolora, campanita de pétalos, tejido de luna en la maraña de la oscuridad.  La flor se abrió y me enseñó su pistilo cuajado de partículas de polen, que se prendieron como soles diminutos para iluminar el espacio en que me hallaba, un lugar sin dimensiones, donde todo y nada era real. Sentí un efluvio de paz, un deseo de amar todo lo que me rodeaba, de disolverme en lo impredecible.”

Un par de sus creaciones sobresalen porque llevan a “la ficción narrativa episodios medulares de la historia nacional”.  En su primorosa novela “Dimensionando a Dios”, la cual puede ser mejor que las habichuelas con dulce de la Cuaresma, Gautier creó un imaginario de los dos años que Juan Pablo Duarte pasó en Barcelona y sobre los cuales se sabe muy poco.  Si bien no propone la semblanza de un Quijote, al menos sugiere su devoción onírica al ideal de la independencia.  Serenata”, una novela que perfila la familia imaginaria de Salome Ureña, se apoya en la historia real pero no es exactamente la misma.  No se pierde la idea de que las serenatas eran como una hada madrina del amor en esa época dorada, pero tampoco se ignoran las contradicciones entre Salome y su esposo.  Toda su obra, por otro lado, está consagrada a la cultura dominicana.

Pero nada de eso se compara con la fina estampa que brota de la bonhomía del escritor, a quien sus coetáneos tienen en el regazo benigno de su aprecio.  Aunque Doy, como le llaman sus amigos, gusta del buen vino, esa personalidad discreta de sosegado perfil ha sido tal vez el activo que le ha permitido escaparse de los trágicos sucesos que se asocian con algunos grandes escritores, tales como Ernest Hemingway o Edgar Allan Poe.

Sería injusto, finalmente, cerrar este comentario sin destacar el altruismo ilustrado de la Fundación Corripio, la patrocinadora –con el elegante acompañamiento del Ministerio de Cultura– de la presea y del premio.  Esa acertada elección de causas nobles que retan al espíritu y la creatividad del dominicano ponen en evidencia que hay empresarios que no solo persiguen fines mercuriales y que justiprecian al ser humano y a su dignidad. Ojala y la Fundación opte también por premiar anualmente la trayectoria de un juez de nuestro sistema judicial con miras a desterrar venalidades y acrisolar la majestad de la justicia.

Como codicilo del hermoso evento, un duende de los corrillos literarios me reveló en exclusiva que Doy ya trabaja en su próxima novela, “El Cundiamor del Ruiseñor”.  Intentará con ella “que después de muerto no sea un libro cerrado, sino que palpite, se oiga y se repita” aun cuando no intente demostrar nada ni ganar acólitos.  Ahí su prolífera imaginación viajara asombrada desde el callado crepitar de las auroras hasta el halo esplendoroso del sol, buscando la explicación de que esa avecilla trashumante sea quien anuncie, con su bello trino, el grácil inicio de las primaveras.