“Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie”, Friedrich Nietzsche, citado por Byung-Chul Han).

Al igual que todo pensamiento fundamental, el de Byung-Chul Han es una construcción intelectual en la que todo intercambia de significado y de roles. Esclavitud y libertad, pasión y represión, sexo y amor, conocimiento e ignorancia, rito y ausencia, individuo y multitud, valor y riqueza, y tantos otros temas de trascendencia se traspasan y reemplazan en intrincadas conexiones en las que se afectan e inciden los unos en los otros.

La conclusión de esta obra todavía in fieri viene plasmada por la amabilidad y simpatía que nos religa y el amor que nos excede.

Sus ideas están plasmadas en ensayos que rondan las 150 páginas y consignados como best sellers en diversos listados internacionales. Páginas deslumbrantes y certeras que interpretan una de las más vibrantes tomografías de nuestra actualidad histórica cuando la presentan en su incansable devenir como:

1.    Paradoja de la libertad al final de la realidad presente de su tiempo 

En nuestra forma de vida los acontecimientos son paradójicos y su razón de ser vanidosa. Vivimos sin elegir, pero tan satisfechos y conformes como los prisioneros que yacían cautivos y sin saberlo en la célebre cueva que hace las veces de preludio a la República ideal de Platón[1]. 

La autorrealización se convierte en autodestrucción. La coacción es percibida como sensación de libertad. La hiperactividad se convierte en pasividad. Y de la más absoluta espontaneidad emergen las ataduras que nos retienen deseando productos y cosas más que a los otros seres humanos. 

Por añadidura, si bien en la sociedad disciplinaria había control y vigilancia, hoy día, empero, según Han, somos nosotros mismos quienes nos exponemos a ser vigilados. Entregamos voluntariamente nuestros datos, exhibimos nuestros gustos y revelamos nuestra ubicación mientras -por decirlo así- deambulamos sin rumbo fijo a merced de la inteligencia que múltiples aparatos y grupos tienen de nosotros. 

  1. Absurda sociedad tras el reencuentro de una realidad inesperada 

Han habla de una sociedad sin creencias, secularizada, que ha dejado incluso de creer en la realidad. Eso explicaría que, en la era del conocimiento, se hable sin reparos del auge de la posverdad. 

Agoniza ante nuetros propios ojos una sociedad que no cree en las legitimidades que significa y por ende la humanidad de los humanos, -esos hiperactivos, mecanizados, entes de trabajo y rendimiento-, no son capaces de descifrar ni de sentir alguna razón de ser a través de infinidad de sus experiencias sensibles. Antes existían y se arrodillaban ante Dios o cuando menos hacían reverencia a unos cuantos monarcas y enaltecidos. Aquí y ahora adoran cualquier becerro de oro y enloquecidos venden hasta su conciencia en mercados donde se alardea junto al personaje loco de Nietzsche que “Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado”.[2]

Y, aun cuando el cansancio y “el aburrimiento profundo” del que habla Walter Benjamin[3] puedan llegar a ser creativos por medio de las humanidades, de la creación artística y del conocimiento teórico, ese estado redentor presupone esta vez lo que se malogra y no se encuentra ni adquiere en el ajetreado mundo contemporáneo: el sentido de la existencia y de la vida humana. Por eso coexistimos revoloteando como un enjambre digital de individuos manipulados y asilados, desprovistos todos de acción colectiva y de orientación.

  1. Estado de explotación y deformación 

Con el sinsentido de la sociedad hipertransparente de la autoexplotación de cada quien se entronizan el capitalismo, la libre competencia, la productividad a ultranza y la generación de riqueza sin miramientos; y, al mismo tiempo, se desfondan y arruinan conjuntamente los ciudadanos y una concepción de ciudadanía que queda en estado de fuga y zozobra.

He ahí la razón por la cual Han sostiene que, al fin y al cabo, vivimos bajo una versión actualizada de dictadura de nuevo cuño. Si variantes del ancien régime -como el comunismo y el fascismo- fueron movimientos totalitarios que coaccionaban al individuo mediante la aplicación de fuerza externa, el capitalismo y sus multifacéticas variantes actuales -menos liberales o más estatistas- componen un sistema totalitario en el que cada uno lleva al policía dentro de sí, en su foro interno, y, desde ahí, se aplica la fuerza.

Terminamos así arrinconados, es decir, no conformes ni informados sino deformados, presa fácil de la modernización y aún más del ruido ensordecedor que nos circunda y seduce. Y todo porque en su raíz el gran problema surgido con el liberalismo -cuya característica insuperable es anteponer los derechos del individuo sobre los del colectivo, o su abstrusa versión de este conjunto entendido como ente monolito impuesto a todo el resto- es el ego/ísmo narcisista e idólatra que desde su penuria hace las veces de sombra distorsionada del “Yo soy el que soy” (Exodo 2: 14).

  1. Individualismo anodino en medio de un árido espacio de datos poblado por futuribles aparatos inteligentes y extraños humanos del pasado.

La dialéctica del amo y el esclavo no conduce finalmente a una sociedad en la que todo aquel que sea apto para el ocio es un ser libre, sino más bien en sus antípodas a una en la que incluso los amos se han convertido en esclavos del trabajo. En la actual sociedad de la obligación, cada quien lleva  dentro de sí un campo de concentración en el que de manera concomitante es guardían y prisionero, víctima y verdugo, tanto de sí mismo, como de todo los demás.[4]

En cada instante temporal, en cada milímetro espacial, el conglomerado humano vive de cara a sí mismo, tras haber juzgado como cosa trasnochada cualquier liturgia y todos los valores que antaño sirvieron de referencia y facilitaron existir, compartir y convivir con los demás.

De todo lo cual Byung-Chul Han induce la maledicencia de la actual civilización humana. Esta evolución sujeta al sujeto humano e indefinidamente aleja de sí cualquier opción próxima a las alternativas de las trastocadas revoluciones decimonónicas y las del siglo pasado[5]. Lograr que esas opciones fueran realistas requeriría materializar lo imposible en la actualidad: romper con el sometimiento al rendimiento productivo y al individualismo narcisista. Pero eso sigue estando fuera del alcance de manos humanas. El sistema presente ha devenido seductor, cautivador, repleto de recursos y de mercancías.

En ese contexto, carecemos de una causa común que nos congregue. Permanecemos incapaces de reproducir una comunidad de seres libres, añado yo, interdependientes en la que la promoción fuera como el bien: común.

Por consiguiente, para Byung-Chul Han el desafío sigue siendo el amor comprendido como amable apertura compasiva hacia el otro. Solo ese poder cuenta con la capacidad de generar vínculos aristotélicos de raigambre ética. En medio de las diferencias que aúna, él y sus vínculos subsecuentes volverán a personificar y simbolizar la correspondencia y la promoción recíproca de los unos y los otros en el reino de este mundo.

Por demás, desde ese mismo reino, a no pocos nos inspirará hacer memoria y contemplar aquel amor insuperable de quien y de quienes en esa odisea utópica ofrendan su propia vida por los demás.

[1] Platón: Diálogos. Obra completa, Volumen IV: La República. Madrid: Editorial Gredos, 2003.

[2] Afirmación proclamada por Nietzsche por primera vez en el aforismo 125, en 1882, de su obra La gaya ciencia, ver, versión digital en https://drive.google.com/file/d/1tdIVFaIbb3smD1hAmAOGyeeRBg3EQlqP/view

[3] Walter Benjamin llama al aburrimiento profundo “el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia”. Según él, dice Han, si el sueño constituye el punto máximo de la relajación corporal, el aburrimiento profundo corresponde al punto álgido de la relajación espiritual. La pura agitación no genera nada nuevo. Sin relajación se pierde el “don de la escucha” y la “comunidad que escucha” desaparece. A esta se le opone diametralmente nuestra comunidad activa. «El don de la escucha» se basa justo en la capacidad de una profunda y contemplativa atención, a la cual al ego hiperactivo ya no tiene acceso. Ver, Byung-Chul Han: “El aburrimiento profundo”, en https://www.bloghemia.com/2020/08/el-aburrimiento-profundo-por-byung-chul.html

[4] Quién sabe si Han no avisora así -aunque desandando su propio camino- una conclusión similar a la que consigna al final de su historia de la humanidad el autor de Sapiens al advertir que ese ser prepontente ni siquiera sabe “en qué desea convertirse”. Ver Yuval Noah Harari: Sapiens: De animales a dioses, Madrid, Penguin Ran- dom House Grupo Editorial, Debate, 2011.

[5] Byug-Chul Han: “¿Por qué hoy no es posible la revolución?”; en, El País, 3 de octubre 2014. https://elpais.com/elpais/2014/09/22/opinion/1411396771_691913.html