Una buena dosis de sospecha ante las “imágenes” que nos hacen de los héroes del pasado los expertos y los interesados, a través de estatuas, bustos, retratos, estampas y otras visualizaciones de lo que ya fue, lejos de ser ingenua es de enorme utilidad para remediar y reconstruir nuestro presente.

Hay que sospechar de los esfuerzos por desempolvar vidas pasadas y reducirlas a meras imágenes de lo que ya fue en vista al exceso de manipulación ideológica de que son objetos estas recuperaciones interesadas en lo “ya ido”. En la mayoría de los casos, estas recuperaciones “honrosas” son canalizadas para ensalzar proyectos políticos vigentes que de ningún modo honran las vidas heroicas pasadas.

Se pensará que debemos honrar el pasado histórico porque allí nuestros forjadores de la nación dieron su vida y al honrar su memoria nos hacemos grande en el presente. El sentimiento patriótico se infla y se llena de memoria compartida y, por tanto, crecemos en nuestra identidad nacional. Aquí es cuando nos hablan de orgullo patrio, de suelo que hay que defender contra el extranjero que pretende mancillar lo que nos fue otorgado con sangre, bravamente.  Así es cuando vemos de forma simple que rendir tributo a la memoria de los fundadores es algo lógico y necesario.

Solo que hay algunos problemas con esta manera de enlazar la memoria histórica, el sentimiento nacional y la grandeza de una nación. Este entrecruzamiento entre memoria y actualidad ocurre de varias maneras. Primero, la desviación de la mirada hacia el pasado para construir una “figura” instrumentalizada de los acontecimientos y héroes históricos de tal modo que su incidencia en el presente esté solo en el plano de la memoria-imaginación y no de la acción o el proyecto que construye una nación. El Cristo de la Libertad de Joaquín Balaguer dio una visión tan angelical de Duarte que resulta imposible bajarlo a la tierra en un proyecto específico de gestación de lo nuevo. La memoria instrumentalizada distanció al personaje de lo vivido en el momento.

La otra manera problemática en que se enlazan la memoria histórica, el sentimiento nacional y la grandeza de una nación está en la elevación de un personaje actual al rango de los héroes del pasado. Esta sublimación de lo actual en el pasado es la manera en que el proyecto vigente adquiere dignidad de hecho glorioso. En esta segunda manera no ocurre una desviación del pasado, sino una desviación del presente al incorporarlo, por identificación, al pasado. En palabras más simples: se quiere lavar la figura actual con el pasado heroico. El ejemplo más paradigmático de nuestra era democrático lo tuvimos con Hipólito y el Pegaso (el caballo alado) de la mitología griega.

Sutilmente ocurren estos entrecruzamientos entre memoria histórica, la nación y el proyecto político vigente. El nuevo caso lo representa el busto a Duarte desvelado por el presidente Medina el 15 de julio, en conmemoración del 142 aniversario de la muerte del patricio. Se Parezca o no al mandatario actual, lo proyecta.

Esto confirma que la política es más mentira y manipulación que raciocinio o verdades fundamentales puestas en prácticas. Como se trata de colectividades a seducir por manipulación, la identidad nacional es un artilugio no solo para la integración servil en las estructuras de poder, sino para dar la sensación de pureza y patriotismo a través de la recuperación interesada del pasado histórico.

Lo que no han percibido los orquestadores de esta trama de limpieza de la figura presidencial son dos cosas: primero, el tiro fallido en la renovación de rasgos del rostro de Duarte que conservamos en nuestro imaginario colectivo; segundo, el poder de las redes sociales en la libertad de expresión y construcción de opiniones adversas.

Estos recursos de manipulación de los colectivos fueron fructíferos en los tiempos en que lo que decía “la prensa” era verdadero y la ignorancia era mucha. Aunque no se ha reducido la ignorancia en ciertos temas, la verdad provocada está fragmentada en miles de mensajes que no constituyen por sí mismas una verdad absoluta, sino un juego de opiniones adversas que al final pasan factura a través del voto por enfado.

Ojalá la escasa y desintegrada oposición actual sepa cómo aprovecharlo.