El secreto de la felicidad: busca algo más importante que tú y dedica tu vida a eso”.- Daniel Dennett

La felicidad es por definición el estado anímico que todos los seres anhelamos. El DRAE define la felicidad como: “estado de ánimo de la persona que se siente plenamente satisfecha por gozar de lo que desea o por disfrutar de algo bueno”. En cambio, Wikipedia nos dice que “la felicidad es una emoción que se produce en un ser vivo cuando cree haber alcanzado una meta deseada”. Sintetizando, nos atrevemos a proponer que la felicidad se logra cuando nos sentimos plenamente satisfechos de haber alcanzado una meta, o al menos confiamos en estar desplegando nuestros máximos esfuerzos por lograr un alto objetivo. Queda claro que si bien todos anhelamos la felicidad y estamos dotados de la capacidad para alcanzarla, no todos la disfrutamos. Solo en EEUU unas 16 millones de personas sufren de depresión cada año, siendo estos los casos más extremos de individuos que no logran la felicidad.

Nadie puede garantizar nuestra felicidad, pues en gran medida depende de uno mismo. Sin embargo, es un derecho inalienable de los seres vivos tener la libertad y la oportunidad para procurar su propia felicidad sin constreñimientos, salvo el de no vulnerar el derecho del prójimo a su propia búsqueda de la felicidad. Thomas Jefferson grabó en nuestras mentes el poderoso mensaje de que entre los derechos más sagrados que todos tenemos, “están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”. La razón de ser del Estado moderno es garantizar que cada individuo pueda vivir en libertad para esforzarse por lograr su propia felicidad. La imposición de un criterio único de felicidad por el Estado es una negación del derecho político de los ciudadanos a la búsqueda de Su Felicidad, y la promesa de garantía de felicidad más que una utopía, es una mentira peligrosa. Es evidente que no todos los gobiernos respetan y garantizan este derecho sagrado a sus integrantes, creando las condiciones para que cada persona explore su propio nirvana. También es cierto que no todos los ciudadanos cumplimos con el deber moral de esforzarnos por alcanzar la felicidad.

En nuestro criterio particular, la felicidad es mucho más que la alegría, el placer, el júbilo y hasta la euforia- todos sentimientos agradables y positivos- pero no equiparables a la felicidad. Sin embargo, la empatía y la solidaridad son valores muy cercanos a la felicidad. Sentir empatía y expresar solidaridad, aun en el sufrimiento, fomenta la felicidad. El egoísmo es la antítesis de la felicidad; el dolor ocasional, en cambio, no destruye la felicidad madura. Compartir la alegría es lo que fomenta la felicidad, no la complacencia sibarita. Juan Pablo Duarte destiló este sentir con elocuencia al recomendar en su mejor aforismo: “Sed justos lo primero, si queréis ser felices.”

Sin ánimo de imponer nuestro criterio (o para ser sincero, el de Daniel Dennett y muchos otros pensadores antes que ese filósofo contemporáneo), la fórmula de la felicidad es encontrar algo trascendente y dedicarse a esa causa. La introspección es una fase preparatoria clave, pero si se prolonga mucho, puede tornarse autodestructiva: contemplar nuestro ombligo no es tarea para toda la vida y puede llevar a la parálisis. Perseguir el placer y la alegría como fin en sí mismo tampoco produce felicidad auténtica, y puede resultar contraproducente. Tampoco se trata de leer, conceptualizar o escribir extensamente sobre la felicidad, salvo el filósofo que se siente feliz compartiendo sus disquisiciones sobre este y otros temas.  La felicidad no depende de lo que tenemos, ni siquiera de lo que somos: se sostiene en lo que hacemos con nuestra vida. Todo el mundo tiene el derecho a buscar la felicidad por la vía deseada, sea por la introspección o el hedonismo o cualquier otro método; a lo que no tiene derecho es a imponer su concepto u obstaculizar la búsqueda de la felicidad de otros seres con igual derecho.

En aras de seguir luchando por ser felices en estos tiempos turbulentos, compartimos la exhortación de fin de año del paradigma del ciudadano feliz, Barack Obama:

“Cada uno de nosotros puede hacer la diferencia, y todos nosotros debemos intentarlo. Así que sigan cambiando al mundo en 2018.”