Aunque casi siempre exhiben en público un rostro adusto, como si estuvieran de pésimo humor o pasaran por mal momento, lo que ya no parece posible en términos materiales, los ministros del área económica suelen dispararse esporádicamente con exhibiciones de humor, cuando de defender sus frecuentes propuestas impositivas se refiere.

Al analizar por ejemplo la decisión de los diputados de prescindir de un impuesto al retiro de efectivo aprobado por sus colegas del Senado, a cambio de introducirle a las empresas "hasta donde dice Cirilo" un aumento del impuesto sobre la renta llevándolo al 29%, uno de los más locuaces ministros del área comentó  con la gracia acostumbrada que con ello se hacía justicia con los pobres, cuidándose por supuesto de no repetirlo en algún barrio de esos llamados marginado.

En la discusión sobre este nuevo "paquetazo", como suele llamársele en los medios, se pasa por alto lo fundamental. Mientras el debate se centra en el déficit fiscal y la necesidad de encontrar fórmulas para subsanarlo, se deja fuera de la discusión si un gobierno responsable de sus propias dificultades, negado a ceñirse a un régimen de austeridad como le ordena su propia ley y sus reiteradas promesas en ese sentido, tiene derecho a imponerle más restricciones y sacrificios a una sociedad saturada de ellos, sólo para salirse de los apuros en los que su pasión por el boato le ha llevado.

El aumento propuesto al impuesto sobre la renta saca de planificación a todo el espectro empresarial y erosionará, sin duda alguna, la estabilidad de cientos de empresas. Eso provocará despidos y congelará planes de expansión, permitiendo en cambio a una burocracia voraz continuar por el camino que  conduce aceleradamente a una situación económica muy delicada en la que podrían germinar protestas sociales haciendo mucho más explosivo el panorama.

Humor no les ha faltado.