La versatilidad de la teoría marxista leninista permite observar a la luz de la ciencia los fenómenos económicos, políticos y sociales, tomando en cuenta la realidad objetiva y las experiencias de otros pueblos. Sin olvidar, muy importante, que no hay salidas idénticas, por más que se parezcan.

Nunca he considerado el Marxismo Leninismo como un dogma. Es una guía para la acción. No es un libro sagrado parecido al de los religiosos; a la Biblia ni el Corán. Es una ciencia que se enriquece con el devenir del tiempo.

El que estudia la teoría revolucionaria debe tener un método de estudio que permita saber entender lo que lee y conocer la realidad concreta para su aplicación correcta. Esta sencilla valoración permite asumir, en el momento, ideas claras que garantiza avanzar a la meta determinada.

En países como el nuestro, ser pequeño burgués no es un delito a la luz de la teoría revolucionaria. Ni en ningún país del mundo. Uno de los más insólitos disparates de algunos comunistas del patio.

Ante el desconocimiento de la realidad concreta y la falta de creatividad, enriquecedora, se las pasan copiando al carbón experiencias internacionales y citando con nombres y apellidos a los teóricos marxistas, pretendiendo mostrar agudeza en sus análisis, tener razón. Otra insensatez embriagada de un marxismo anquilosado.

El que se pasa todo el tiempo recitando las obras de los clásicos termina en el Parque Enriquillo con un megáfono en las manos, o en las redes sociales, pretendiendo dar clases.

La pequeña burguesía ha protagonizado los principales acontecimientos históricos de nuestra región, en particular de la República Dominicana. Su posición social intermedia la hace muy voluble. Sin embargo, se convierte en la vanguardia cuando asimila las ideas revolucionarias y actúa en consecuencia.

Las clases sociales, en nuestro país, son un reflejo de la evolución histórica de las relaciones de producción. Las mismas han transitado varias etapas que desnaturalizan su curso por la aparición atípica del capitalismo y por el alto grado de su dependencia al poder extranjero. De ahí que la burguesía es ahora que saca la cabeza, con todas las debilidades propias de una posición social sin conciencia de clase ni política.

La burguesía para consolidarse tarda su tiempo y, peor aún, atada a una dependencia extranjera que atrofia su fortalecimiento; por la sencilla razón, tiene que servirle a garantizar los negocios del imperio que muchas veces chocan de frente con sus intereses de clase.

Lo que observamos en el gobierno del presidente Abinader son manifestaciones mediáticas de dos o tres burgueses liberales atrapado en una liada madeja oligárquica al servicio del imperialismo. Y son positivas porque la población comprenderá que es imposible conseguir caminar, sin tropezar, por una transición democrática entregando los bienes estatales al sector privado y narigoneada por el poder de una fuerza extranjera.

La debilidad intrínseca, por décadas, de los revolucionarios ha permitido que la burguesía, en alianza con la oligarquía, dirija el proceso de transición democrática hacia la consolidación de la democracia capitalista. Sí, es posible que otras fuerzas políticas y sociales conduzcan la etapa democrática burguesa. Sería más saludable.

Por el momento, le toca a ellos dirigir el proceso de “transición democrática” y las fuerzas revolucionarias, progresistas, sociales y democráticas a prepararse, con una unidad sólida, para crear el instrumento alternativo y echar el pleito.