El Teleférico de Santo Domingo es una obra singular. Su recorrido de seis kilómetros, sus 195 cabinas, su sistema de seguridad y el costo de US$47 millones son responsables de mayor comodidad para los transeúntes que deben cruzar el rio Ozama y de un apreciado ahorro en sus costos de transporte. Pero más singular aun es el hecho de que la obra fue ejecutada bajo la dirección de un acaudalado empresario que también materializó bajo su dirección el grandioso proyecto de La Barquita. Lamentablemente, sin embargo, ese modelo de gestión pública no debería repetirse aunque en estos casos haya dado buenos resultados.
A primera vista se podría ver con buenos ojos que empresarios tan ricos se interesen en mejorar la suerte de los ciudadanos menos favorecidos por la fortuna. Aunque ocasionalmente surge una gran figura empresarial con esa inclinación, son pocos los que, más allá de las obras caritativas, se embarcarían en asumir responsabilidades como las citadas. Casi siempre los empresarios se atrincheran en la cómoda posición del que observa desde lejos y exige al gobierno dar más por los impuestos que pagan. En tal sentido, los que por las razones que sean adoptan un rol más comprometido merecerían un reconocimiento.
Una reflexión más profunda, sin embargo, lleva a pensar que los aspectos negativos de ese apareamiento entre empresarios y gobierno superan los positivos. Algunos podrían pensar así porque sospechen que, si se es amigo del Presidente de la Republica y se ofrece ese tipo de contribución, los protagonistas podrían extraer del gobierno privilegios y canonjías que compensen su “sacrificio”. El personaje protagónico no tiene que recibir ningún salario ni usar los recursos que maneja para su beneficio propio, pero la proximidad al poder inexorablemente genera beneficios invisibles. En el caso del protagonista de La Barquita y el Teleférico no faltará alguien que suponga que la compensación se daría por el tratamiento complaciente de las importaciones que haga su empresa.
Aunque los corrillos políticos no han acusado al protagonista de ningún extravío, su desprendimiento o vocación de servicio público debe ser encaminada por otra via. Toda empresa moderna reconoce hoy día que debe comprometerse con el avance de su sociedad a través de acciones de responsabilidad social empresarial (RSE, https://siteresources.worldbank.org/CGCSRLP/Resources/Que_es_RSE.pdf). Esta noción deja atrás la obsoleta idea de que, para ser útil a su sociedad, el afán de lucro del empresario solo debe concentrarse en la conquista de rentabilidad y en la innovación. Si bien en una economía de mercado la filantropía esta llamada a responder a la necesidad de solidaridad social, una moderna noción de la RSE concibe el desarrollo social como parte de su misión institucional y no se limita a la beneficencia.
Así la empresa debe insertar proactivamente la función de la RSE como un eje estratégico de sus operaciones. “Esto implica ir mas allá en pro de un mejoramiento en su entorno social y ambiental. Tal requisito abarca sus políticas corporativas, gestión del impacto medioambiental, social y económico, el compromiso con el consumidor y la transparencia. Así la empresa no solo crea condiciones para su propio crecimiento y expansión, sino que desarrolla una ventaja competitiva via una más aceptable imagen social” (http://somospueblo.com/cachorros-de-buena-gente-turistica-por-juan-llado/). Un excelente ejemplo de esta nueva visión es la del proyecto sobre valores para estudiantes de las escuelas públicas que patrocina el Banco BHD Leon junto al Ministerio de Educación.
Es seguro que, de todas las empresas adoptar este nuevo modelo de RSE, los “encates” entre empresarios individuales y el gobierno para la ejecución de obras específicas no serían necesarios. El protagonista en cuestión entonces tiene el reto de dirigir y concentrar su atención en como su propia empresa cumple con los requisitos de la RSE moderna. Si bien la serie de videos “Orgullo de mi tierra” ha sido un valioso aporte al conocimiento público de las maravillas naturales con que cuenta el país, eso es solo una contribución a la imagen de la empresa. Habría que complementar eso con una reformulación de todas las políticas corporativas para contribuir, como se señaló anteriormente, al bienestar social y económico de su clientela y de la población en general.
En otras palabras, la empresa moderna requiere cambiar su mentalidad en tanto las obras de caridad pública, si bien tienen repercusiones positivas en los beneficiarios, no necesariamente mejoran las condiciones de vida del conglomerado. La caridad es resultado de una noción muy estrecha de lo que debe ser una RSE bien entendida. Más allá de la contribución impositiva que hace el empresario, la mejor contribución adicional que puede hacer a su sociedad es encargándose de que su empresa sea un modelo de la RSE moderna. Y eso es preferible a que su principal ejecutivo se embarque en la ejecución de proyectos gubernamentales.
Ahora bien, si el protagonista ha cumplido con alinear su RSE con las prácticas modernas y desea ir más allá, entonces deberá considerar lo que los grandes ricos del mundo están haciendo con su filantropía. En los EEUU hay toda una larga y ejemplar historia de cómo las grandes fortunas de los industriales como Rockefeller, Carnegie y Ford y financistas como Soros donaron y continúan donando grandes cantidades de dinero a través de sus respectivas fundaciones. Esas fundaciones sentaron catedra y hoy día el sector de las 140,000 fundaciones existentes en los EEUU distribuye cada año cientos de billones de dólares de los recursos disponibles para la filantropía (https://www.insidephilanthropy.com/home/2018/1/7/philanthropy-forecast).
Pero las fundaciones no han sido el único canal para distribuir grandes cantidades de dinero provenientes de donantes megamillonarios. La primera gran fortuna que se puso a disposición del mundo fue la de Ted Turner, el creador de CNN, quien donó US$10 billones a las Naciones Unidas y luego se retiró a Montana a disfrutar su retiro pescando y cuidando vacas. Bill Gates, actualmente el segundo hombre más rico del mundo con una fortuna estimada en unos US$78 billones, decidió hace unos años ir más lejos y donar toda su fortuna. Ya había creado las dos fundaciones que se reputan como las mejores del mundo (porque se necesita personal altamente calificado para garantizar que los recursos donados no sean dilapidados). Gates dejó la presidencia de Microsoft y actualmente dedica todo su tiempo a las fundaciones.
Pero lo más importante de lo que Gates ha hecho es pedirle a los billonarios del mundo que donen una parte de sus fortunas para beneficio de la humanidad. Con ese mensaje logró que Warren Buffett, el hoy tercer hombre más rico, donara US$30 billones a las fundaciones de Gates, en quien confía debido a una estrecha amistad. Más allá de eso, Gates y Buffet han formado una organización –Giving Pledge (http://www.elmundo.es/loc/2017/06/12/593a94be268e3e3a3b8b4570.html)– para que los ricos hagan esas donaciones. “De esa forma, 155 socios de 21 países se unieron a la campaña durante seis años. Pero, este 2017, el "club" ha mostrado un inesperado aumento de integrantes, después de que una decena de nuevos magnates decidieran desprenderse de sus bienes e intentar salvar el mundo.” El compromiso es más moral que legal.
Tim Cook, el actual presidente de Apple, la compañía más grande del mundo por su valoración en la Bolsa de Valores, tomó las riendas de la empresa en el 2011 después de la muerte de Steve Jobs y, después de declarar públicamente su homosexualidad, también ha anunciado que donará su fortuna (http://money.cnn.com/2015/03/27/technology/tim-cook-wealth-charity-fortune/index.html). El pasado año, Jack Ma, el cofundador de Alibaba (BABA) creó una fundación multibillonaria (http://money.cnn.com/2014/04/25/technology/alibaba-charity/?iid=EL). Habrá que esperar a ver qué hace Jeff Bezos, el presidente de Amazon y actualmente el hombre más rico del mundo.
En nuestro país son pocas las fundaciones que se asemejan a las mencionadas más arriba. La Fundación E. Leon Jimenez, la Fundación Corripio, la Fundación Propagas, la Fundación Progressio, la Fundación Virgen del Perpetuo Socorro, la Fundación Sur Futuro y la Fundación Mir figuran entre las mejor conocidas por su activa y bienhechora proyección social. Pero son muchas las familias y figuras empresariales que todavía están atrapados en el viejo y obsoleto modelo de la caridad sin que sus respectivas empresas tampoco hayan puesto en marcha una gestión de RSE moderna. Frente a las precariedades que deben confrontar una gran proporción de nuestros conciudadanos, esos negligentes corren el riesgo de ser considerados burgueses de poca monta (moral).
Ojalá y el ejemplo del protagonista de marras no se reproduzca nuevamente. Es mucho lo que los amigos del presidente que son empresarios pueden hacer para mejorar las condiciones de vida del conglomerado sin tener que arrimar su hombro a la función pública. Y ojalá y nuestros futuros presidentes no den pie a que se incumpla con las exigencias de la RSE moderna reproduciendo el tipo de apareamiento aquí comentado. La mejor filantropía en una economía de libre mercado es aquella donde los empresarios solo pagan sus impuestos y cumplen con los requisitos de la RSE moderna.