La semana pasada circuló en las redes sociales un video del presidente salvadoreño Nayib Bukele en el que dictaba las medidas que tomará El Salvador para hacer frente a la crisis causada por el COVID-19. Entre las medidas se encontraban una cuarentena domiciliaria absoluta por treinta días, la entrega de un subsidio de trescientos dólares a la mayoría de los hogares salvadoreños, la suspensión por tres meses de los pagos de las facturas de luz, agua, teléfono, cable e internet, así como de hipotecas y alquileres, y el congelamiento de los precios de los productos de la canasta básica. Muchos vieron en el video a un líder natural, preocupado, humilde, pero, sobre todo, con los pantalones muy bien puestos.

El discurso de Bukele, en aquel video de siete minutos muy aplaudido en las redes, estaba basado en priorizar el bienestar común de los ciudadanos salvadoreños sobre los intereses particulares de los grupos poderosos. En varias ocasiones, aludió al empresariado y les pidió que aceptaran perder parte de su riqueza. Recordó que la vida no tiene valor monetario y que superar la crisis conlleva un esfuerzo colectivo, lo cual es cierto y plausible.

No deja de ser verdad que los tiempos extremos ameritan medidas extremas, y estas medidas me parecen un ejemplo digno para nuestro país. Sin embargo, me pregunto, fuera de este marco de crisis sanitaria, ¿No será que la narrativa de Bukele raya más en populismo que en democracia, como aquella vez que, a principio de año, decidió militarizar el congreso cuando no pudo lograr el consenso para la obtención de un empréstito para su nación? ¿No está Bukele viendo al pueblo como una masa homogénea, honesta y trabajadora y a las élites como depredadoras y corruptas?

El populismo en Latinoamérica se ha visto personificado, por mencionar algunos ejemplos, en los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y los Kirchner en Argentina. Los gobiernos populistas usan instrumentos democráticos como las elecciones para promover políticas antidemocráticas, planes de gobierno insostenibles, la exclusión de rivales políticos, el rechazo a la iniciativa privada y el clientelismo. Bukele podría bien ser parte de una nueva generación de populistas, con su actitud polarizada, su argumentación que apela a los sentimientos, y su manera de aprovechar los movimientos intensos de la gente descontenta.

No responderé tajantemente a las preguntas que planteé anteriormente, pues de eso se encargará el tiempo, pero advertiré sobre el peligro del populismo.  En el ámbito económico, las medidas populistas, que en teoría lucen fantásticas, pero no son realistas, luego de mostrar una fingida prosperidad, debilitan los aparatos del estado, traen inflación y devalúan la moneda. En el ámbito sociopolítico, no apoyan la división de poderes, la existencia de oposición, o la imposición de una fecha de cese de su mandato. Los populistas entienden que ellos representan al pueblo completo y por tanto no necesitan el contrapeso que hacen los poderes del Estado, ni la salud democrática a la que aporta la oposición, ni una limitación a su tiempo en el poder.

Bukele accionó a tiempo y ha acertado hasta el momento en el caso de la pandemia que nos afecta, pero esto no quiere decir que lo seguirá haciendo en las medidas que tome en lo porvenir sobre todos los temas que incumben a una nación. Arriba el Bukele previsor sanitario, en cuanto a lo otro… no sé.