Anécdota de un tapón de 86 minutos.

Apenas dan las 7:00 am. en la entrada de Cuesta Hermosa III. El concho del chaleco naranja lleva cinco vueltas de lleva y trae, mientras la guagua escolar de La Noel se mantiene fija en su puesto de todas las mañanas. (“No se le pegue mucho amigo, que de na’ se le van los frenos”, aconseja un peatón al conductor de atrás).

Es un atasco absurdo; no hay choque, no están asfaltando, no hay lluvia, ni AMET. Pero tampoco hay salida, es una de dos: te aguantas con el pie acalambrado en los pedales del vehículo, o te tiras en vía contraria a mil por hora, arriesgándote a estrellarte con el que venga, o a que los “pendejos” que esperan pacientemente se llenen de odio y te linchen.

La desesperación se extiende desde la garita de Isabel Villas, hasta la rotonda de La Isabela, más allá de la avenida Reyes Católicos. El doctor, con cirugía en agenda, ha logrado avanzar unos pocos metros y la muchacha del Mini-Cooper perderá su cita con el entrenador del gym en Camino Chiquito (“si está ahí mismo de mi casa, no me cogerá más de una hora”, calculó en el desayuno).

Los niños del colegio americano ya acumulan seis tardanzas (“la próxima no entran", dice la ‘teacher’). El padre de familia de SICHOCRIFE está impuesto al tapón de la ruta así que anda con su fritura y menudo en mano en lo que sus pasajeros deciden bajarse. (“No ombe llegamos más rápido a pie”, se quejan.)

Los vendedores ambulantes de las “cuquitas y plataneras” han decidido parquearse “ahí mismito”, no porque la calle sea de ellos, sino porque “nadie me paga la gasolina”. El tipo de la Infiniti le contempla las nalgas a través del retrovisor a la morena que va subiendo la cuestecita con dos bebés a rastro.

Nono, el dueño del vivero improvisado a la vera de la cañada, se retuerce de risa con los pleitos, dichos y caras largas de los sufridos conductores.  Entretanto, el cobrador de la voladora se apea a descansar los pies y en el ventanal trasero de la guagua se aprecia algo de sabiduría popular: “Quien pierde la pasiensia, no llega a su destino”.

El tumulto de Arroyo Hondo crece y no amaina. La bajaíta se ha quedado pequeña. No hay salida ni planificación urbana. Los moradores se quejan, pero ninguno resuelve. La calle de dos vías (que ha pasado a ser de cuatro) se ahoga en el mar de carros. Mañana será el mismo cuento y no ha llegado Diciembre.