Para Dan Hanrahan
Verde, suave, circular, el fantasma de Buddy Bolden patea la calle en primavera sacudiendo la llama en los dedos. Desanda las avenidas y las millas de oro desde Storyville hacia todo Chicago. Sus canciones florecen y se empujan entre el núcleo y el átomo y medioeste entre cielo y consuelo de cada aliento y cada nota. Sonidos familiares del gran poder. Contrabajo dún dún, caído del cielo en una mezcla de rayo y profecía. Y lo escuché todo en Millenium Park Concert Series oh yes, vaya que lo escuché: niñas tristes en sus moteles de a peseta, droga querida pesada y pensada como el agua que no está navegando entre los canales de los huesos en cuanto a melodías en Bucktown sabroseadas en el backbeat de Wicker Park, que ni un moreno de Los Minas te diría: Mira tipo tuve un sueño/malherido de muchas puertas/un ritmo de orquesta/de/molinos de viento/trobadores y gigantas/sal de ocho pétalos/en el teatro prohibido de la ausencia. El reino de las palomas será cosa poca cosa en comparación con el inventario que reposa en el tronco de los árboles. Y las cuerdas del bajo de Buddy Bolden, levitando en el hueco calmo de la tierra que no ha sido marcada por el tiempo de la bala atolondrada que nos diluye, Buddy, en tu Southside de presente, de ayer y de siempre.