Quizá lo más llamativo de la estancia de James Carter, el ex presidente Estados Unidos a la Habana esta semana haya sido el color blanco que vistieron el visitante y sus anfitriones oficiales, al menos los más importantes que aparecieron en las fotos divulgadas hasta el momento en que se dio por concluida la visita.
Eso debe haber formado parte de los arreglos protocolares, quizás por la temperatura, o para no permitir que se deslizara algún mensaje subliminal indeseable, o para revestir el encuentro de un ambiente de pureza en sus intenciones.
Siempre que escucho el nombre Jimmy Carter no puedo evitar recordar uno de los episodios más deplorables en cinco décadas de gobierno revolucionario: los sucesos que rodearon la ocupación de la embajada de Perú en La Habana en 1980 y derivaron en la estampida del Mariel, precedida por los "actos de repudio" organizados por el régimen contra los que decidieron abandonar el país, y que acabaron sumiendo en el oprobio, por igual, a los participantes y a sus cómplices, aún aquellos que lo respaldaron con su silencio.
El ingenuo Carter de entonces, en un espasmo de buenas intenciones aceptó la manzana envenenada que le ofrecía su rival contemporáneo, Fidel Castro, el mismo que estos días lo recibió en persona, y con quien compartiera "como dos viejos amigos", según expresó Carter.
Durante 30 días, centenares de embarcaciones cruzaron el estrecho de La Florida, recargadas con ciudadanos cubanos de todas las categorías sociales. A bordo partieron familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, personas de todas las edades; fue una verdadera insania colectiva que sirvió al régimen para deshacerse de lo que catalogó en un paquete único como "escoria" y quitó presión a los crecientes problemas económicos y sociales que amenazaban con asfixiar al gobierno.
"Hoy tuve el gusto de saludar a Jimmy Carter, quien fue presidente de Estados Unidos entre 1977 y 1981″, escribió Castro en su "reflexión" del miércoles. Carter había expresado que este viaje a La Habana sería para tratar "asuntos confidenciales". Castro y Carter se habían entrevistado antes en 2002, durante su primera visita a Cuba.
La nueva visita, una iniciativa del gobierno de Raúl Castro, se produce en un momento en que Cuba, estancada en uno de los momentos más críticos de su agobio económico proverbial emprende reformas y acusa a EE.UU. de lanzar una "ciberguerra" en su contra; condena a 15 años de prisión a Alan Gross, un ciudadano estadounidense acusado de subversión, e intensifica la campaña por la liberación de los cinco espías cubanos que cumplen condena en EE.UU.
Aparte de los mensajes secretos que Jimmy Carter debe haber llevado al gobierno de EE.UU, en especial al presidente Barack Obama, la primera parte de su misión, y posiblemente el mensaje central para una y otra parte, quedó explícita: EE.UU. debe levantar definitivamente el embargo económico a Cuba, y el gobierno cubano debe respetar los Derechos Humanos.
Creo sinceramente ‒anécdotas aparte‒ que poco podrá salvarse para la historia de este encuentro habanero de viejos rivales que con el paso del tiempo han resultado ser tan buenos amigos. Con las aguas del estrecho ya más tranquilas, al menos por ahora, en estos días soleados la guayabera criolla parece haber sido la verdadera protagonista.